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Carmen Posadas, escritora: “Le debo todo a mis defectos, no a mis virtudes”

Hablamos con Carmen Posadas sobre su nueva novela ambientada en la época del naufragio del Titanic y repasamos su trayectoria como escritora y personaje público en los últimos 35 años.

Carmen Posadas © Carolina Roca

Suele decirse que para averiguar la personalidad de una persona en lo primero que hay que fijarse es en sus zapatos. Y en esto aparece Carmen Posadas (Uruguay, 1953) ataviada con una gabardina de espía otoñal y caminando sobre unos tacones de aguja con estampado de leopardo fino. Estamos en la Exposición Inmersiva del Titanic en el espacio cultural Matadero de Madrid donde el sello Espasa, aka Grupo Planeta, ha convocado a la prensa. La ocasión no puede ser más propicia ya que su última novela, El misterio del impostor del Titanic, transcurre con el archifamoso naufragio como telón de fondo. “Parece que el Ayuntamiento ha puesto la exposición para promocionar mi novela”, bromeará más tarde durante la entrevista.

Desde el principio queda claro que lleva la diplomacia en la sangre. Su padre Luis Posadas fue embajador de su país en Moscú, Buenos Aires y Madrid y ella ha heredado el talento natural para las relaciones sociales. Para todo el mundo tiene una palabra amable y una curiosidad genuina. Porque Carmen Posadas, a diferencia de muchos compañeros de gremio, disfruta de la promoción de sus novelas, consciente de que a un libro recién nacido hay que acompañarle a dar los primeros pasos con alegría. Recorremos las salas de la exposición donde se detallan unos sucesos que no por conocidos resultan menos espeluznantes: las puertas cerradas para condenar a los viajeros de segunda y tercera clase a una muerte segura, los escasos botes arrojados al agua medio vacíos por puro desconcierto, las notas melancólicas de los músicos ahogándose en las gélidas aguas del océano Atlántico, la estoica caballerosidad de los señores de primera que prefirieron morir antes de ocupar el puesto de una dama…

Desde luego, si hay algo que conserve esa elegancia fin-de-siglo en el Madrid de hoy es precisamente la casa de Carmen Posadas, situada frente al Teatro de la Zarzuela y detrás del Congreso de los Diputados. Allí recibe a Forbes Women unos días más tarde para realizar esta entrevista. Un lugar perfecto para conspirar o… hablar de literatura. Acaba de regresar de Toledo de cumplir con sus labores promocionales y está acompañada por la responsable de prensa de la editorial. En esta ocasión lleva unas zapatillas de tenis blancas con diminutas incrustaciones que brillan.

La conversación comienza por ese momento en el que la escritora se queda sin ideas, que es justo el  anterior a que se le ocurra algo. “Ese periodo es horrible, pero, afortunadamente, alguien me contó la historia del moscardón”. El detonante de la novela es un suceso verídico que le ocurrió a Doña Purificación Castellana, una señora estilo Orient Express a más no poder, quien al contemplar cómo una mosca se ahogaba en su sopa tuvo la terrible premonición de que su hijo se estaba hundiendo en el océano. Efectivamente, Víctor Peñasco, el hijo de la Purificación, había decido sorprender a su nueva esposa, María Josefa Pérez de Soto, con unos pasajes en primera a bordo del insumergible Titanic. Ella y Fermina Oliva, su dama de compañía, se salvaron mientras él, gallardamente, esperaba la muerte en cubierta.

“Empece a tirar del hilo de los españoles supervivientes del Titanic”, explica la escritora, “siete personas se salvaron y tres murieron. Lo que más me llamó la atención fue la historia de que era común comprar cadáveres cuando alguien desaparecía en alta mar. La razón era que durante 20 años la familia no podía heredar y la mujer no podía volver a casarse. ¡Era  tremendo! Por eso, las dos familias de clase alta viajaron a Canadá para comprar sendos cadáveres y zanjar el asunto. El otro fallecido era un camarero del que sí se encontró su cuerpo. De ahí la leyenda de que muchos años más tarde apareció un señor diciendo que era el fallecido. Era verosímil porque su familia sabía que el que estaba enterrado en el panteón de San Isidro era otra persona. Todo esto era posible porque entonces sólo se tomaban las huellas dactilares a los delincuentes y no a la gente bien”. 

Carmen Posadas © Carolina Roca

El estilo de Carmen Posadas es ligero en la medida que fluyen los acontecimientos pero también se nota una investigación sobre la época y sus personajes. De hecho, convierte a Doña Emilia Pardo Bazán, celebrada en la actualidad como una auténtica tigresa feminista, en una especie de Jessica Fletcher, la televisiva autora de Se ha escrito un crimen. “Siempre me ha asombrado la capacidad de seducir señores estupendos de Doña Emilia, porque, para qué engañarnos, era bastante fea”, dice levantando la ceja de quien no parece haber tenido excesivos problemas en ese departamento. “Además era devota la crónica negra. Le encantaba todo lo que tenía que ver con asesinatos, peleó mucho para que suprimieran el garrote vil, que era un cosa tremenda, imagínate que te meten un tornillo por aquí”, dice señalándose la nuca. “También fue la primera mujer española en escribir una novela policíaca, La gota de sangre, donde crea a este detective Selva que fue, en la vida real, un diletante y un playboy, pero que gracias a Doña Emilia se convierte en personaje literario. Yo los he retomado a ambos para resolver el misterio de la novela”.

Al repasar las múltiples entrevistas que ha dado a lo largo de su carrera surge a menudo el tema de posfeminismo. “Digo que soy posfeminista porque no me gusta nada este feminismo de trinchera que dice que todos los hombres son malvados. No me siento identificada con todo ese discurso victimista.  En la universidad de Granada van a cambiar los nombres a los meses, enero va a ser enera y febrero, febrera. ¿En que me beneficia eso siendo mujer? Creo que cogen estas banderas absurdas porque es mucho más fácil cambiarle el nombre a los meses que arreglar los problemas de verdad: la conciliación, el techo de cristal, equiparar los salarios”.

A la propia Carmen Posadas le costó bastante ser tomada en serio como escritora, tampoco es fácil pasar del papel couché a los suplementos literarios. “Ten en cuenta que yo empecé en los años 80 y entonces había un estereotipo de cómo tenía que ser una escritora. Tenía que usar gafas, lucir muchas canas, también quedaba bien usar boina, con faldas largas, hablar profesoralmente, estilo Carmen Martín Gaite. Y, claro, yo iba con minifalda, me acababa de casar con el gobernador del Banco de España 22 años mayor, soy sudaca, en fin, comprenderás que no daba el perfil”.

Obviamente, compensaba estas aparentes desventajas con un glamour personal que nunca le ha venido mal a nadie y menos al acartonado mundo literario. Aún así, le costó dar el primer paso. “Empecé haciendo libros para niños porque pensé que era más fácil. Y es al revés, es un publico implacable, tira el libro y adiós muy buenas (risas). Además, tenía el complejo de no haber ido a la universidad y pensaba que convertirme en escritora estaba fuera de mis posibilidades. Vengo de una familia en la que mi padre aprendió ruso para leer a Tolstoi y griego para leer a Homero y siempre decía que después de lo que habían escrito Shakespeare y Cervantes, él no tenía nada más que añadir. Así que, de repente, que a la nena le diera por ahí era una profanación”.

Carmen Posadas © Carolina Roca

El punto de inflexión en su carrera fue ganar el Premio Planeta el año 1998 con la novela Pequeñas infamias. “Pasé de estar traducida a cuatro idiomas a 30. Es una sensación muy curiosa, escribir es lanzar una botella con un mensaje al mar, como un náufrago, nunca sabe dónde o cuándo va a llegar”. Entre las anécdotas con lectores se acuerda de cuando iba a la Feria del Libro de Madrid y no la conocía nadie. “Estaba firmando al lado de López Ibor que había hecho una enciclopedia sexual y tenía un cola kilométrica. Y yo ahí sola en una esquina que no vendía nada hasta que uno que estaba aburrido en la cola me pregunta que si le firmo el libro de López Ibor. Le dio igual que no fuera el mío, tenía mucha prisa y quería una firma” (risas).

Suele decir que de joven se casó con el más guapo (el financiero Rafael Ruiz de Cueto), luego con el más listo (Mariano Rubio, gobernador del Banco de España) y que ahora se queda con la bondad. “La vida te enseña y te está pasando lecciones todo el tiempo y como no la aprendas, te la vuelve a pasar. El año pasado cumplí 70 y fue un shock porque yo pensaba que me iba a morir a los 30. Pensaba que nada interesante me iba a pasar más allá de esa edad, luego lo he ido retrasando un poco (risas). Tiene una parte maravillosa que ya vi cuando cumplí 60 y es lo que yo llamo la prórroga. Es un momento en el que las cosas importantes de la vida están encarriladas: mis hijas están casadas, tienen buenos trabajos, tengo unos nietos estupendos, una carrera de la que estoy contenta, una casa que me gusta… Y ahora me puedo liberar de esa maldición que tenemos las mujeres del tengo que: ser la mejor madre, la mejor esposa, la mejor amante, la mejor cocinera… A partir de los 60 decidí que me tocaba a mi y me apunté a clases de tango, aprendí italiano…”.

Algo más inquietante resulta su afirmación de que es implacable consigo misma. “Soy la peor negrera de mi misma. Yo soy la persona más haragana del planeta tierra y si por mi fuera estaría tumbada todo el rato leyendo un libro. Pero como odio este defecto, hago cosas sin parar y me flagelo obligándome a trabajar. Le debo todo a mis defectos, no a mis virtudes”. 

Desgraciadamente, la historia política española está jalonada de escándalos. En 1992 su entonces marido, Mariano Rubio, tuvo que dimitir y pasó dos semanas entre rejas, como escribió entonces El País, por un delito fiscal. Ante la pregunta de qué opina cuando asiste, como el resto del país, al bochornoso espectáculo de la corrupción, Carmen Posadas vuelve a levantar una ceja, esta vez cargada de escepticismo. “La situación de mi marido no tiene nada que ver con lo que pasa ahora. Él fue a la cárcel por no declarar cuatro millones de pesetas”. Quizá el poder sea una droga malévola que destruye a todo el que cae en la tentación de probarla. “Los griegos lo explicaban muy bien con la palabra ibris”, afirma la escritora, “que significa arrogancia, es el pecado de los más inteligentes, que llegan a un momento en que se creen intocables y empiezan a cometer errores de principiante. Los emperadores romanos tenían un señor contratado para que les recordará constantemente que eran humanos”.

En un pasaje de su novela, Doña Emilia Pardo Bazán afirma que los personajes de ficción resultan más reales para los lectores que las personas de carne y hueso, lo cual tiene sentido porque gracias a la literatura accedemos a las tripas de su personalidad, cosa que raramente sucede en la realidad. ¿Qué personaje literario acompaña a Carmen Posadas? Madam Bovary aparece en la novela de manera intermitente. “Madam Bovary me parece una estúpida, ¡a los hombres os fascina a todos! Empezando por Vargas Llosa que le ha dedicado un libro. Para mi es una frívola, se olvida de su hija… Me gusta más Anna Karenina, pero, a ver, todos los grandes personajes son bastante deleznables, Otelo era un asesino y un maltratador, y el de Lolita ni te cuento”. 

Otra ventaja de la literatura es que uno puede irse a la cama con un asesino sin mancharse las manos de sangre.. ¿o no?

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