Muchas gracias, Isidro, por tus cariñosas palabras que, sin duda, se deben más a tu generosidad que a mis logros personales. Viniendo además de ti, que has hecho de la Fundación Bancaria “la Caixa” un gran referente internacional de la actividad filantrópica empresarial, no cabe mayor elogio.
Muchas gracias también a Forbes España, a su director, Andrés Rodríguez, y al jurado por haberme otorgado este año el Premio a la Filantropía, que considero un gran honor. Y, por supuesto, muchas gracias a todos los que nos acompañáis en esta cena, por estar con nosotros.
Es difícil imaginar que haya un premio que pueda causar más felicidad a una persona que el de la filantropía, término que, como todos sabemos, significa “amor o amistad a las personas” y, por extensión, a la humanidad. Pero, en mi caso al menos, definirme como filántropo creo que me viene muy grande. Me contentaría con que la mayoría de la gente con la que he tenido o tengo relación personal me calificase de buena persona. Además, soy consciente, y así lo quiero expresar aquí, que es un premio a la Fundación Mutua Madrileña y a la propia Mutua, que la impulsa y da soporte. Todas las personas que trabajan en ellas son las verdaderas artífices de este premio.
Pero antes de hablar de las actividades de la Fundación, me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones, de carácter más general, sobre el papel de la empresa en relación con la filantropía en el contexto de la sociedad en la que vivimos. De forma casi espontánea, a menudo asociamos la filantropía con la sociedad norteamericana, relacionándola a los grandes nombres que allí la iniciaron: Rockefeller, Carnegie, Ford, etcétera, y eso es así porque en una sociedad dinámica y flexible como es la estadounidense, la combinación del papel mínimo que se otorga al Estado y el componente sociológico protestante propiciaron la aparición de la filantropía tal como la conocemos hoy en día. Por el contrario, en Europa, donde los Estados tuvieron una notable mayor presencia como garantes de las prestaciones sociales, la filantropía quedó relegada a un papel más residual.
Pero, aunque arrancase antes en América y tuviese más vigor que en el Viejo Continente, lo cierto es que, en las últimas décadas, las generalización del término responsabilidad social corporativa ha sido muy útil para describir todas las acciones que desarrollan las empresas orientadas a lograr la mejora social, más allá de su visión puramente economicista.
En los momentos de mayor liberalismo económico, en los años 70, los economistas de mayor renombre entendían que las empresas no debían desviarse de su objetivo de maximizar los beneficios para remunerar, lo mejor posible, a sus propietarios. Este era el planteamiento del premio nobel Milton Friedman, quien consideraba muy encomiable que el individuo, con su sueldo o con los dividendos que le daba la empresa, acometiera obras de filantropía, pero no aceptaba que el directivo, con el dinero de la empresa, actuara de una manera filantrópica, básicamente por dos razones.
La primera, porque ese no era el comportamiento que esperaban de él los propietarios que le habían contratado, y la segunda, porque se entendía que, a la hora de decidir a qué iniciativa social iba destinar recursos la empresa, el directivo no tenía un conocimiento profundo sobre qué era lo que más necesitaba la sociedad, por lo que se guiaría más bien por sus gustos o sus preocupaciones personales. Sin embargo, en este mismo ambiente liberal norteamericano, Michael Porter defendió que es perfectamente compatible para una empresa ocuparse del bien general y, al mismo tiempo, obtener mejores resultados.
Ello se debe, en mi opinión, a dos razones:
- Primero, porque trabajar con la sociedad civil y apoyar a colectivos vulnerables sirve para atraer, motivar y retener a los mejores empleados, al tiempo que propicia un buen clima laboral que beneficia al desarrollo de toda la actividad empresarial.
- Y segundo, más importante, porque esa interacción con la sociedad aumenta la reputación corporativa, que es un intangible de gran valor para la empresa.
Todos los estudios muestran lo importante que es para una empresa que sus clientes no solo estén satisfechos con la calidad de sus productos, sino que también se identifiquen con los valores que representa, lo cual es fundamental para su fidelidad y retención. Por lo tanto, a la larga veremos que los objetivos económicos y sociales no están enfrentados, sino conectados. Presentar la esfera social enfrentada a la económica constituye una falsa dicotomía, propia de una visión obsoleta del mundo.
Pero afirmar que una organización es socialmente responsable solo por el hecho de contribuir a causas sociales es quedarse en la superficie. Si la responsabilidad social no es parte de la cultura y los valores de la empresa, las acciones que emprendamos no tendrán suficiente consistencia, por lo que ni perdurarán ni se entenderán.
La responsabilidad social de las empresas presenta un orden piramidal que no es posible alterar ni modificar. La base radica en ser una empresa rentable que respeta a las personas y todas las dimensiones éticas y legales de su actividad, y es una vez garantizado ese cumplimiento, cuando la alta dirección podrá asumir su contribución a la mejora del bienestar social como un ámbito más de su función. De ahí que una empresa que afirme apoyar a colectivos desfavorecidos o financiar proyectos educativos, pero que, al mismo tiempo, no remunere justamente a sus empleados, no tenga en cuenta el interés de sus clientes o genere un pobre gobierno corporativo será siempre vista como una empresa poco coherente y lejos de ser socialmente responsable.
Existe una condición indispensable para que se produzca este efecto positivo: la sociedad tiene que “percibir” que ese trabajo se está haciendo. La comunicación de esta forma de actuar adquiere, así, una gran importancia. Todos hemos sido educados bajo el principio de que las buenas obras se debían hacer, pero no se debían propagar a los cuatro vientos.
Shakespeare escribió que “el brillo de los méritos se empaña cuando es uno mismo el que los proclama”, y nuestro Cervantes también afirmaba que “la alabanza propia envilece”. Nadie duda, pues, de que, en el ámbito privado, la discreción debe ser el principio que oriente nuestra conducta, pero, cuando pasamos al ámbito empresarial, la comunicación de todas las acciones que la empresa desarrolla para contribuir a la mejora social debe tener un papel relevante.
Perdonaréis que ahora, siendo consistente con esta tesis, me adentre en un pequeño resumen de nuestras actividades. Nuestra Fundación desarrolla una labor sostenida y creciente en cuatro ámbitos de actuación:
- El apoyo a la investigación científica en materia de salud.
- La acción social.
- El apoyo a instituciones que trabajan en la difusión de la cultura.
- Y la promoción de la seguridad vial entre los más jóvenes.
Permitidme detenerme ahora en los dos primeros, en los que dedicamos una especial atención.
El apoyo a la investigación médica en España es, sin duda, un buen ejemplo de la acción sostenible que llevamos a cabo para conseguir la mejora social. Pensamos que apoyar a nuestros científicos para que puedan encontrar nuevos avances en el tratamiento de las enfermedades es algo de lo que toda la sociedad, de una forma u otra, puede beneficiarse, y si al mismo tiempo contribuimos a mantener el tejido y el talento científico en nuestro país, tanto mejor.
En nuestro caso, hemos invertido ya, con este fin, más de 60 millones de euros que han contribuido al desarrollo de cerca de 1.400 proyectos de investigación, fundamentalmente en el ámbito de la oncología, las enfermedades raras que se manifiestan en la infancia, las lesiones graves traumatológicas, las enfermedades coronarias y los trasplantes.
Para garantizar la selección de los mejores proyectos y hacer un seguimiento de sus avances y resultados contamos con un comité científico presidido por el doctor Rafael Matesanz. El rigor y el buen criterio que Rafael ha puesto siempre en cuantas responsabilidades ha ocupado, y en especial durante sus años al frente de la Organización Nacional de Trasplantes, no es solo algo digno de elogio, sino que representa para nosotros la seguridad de que nuestra iniciativa, siempre altruista, de ayudar económicamente a los investigadores, se basa en criterios científicos objetivos.
En el último año, además, hemos querido completar esta apuesta por impulsar los avances médicos con el lanzamiento de ayudas directas a niños y jóvenes afectados por enfermedades poco frecuentes y autismo. Como ustedes saben, a partir de los seis años muchos apoyos asistenciales dejan de estar cubiertos por la seguridad social, por lo que desde el patronato de nuestra fundación hemos decidido ayudar también a las familias con menos recursos a afrontar estos gastos.
Como pueden ver, nuestra acción social, fundamentalmente dirigida al apoyo a colectivos desfavorecidos, también ha ido creciendo con el paso de los años, adquiriendo cada vez un mayor alcance y desarrollándose a través de nuevas líneas de acción. Nuestra convocatoria anual de ayudas a entidades no lucrativas, por ejemplo, está diseñada para que estas puedan desarrollar programas concretos de asistencia tanto dentro como fuera de España. Colaboramos cada año con más de medio centenar de ONG, lo que ha permitido que se hayan llevado a la práctica más de 450 proyectos que han servido para mejorar la vida de casi 300.000 personas.
Estas iniciativas se desarrollan en el ámbito de la discapacidad, la integración, la infancia con problemas de salud, la innovación social, la cooperación al desarrollo y el apoyo a mujeres víctimas de la violencia de género.
Es cierto que, así contado, pueden sonar muy generales, pero creedme si os digo que producen un importante impacto social y sirven para mejorar las vidas de muchísimas personas, dado que no solo establecemos unos rigurosos procesos de selección de los programas que vamos a financiar, sino que también hacemos un seguimiento de su desarrollo y de su alcance real.
Para la elección de las ONG beneficiarias de nuestras ayudas contamos con la colaboración de la Fundación Lealtad, entidad que constituimos Salvador García Atance y yo hace 18 años. Su misión consiste en acreditar a las ONG que cumplan nueve principios de buen gobierno y buenas prácticas en el desarrollo de sus actividades. Actualmente, la Fundación Lealtad acredita a 190 entidades no lucrativas que, al incorporar su sello, transmiten una mayor confianza a los potenciales donantes, ya sean empresas o particulares. Nuestra preocupación por apoyar a colectivos desfavorecidos no se agota, ni mucho menos, en esta convocatoria anual de ayudas a la acción social. Desde hace años, nos preocupamos de forma especial por combatir la violencia que sufren dos grupos sociales especialmente vulnerables, como son las mujeres y los niños.
Son temas que algunos piensan que deberían encomendarse solo a los legisladores y las administraciones públicas, quedando las empresas al margen de la cuestión. No comparto esa visión restrictiva. Creo que los dos temas afectan a nuestra sociedad y debería provocar un rechazo social mayor del que contemplamos a nuestro alrededor.
En la lucha contra la violencia de género, de la que mi mujer me concienció, hemos desarrollado un modelo propio de acción en 360º que se inicia con las acciones de sensibilización tendentes a lograr un mayor aislamiento social del maltratador, continúa con las ayudas al mantenimiento de casas de acogida de mujeres maltratadas y sus hijos, con la financiación de programas de empoderamiento de las víctimas y, finalmente, con su integración en nuestra plantilla después de haberles impartido un programa de formación. En relación con el acoso escolar, analizamos y estudiamos el problema y su evolución, llevamos a cabo cada año más de 200 actividades de prevención en otros tantos colegios de toda España, desarrollamos campañas de sensibilización entre niños y jóvenes para prevenir que surja en las aulas e intentamos que los compañeros de las víctimas no silencien el problema y se pongan del lado del acosado con mayor frecuencia.
Habiendo visto hasta aquí el sentido teórico de la acción social empresarial y habiendo descrito también, brevemente, la aplicación práctica que le damos en Mutua, que por cierto deseamos aumentar el año que viene, nos quedaría para finalizar mi intervención la tarea de realizar un pronóstico sobre la evolución que podría tener en los próximos años esta tendencia. Seré muy directo: creo que la velocidad que se va a imprimir al impulso de la responsabilidad social de las empresas va a ser de tal intensidad que lo visto hasta ahora nos va a parecer algo testimonial.
Son dos los factores que están desencadenando este proceso en la última década. El primero se refiere a la desigualdad social y económica originada por la crisis de 2008, cuya carga se ha puesto sobre los hombros de las capas sociales más desfavorecidas. La insatisfacción social que hoy percibimos en muchos estamentos de la sociedad está propagando el sentimiento de abandono o menosprecio. Puede que ese sentimiento sea artificial o que esté realmente justificado; puede que sea espontáneo o que sea orquestado. Pero de lo que no hay duda es de que existe, y negarlo no ayudará a solucionarlo.
No creo que nadie de buena fe niegue que los niveles de pobreza en el mundo en general, y en España en particular, se han reducido notablemente en las últimas décadas, incluida la más reciente afectada por la crisis financiera. Pero lo que se cuestiona, y cada vez con más virulencia, es que el crecimiento económico lo capitalicen en mayor medida los que están en las capas sociales superiores, relegando a la exclusión a los que están en las inferiores. Una elevada desigualdad puede llevar a un alto grado de desacuerdo social que dificulte la adopción de políticas que favorezcan el crecimiento económico e incluso, como está pasando, el auge de movimientos populistas o antisistema.
Existe un debate sobre las medidas redistributivas en el momento de la percepción de las rentas, como son las subidas de impuestos a quienes tienen mayor capacidad económica o el aumento de las transferencias públicas a los más desfavorecidos. Es una discusión viva y legítima que obedece a planteamientos ideológicos que escapan a esta intervención.
Sí existe, en cambio, una opinión más favorable hacia las medidas redistributivas en una fase anterior, orientadas a facilitar o propiciar la igualdad de oportunidades entre las cuales sobresale, sin duda, la educación. La mejor forma, si no es la única, de garantizar la igualdad de oportunidades, independientemente de la raza, el sexo y la condición social, es a través de una política orientada a conseguir una educación que facilite a nuestros jóvenes los conocimientos necesarios para enfrentarse con éxito al mercado de trabajo, no solo incorporando el valor añadido que las nuevas tecnologías ya nos están ofreciendo, sino también facilitándoles las habilidades personales y el espíritu crítico que en el futuro van a precisar.
Las empresas, sin duda, deberemos participar también en ese esfuerzo en formación, pero lo que es imprescindible para que la educación actúe como auténtico ascensor social es que disponga de un marco legal estable y cualificado, fruto de un amplio acuerdo político que, por desgracia, todavía está por llegar. Como decía Eugenio d’Ors, “desgraciadamente siempre habrá pobres en el mundo, tratemos al menos que no sean siempre los mismos”.
El segundo factor que está acelerando la importancia de la responsabilidad social empresarial hace referencia a los criterios ambientales. Son pocos ya los que niegan que el calentamiento global está causado, en gran parte, por la mano del hombre.
Tanto el acuerdo de París sobre el cambio climático de 2015, que salió reforzado con el Plan de Acción sobre Finanzas Sostenibles aprobado por la Comisión Europea en 2018, como la COP25 que estos días se reúne en Madrid, representan hitos en los que la actividad empresarial está llamada a ejercer un importante protagonismo. El cuestionamiento general del sistema financiero, tras la crisis de 2008, está provocando el nacimiento de un espacio llamado a canalizar grandes cantidades de recursos financieros: el espacio ASG, acrónimo que hace referencia a criterios ambientales, sociales y de gobernanza, y que, quizá, es más conocido por sus siglas en inglés, ESG.
Son criterios que van a conformar un nuevo paradigma de inversión y que, dada la rapidez y el vigor con los que se están implementando, van a poner a todo el sistema financiero al servicio de las empresas que cumplan con los criterios ambientales, sociales y de buena gobernanza, relegando a una posición financiera más difícil a las que no los cumplan. El regulador europeo está firmemente decidido a impulsar las finanzas sostenibles y está dando pasos decididos en esta dirección.
Buen ejemplo de ello es que está incorporando en el mapa de riesgos de las entidades bancarias y aseguradoras todo lo relacionado con el desarrollo sostenible, con las implicaciones que de ello se derivan en cuanto a una mayor aportación de recursos a estos fines. Pero, sin duda, lo más importante será la postura que adopten los grandes inversores institucionales sobre esta materia.
Y, a día de hoy, nos han dado bastantes pistas. Buena muestra de ello ha sido, por ejemplo, la carta que Larry Fink, CEO de BlackRock, el mayor inversor institucional del mundo, con más de 6 billones de dólares bajo gestión, envió en enero de 2018 a los presidentes de las empresas más representativas del ámbito internacional.
En dicha carta, que se volvió viral, mandaba un mensaje contundente a favor de un nuevo modelo de compromiso según el cual las empresas en las que invertía, que son muchas y grandes, tenían que lograr no solo unos buenos resultados financieros, sino también demostrar una contribución positiva a la sociedad. Su carta de 2019 ha repetido la misma tónica largoplacista.
Paralelamente, el Fondo Soberano de Noruega, el más grande del mundo, se está posicionando públicamente a favor de este mismo mayor engagement de la empresa con la sociedad. Sin duda, el efecto arrastre de estos dos gigantes será muy beneficioso para la generalización de esta tendencia a humanizar algo más las finanzas y, por extensión, todo el sistema empresarial.
Termino ya, y lo hago muy confiado en que esta nueva forma de hacer las cosas en la empresa, que algunos llaman capitalismo moral, se vaya extendiendo como ondas expansivas por todos los países desarrollados o en vías de desarrollo. Los de mi generación seguramente tendremos que hacer un esfuerzo de adaptación, pero más nos vale hacerlo rápido y bien, porque los jóvenes no nos van a dejar ser lentos o tibios en este proceso.
Tanto los millennials como la siguiente generación ―la llamada generación Z―, que representan en conjunto el 26% de la población actual, están muy concienciados sobre la necesidad de un desarrollo sostenible e inclusivo. Son ellos los que, en las entrevistas de trabajo, preguntan a su interlocutor cuál es el grado de compromiso de la empresa con los valores morales con los que se identifican. Y esto, que cuando yo tenía su edad era considerado como una impertinencia por parte del candidato que probablemente le abocaba a su descarte, hoy en día, en cambio, es un indicador de mente abierta e inquieta que le hace ganar puntos para su posible contratación.
Parece pues, que los jóvenes han hecho suyo el consejo de Unamuno, cuando decía “procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado”. Animemos, por tanto, a los jóvenes a que sigan por ese camino, pero sumémonos todos, porque todos debemos participar en la ilusionante tarea de hacer esta sociedad más humana y amigable.
Muchas gracias a todos.