En el sitio de ropa de Tracy Porter, todo es Tracy Porter.

Delgada, rubia y de 1,70 metros, esta empresaria de 55 años posa en todos y cada uno de sus diseños. Su marido utiliza su iPhone para hacer fotos, que suelen tomar en los acantilados sembrados de flores silvestres que dan a la playa, a quince minutos de su casa en el valle californiano de Santa Ynez, antes de subirlas a su e-commerce site, The Porter Collective. Allí se puede ver a Porter con su vestido midi a rayas, con su rebeca de ganchillo multicolor y con su visera de ratán en blanco y negro.

Porter dice que ha estado buscando formas de sustituirse a sí misma como modelo, no sólo para aligerar la carga sino para aportar algo de diversidad al sitio. Sin embargo, los humanos tienen un precio prohibitivo. Así que ha estado probando un nuevo servicio de inteligencia artificial (IA) de la empresa israelí Botika. Dice que las imágenes parecen tan realistas que, cuando se las enseñó a sus hijos, le dijeron que se había quedado sin trabajo.

«La verdad es que me entusiasma. Ya no quiero ser nuestra modelo», dijo Porter riendo.

Después de que Levi’s sufriera un duro revés en marzo por su plan de introducir más diversidad en su sitio web con modelos generados por inteligencia artificial –los críticos juzgaron a la empresa, cuyas ventas en 2022 ascendieron a 6.200 millones de dólares, por no limitarse a contratar a más humanos–, no sería de extrañar que los grandes minoristas de ropa se hayan vuelto reticentes a utilizar, o admitir que utilizan, modelos no humanos. Esa misma desaprobación pública aún no se ha extendido a las numerosas tiendas de ropa familiares, cuyos presupuestos, como el de Tracy Porter, se colapsarían bajo los costes de peluquería, maquillaje y fotografía profesionales, incluso sin la inflación, el aumento de los costes de los préstamos y una recesión que parece que se avecina desde siempre.

Servicios como Botika permiten que las marcas muestren fácilmente su ropa en diferentes modelos (generados por ordenador). Sin embargo, todavía están trabajando para agregar más edades, formas corporales y etnias. (Foto: Botika)

«En la economía actual, los clientes buscan sobre todo optimizar costes», afirma Eran Dagan, cofundador y consejero delegado de Botika, que se dirige a pequeñas empresas y planea iniciar suscripciones para su servicio de modelos de IA a sólo quince dólares al mes. Está preparando su lanzamiento en Shopify y tiene una lista de espera de más de mil clientes. Según Dagan, Botika ha despertado el interés de vendedores de plataformas de reventa como Poshmark y Depop, donde los empresarios suelen fotografiarse a sí mismos y recortarse la cabeza.

Otra empresa del sector, Lalaland –que todavía está preparada para impulsar el intento de Levi’s de pasar a la IA– dijo que su crecimiento reciente ha sido impulsado principalmente por pequeñas y medianas empresas. Michael Musandu, cofundador y CEO de Lalaland, no quiso revelar cifras de ingresos, pero aseguró que el negocio ha repuntado significativamente en los últimos ocho meses y que las ventas se han multiplicado por ocho o nueve.

«Ayudamos a las marcas emergentes que acaban de empezar y no tienen presupuesto, o tienen un presupuesto bajo, a planificar sesiones fotográficas«, explica Musandu. «Ayudamos a nivelar el terreno de juego representando a los menos favorecidos».

Así es como Porter acabó haciendo de modelo. Sin embargo, eso dificulta que los compradores con una forma de cuerpo u origen étnico diferentes puedan hacerse una idea de cómo les quedarían sus productos. «Lo que me gustaría hacer es tomar una imagen y verla en diferentes tallas. Pequeña, mediana y grande. Pero no quiero tener que contratar a toda la gente para hacerlo», dice Porter. «Porque no quedarán beneficios en nuestra empresa y tendremos que cerrar».

Otro pequeño empresario, Jacob Flores, está deseando encontrar más fácilmente modelos que reflejen su clientela. Este antiguo diseñador web de San Antonio, de cincuenta años, cuya tienda online Blissfully Brand vende vestidos ajustados, faldas skater y pantalones de campana con estampados coloridos inspirados en la moda de los años sesenta y setenta, tiene muchos clientes de entre cuarenta y cincuenta años. Pero muchas modelos de alquiler suelen ser mucho más jóvenes.

Hace poco, Flores empezó a utilizar Lalaland, donde puede seleccionar modelos digitales de una biblioteca, vestirlas con sus productos y subir las imágenes a su sitio web sin salir de casa. Por 300 dólares al mes, obtiene cincuenta imágenes, lo que le permite mostrar más prendas en modelos mucho más rápido. Antes se limitaba a hacer sesiones de fotos cuatro veces al año, en las que pagaba 900 dólares para conseguir tantas fotos de unas cuantas modelos con veinte trajes como pudiera en dos horas.

Ahora planea hacer sesiones de fotos sólo una o dos veces al año en exteriores, para poder mostrar su ropa en la playa o en una calle de la ciudad. También considera que la IA puede ser útil para los anuncios en las redes sociales, ya que le permite dirigirse a determinados públicos con imágenes personalizadas.

Richard Evans, fundador de la startup de bienestar Juro Miru, también optó por incluir algunas fotos con modelos de IA para lanzar su nuevo sitio de comercio electrónico, además de imágenes de ropa colocada sobre una superficie plana.

La ‘startup’ Juro Miru muestra algunos de sus productos en modelos de IA. (Captura de pantalla de la web de Juro Miru)

En cuanto a los compradores, puede resultarles imposible saber si están ante una modelo real o falsa. No hay normas claras para la divulgación, aunque las empresas están empezando a pensar en ello. Se dice que TikTok está trabajando en una herramienta que dará a los creadores una forma de decir si han utilizado IA generativa.

«Cuando se presenta una imagen que podría confundirse fácilmente con una persona real, creo que debería revelarse que se trata de una imagen generada por ordenador», afirma David Danks, profesor de la Universidad de California en San Diego cuya investigación explora las cuestiones éticas en torno a la inteligencia artificial.

Porter se plantea esta cuestión, entre otras. «¿Cómo podemos saberlo? ¿Tenemos que decirlo? ¿Se supone que debemos decirlo? Hay muchas preguntas», afirma. Sus amigos parecen tener miedo de la IA y le han dicho que creen que dejará a las modelos sin trabajo. «Para nosotros es una conversación constante en la mesa».