Era 19 de noviembre de 1933 y por primera vez las mujeres asistieron a las urnas para ejercer su derecho al voto. Fue un día histórico, fruto del trabajo realizado dos años antes por Clara Campoamor quien logró formar parte de las Cortes Constituyentes en 1931, junto a otras dos mujeres. «Yo, señores Diputados, me siento ciudadana antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al Derecho y no hay sino empujarla a que siga su camino”, argumentó durante aquella jornada histórica. Desde dentro, consiguió aprobar el voto femenino para España, los resultados fueron de 161 votos a favor y 121 en contra.

Las páginas de los rotativos de la época muestran a las protagonistas de aquel histórico día, en el que cerca de siete millones de mujeres ejercieron su derecho al voto. Cuentan que cuando los periodistas Josefina Carabias y Luis González de Linares preparaban una crónica para Estampa, le pidieron una fotografía a la primera mujer que depositó su voto en las urnas, ella se resistía porque no se había retratado nunca, pero lograron convencerla: «Qué importa, mujer, tampoco habías votao nunca hasta hoy».

España consiguió así el derecho al voto de las mujeres mucho antes que otras democracias occidentales. En Francia no se permitió hasta 1944, en Italia hasta 1945 y, curiosamente, en Suiza, un país conocido por su prosperidad, riqueza y desarrollo, tuvo que esperar hasta 1971, ¡38 años después que España! Y, ojo, no en todos los cantones (el ente político y administrativo en el que se divide el país Helvético) se pudo votar al mismo tiempo. En Appenzell Rodas Exteriores –una idílica localidad a orillas del lago Bondensee y pegada a Lichtenstein–, ¡no dejaron votar a las mujeres a nivel local hasta 1990! Unos datos delirantes para el que muchos consideran uno de los países más civilizados del mundo. 

Suiza y sus tardías elecciones

La directora y guionista Petra Volpe retrató el proceso que se vivió en Suiza, en su película El orden divino (2018). La historia se sitúa en un pequeño y pintoresco pueblo suizo, en el que las noticias sobre las protestas por los derechos civiles no son un tema de discusión. Todo cambia cuando Nora, una joven madre y ama de casa, decide realizar un trabajo a tiempo parcial pero su esposo se lo prohíbe. La frustración la lleva a comenzar una lucha por su propia liberación y convence a las mujeres del pueblo para que se rebelen contra las injusticias. Todo esto mientras el país enfrenta el referéndum para decidir si las mujeres deben tener voz en las elecciones políticas.

Después de casi un siglo de lucha, el 7 de febrero de 1971, las mujeres suizas conquistaron la plenitud de sus derechos civiles. Los hombres, quiénes tenían derecho a sufragar, decidieron permitir el derecho al voto femenino. Esto producto de la presión ejercida por cientos de mujeres que radicalizaron su postura en las calles, ya que en el referéndum anterior de 1959 el 70% de los suizos se opusieron al cambio. En una gran manifestación en la Plaza Federal, Emilie Lieberherr, quién luego fue Consejero de los Estados de Zúrich, proclamó: “Hoy no hemos venido a pedir, sino a exigir”.

Pero el voto femenino no estaba permitido en todo el país, aún quedaba un cantón. En 1990, en Appenzell Rodas Interiores, se votaba por tercera vez el rechazo al sufragio femenino a nivel federal. Por lo que a través de un juicio, el Tribunal Federal, consideró inconstitucional el sufragio practicado solo por hombres.​

¿Cómo se consiguió el voto en España?

En 1898 en España se aprobó el “voto universal”, pero este derecho estaba destinado solo para hombres, pues se consideró que las mujeres no estaban capacitadas para participar de la política. Ante esta situación, se nutrió un movimiento feminista que reivindicaba el derecho al sufragio y que luchó en años posteriores para lograr el verdadero voto universal.

Los primeros pasos hacia la conquista de este derecho fueron producto del sufragio pasivo, por el que las mujeres pudieron ser candidatas. Esto permitió que Victoria Kent, Margarita Nelken y Clara Campoamor participaran en las Cortes Constituyentes. La disputa sobre la aprobación del derecho a voto se plasmó en un debate entre Kent y Campoamor. La primera manifestó su negativa al voto femenino, por la influencia de la iglesia y los esposos hacia las mujeres, lo que podría favorecer a los conservadores. Campoamor defendió el voto independiente de las consecuencias. La sesión culminó con la aprobación por 161 votos a favor y 121 en contra.

Clara Campoamor era una abandera por la lucha feminista. Desde muy pequeña tuvo que abrirse paso en una sociedad dura para las mujeres. Cuando apenas tenía diez años debió trabajar, por la muerte temprana de su padre. Y a los 26 años, ya como profesora de mecanografía, empezó a frecuentar ambientes intelectuales madrileños y a relacionarse con activistas feministas.

En 1931, cuando las mujeres pudieron presentarse a las elecciones, Campoamor decidió dar un paso a la política de la mano del Partido Radical. Aunque con el tiempo sus compañeros la miraron con recelo, ante su incansable lucha por los derechos de las mujeres. Esto le valió el aislamiento y castigo por parte de su partido, que temía que el voto femenino favoreciera a los conservadores.

Decepcionada de la política, Campoamor se alejó de ese mundo. Y al estallar la Guerra Civil se exilió en París. Ser mujer republicana, feminista y masona, era un peligro inminente durante el régimen franquista. A los años se trasladó a Suiza, donde murió en 1972, un año después de que se aprobase el voto femenino en ese país.