Se suponía que 2025 iba a ser el año en que Malasia demostraría su capacidad de liderazgo, no sólo en su propio país, sino también en una de las regiones más diversas y diplomáticamente frágiles del mundo. Como presidente de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), tenía la responsabilidad rotatoria de establecer la agenda, dar forma a las prioridades regionales y proyectar liderazgo en un momento de creciente incertidumbre global.
Fue una oportunidad que el Primer Ministro Anwar Ibrahim pareció aprovechar. Cuando me reuní con él el año pasado, habló del liderazgo regional como un deber y una oportunidad. En Vientiane, en la Cumbre de la ASEAN celebrada a finales del año pasado, expuso una visión centrada en la transformación digital, la resiliencia económica y la reinvención colectiva. El lema del año, «inclusión y sostenibilidad», indicaba el deseo de liderar con principios y pragmatismo.
Ahora, seis meses después de la presidencia, a medida que las cumbres se asientan en la memoria y las declaraciones de prensa desaparecen de la vista, surge una historia más compleja. El liderazgo de Malasia en la ASEAN ha generado un impulso económico significativo, pero también ha puesto de manifiesto las limitaciones estructurales de la propia organización. El reto para Anwar no era sólo dirigir un barco multilateral a través de aguas tormentosas, sino hacerlo mientras el motor de la ASEAN mostraba signos de estancamiento.
Progreso digital, diplomacia económica y la política del poder blando
En el frente económico, la presidencia de Malasia ha sido una de las más activas de los últimos años. Bajo el liderazgo de Anwar, la ASEAN dio prioridad al largamente aplazado Acuerdo Marco sobre Economía Digital (DEFA, por sus siglas en inglés), una iniciativa de gran alcance para crear normas armonizadas en torno al comercio electrónico, los pagos digitales, la ciberseguridad y la gobernanza de datos. El DEFA llevaba años negociándose, pero Malasia lo convirtió en una prioridad política, impulsando una hoja de ruta compartida y reduciendo las diferencias en materia de normas.
Este enfoque se ajusta a la concepción de Joseph Nye del liderazgo del poder blando, en el que se utilizan los valores, la atracción y la influencia institucional en lugar de la coerción o el capital para moldear las preferencias. En una región de regímenes contrastados –democráticos, autoritarios e híbridos– Malasia actuó como impulsora de la agenda mediante la persuasión, incorporando la coordinación económica liberal como valor regional.
El DEFA también ilustró lo que el institucionalismo liberal denomina repercusión funcional. Mediante la integración de las economías a través de la infraestructura digital, Malasia pretendía generar un impulso que pudiera extenderse a una mayor cohesión política. Con la aceleración de la competencia entre Estados Unidos y China y los cambios en los patrones del comercio mundial, la integración digital de la ASEAN se ha convertido en un salvavidas para las pequeñas y medianas empresas de Indonesia, Vietnam, Filipinas y la propia Malasia. El objetivo, según Anwar, era convertir la interdependencia económica de la ASEAN en una alineación estratégica.
Incluso en sus éxitos, la presidencia puso de relieve una difícil verdad. Cuanto más fácil sea la agenda de la ASEAN, menos transformador será su impacto estratégico. La armonización digital es bienvenida, pero también es el camino menos controvertido. No provoca y en parte por eso progresa. Se han asumido pocos riesgos y se han tomado aún menos decisiones incómodas. Eso fue por diseño. También fue un reconocimiento tácito de lo que no se podía resolver.
La sombra de Myanmar y las limitaciones del liderazgo moral
En Myanmar, el fracaso de la diplomacia de la ASEAN se hizo cada vez más difícil de ignorar. Desde el golpe militar de 2021, el país se ha sumido en un conflicto civil cada vez más profundo y sin un final claro a la vista. Malasia intentó revitalizar la mediación regional nombrando al experimentado diplomático Othman Hashim enviado especial de la ASEAN. También contribuyó a que la conversación pasara de la legitimidad –si debían reconocerse las elecciones organizadas por la junta– a la supervivencia: si se podía incluso garantizar un alto el fuego.
Este cambio se ajusta a la teoría del liderazgo adaptativo de Ronald Heifetz, según la cual los líderes no se centran en ofrecer falsas soluciones, sino en replantear los problemas. Malasia trató de reposicionar el papel de la ASEAN no como árbitro de la legitimidad constitucional, sino como intermediario humanitario que trata de limitar un mayor colapso. Fue un giro sutil pero importante en el tono y la responsabilidad.
Sin embargo, incluso un liderazgo adaptable tiene sus límites si no tiene influencia. La Junta prosiguió su campaña militar sin tregua. El Consenso de los Cinco Puntos, pieza clave de la diplomacia de la ASEAN, siguió estancado. La decisión del bloque de prohibir la representación de la junta en reuniones clave se mantuvo, pero apenas produjo cambios. Malasia ofreció claridad moral, un compromiso público con la paz por encima de las pretensiones de procedimiento. Pero, desde el punto de vista institucional, la ASEAN carecía de las herramientas necesarias para que esa claridad se tradujera en consecuencias.
En este sentido, los esfuerzos de Malasia pusieron de manifiesto la dificultad del liderazgo ético en un sistema realista. La persuasión moral por sí sola no altera los incentivos de los actores que ostentan el poder mediante la fuerza. Malasia elevó la narrativa regional sobre Myanmar pero, en términos estructurales, fue diplomacia sin dientes.
Mar de China Meridional: Ambigüedad estratégica y deriva realista
Luego está el Mar de China Meridional, donde el enfoque de Malasia reveló tanto cautela estratégica como moderación geopolítica. Las tensiones entre China y Filipinas estallaron repetidamente a principios de 2025, y los enfrentamientos marítimos y las acusaciones de agresión se convirtieron en sucesos casi habituales. El Código de Conducta de la ASEAN, en desarrollo desde hace más de tres décadas, sigue inacabado. Malasia contribuyó a presentar la tercera lectura del borrador como un avance, pero los expertos reconocieron que el COC sigue siendo en gran medida simbólico.
Desde una perspectiva realista, se trata de un caso de equilibrio sin alianza. Los Estados de la ASEAN, incluida Malasia, están llevando a cabo lo que académicos como Stephen Walt describen como «evasivas», es decir, preservar la autonomía evitando alinearse abiertamente con una única gran potencia. La presidencia de Malasia ha contribuido a mantener este equilibrio evitando un lenguaje de escalada y manteniendo abiertos los canales diplomáticos con Pekín.
Era un estilo de liderazgo definido por la ambigüedad estratégica. Aunque algunos lo criticaron por ser demasiado pasivo, también reflejaba una comprensión de las vulnerabilidades regionales. China es el mayor socio comercial de la ASEAN. Domina la financiación de infraestructuras, la inversión en tecnología y, cada vez más, el capital cultural blando. Para Malasia, enemistarse con Pekín habría socavado su propia estrategia de desarrollo. El liderazgo en este contexto se convirtió en un ejercicio de contención a través de la diplomacia, no de la disuasión.
El ministro de Asuntos Exteriores de Malasia, Mohamad Hasan, subrayó la lógica perdurable de la postura de la ASEAN. «La ASEAN debe permanecer unida en medio de la rivalidad entre las grandes potencias y las amenazas transnacionales», me dijo en un correo electrónico. Señaló el Plan Estratégico 2045 de la Comunidad Política y de Seguridad de la ASEAN y la Visión 2045 de la ASEAN como anclas de la cooperación a largo plazo en ámbitos como la ciberdelincuencia, la delincuencia transnacional y las tecnologías emergentes. En su opinión, el compromiso constante de la ASEAN con la neutralidad, el diálogo y la cooperación ha ayudado a la región a mantener la paz, fomentar la confianza y mantener abiertos los canales de comunicación. Esa firmeza, aseguró, es lo que hace que el enfoque de la ASEAN sea a la vez distinto y resistente.
Lo que el año de Malasia dejó claro es que la ASEAN no puede superar a China con declaraciones. Tampoco puede imponer disciplina internamente cuando los intereses económicos divergen. La presidencia hizo lo que pudo, coordinar, desviar y preservar la cohesión. Desde el punto de vista de la diplomacia, se trataba de una diplomacia realista con herramientas limitadas y objetivos modestos.
La ausencia de Estados Unidos y la lógica de la realineación
Para complicar las cosas, el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Aunque la ASEAN ha intentado históricamente situarse entre Washington y Pekín, la segunda administración Trump ha dificultado ese cálculo. El estilo transaccional de Trump, su desdén por el multilateralismo y su casi total desinterés por el Sudeste Asiático han dejado a los líderes regionales luchando por ganar relevancia.
Malasia, por su parte, se ha distanciado aún más de Washington. Sus críticas abiertas a la política estadounidense en Gaza y su solicitud de adhesión a los BRICS marcan un giro notable. A principios de este año, el gobierno de Anwar denunció el plan de Trump de reubicar a los palestinos de Gaza, una medida que generó apoyo interno pero enfrió los lazos diplomáticos.
A nivel de la ASEAN, Malasia propuso una condena conjunta del plan. Como era de esperar, fracasó. La regla de unanimidad de la ASEAN garantiza que a menudo prevalezca la diplomacia del mínimo común denominador. Una vez más, Malasia trató de afirmar su liderazgo moral dentro de una estructura que se resiste al consenso moral.
Sin embargo, los movimientos de Malasia indican una lenta pero constante realineación de la estrategia del Sudeste Asiático. Hay menos lealtad ideológica hacia Occidente y un compromiso más diversificado con el Sur Global. Desde el punto de vista de la gran estrategia, no se trata de una ruptura, sino de una evolución. En ausencia de un compromiso constante por parte de Estados Unidos, Malasia y sus vecinos persiguen un pluralismo estratégico que refleja un mundo multipolar.
Un legado medido
¿Cómo debe recordarse la presidencia de Malasia?
Logró avances tangibles en la integración digital, afinó el lenguaje diplomático en torno a Myanmar y mantuvo la coherencia regional frente a la creciente tensión. Anwar posicionó a Malasia como un convocante creíble, capaz de articular valores compartidos incluso cuando los resultados se quedaban cortos. Su administración enfocó el liderazgo no como dominación, sino como facilitación.
Al mismo tiempo, la presidencia puso de manifiesto la profunda deriva de la ASEAN. La debilidad estructural en la respuesta a las crisis, la inercia estratégica en materia de seguridad y la cautela institucional ante las rupturas autoritarias siguen siendo visibles. Malasia no pudo transformar la ASEAN porque la ASEAN no permite la transformación.
En ese sentido, el año de Malasia al frente no fue un fracaso. Fue un espejo. Reflejó en qué se ha convertido la ASEAN, una institución necesaria que aún no es decisiva. Y reflejó lo que el liderazgo regional requiere en 2025, la capacidad de trabajar con limitaciones, adaptarse al desorden y liderar con claridad incluso cuando el sistema se resiste a ser coherente.
Anwar no remodeló la región. Pero la dirigió con inteligencia, moderación y determinación. Es una forma de éxito estratégico digna de reconocimiento.
