Sepultados por el tsunami tecnológico del que parece imposible sacar la cabeza. Muy, pero que muy borrachos de futuro y con miedo a perder el tren, vivimos obsesionados por no quedarnos fuera de las redes, por eso considero urgente una cura de desintoxicación digital. El abuso de futuro nos está jodiendo el presente. Todo esto dicho ante la paradoja de haber escrito este artículo, y espero que leído desde una pantalla cuya luminosidad me seca el lagrimal. Y que decir del “Cuello de WhatsApp” (Smartphone Neck) -la nueva enfermedad generada por estar mirando el teléfono ¿inteligente?; del dolor ocasional del pulgar que parece atascado y del embotamiento general. Seguro que conocen a alguno de esos que no consigue dejar fuera del dormitorio el móvil y que no se duerme sino le dedica a Instagram o a Tik Tok un buen rato cada noche, inconsciente de que el algoritmo trabaja sin descanso para que no descanse. Un sistema diabólico creado y actualizado para que nuestra adicción aumente. Otra adicción más.
Propongo una lectura tranquila del libro Las Redes Del Caos de Max Fisher (Península. 540 pág. 22 euros) que le ayudará a crear conciencia y a dormir mejor. La leyenda de que los ejecutivos de Silicon Valley no dejan los dispositivos inteligentes a sus hijos hasta los 16 años no es una cantinela, es la prueba de que conocen lo diabólico del sistema por qué están dentro. A nadie se le ocurriría darle a un chaval ficha de un casino, ¿verdad? Un mono con una pistola es un peligro público. Nosotros somos monos con una pistola digital jugando a la ruleta rusa.
Gustavo Entrala, amigo primero, consultor, hombre inteligente y de sentido del humor – “un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”, que diría José Luis López Vázquez en Atraco a la 3 (1962. José María Forqué), es el inspirador de esta columna. Con el título “Una idea de futuro” (atentos a la coña), “las vacaciones analógicas” su tweet me ha servido de pretexto. En su mensaje apuntaba los mandamientos del descanso: “Durante tres semanas, solo puedes usar dispositivos analógicos. Si quieres hablar con alguien fuera de la comunidad, haces una llamada con un teléfono de rueda” (…) ¿Qué donde se venden? Nada de Amazon, en El Mercado de Motores en el Museo del Ferrocarril de Madrid, una vez al mes los tienes, de estética retro de estreno o el querido modelo Góndola de Telefónica de pared. “Si quieres escribir a alguien, escribes una postal o una carta. Escuchas música con casetes” -son la ultimísima tendencia modernuqui, en Londres ya se venden en el mercado de Brick Lane en la tienda de Rough Trade- “o con tocadiscos. Puedes usar cámaras Polaroid para hacer postales que puedes enviar. La estancia de la biblioteca con libros de papel y juegos de mesa.”
Tan solo 14 “me gusta” apostaron en “X” por la idea de Gustavo. “¿Tendría éxito?” Se preguntaba Entrala el 3 de marzo. Pues claro que sí. Rotundamente sí, contesto hoy. Desde Forbes me comprometo a promover la iniciativa en nuestros eventos y aún más a encontrar un emprendedor que la agite. Hay proyecto tras los campamentos analógicos y creo que también hay negocio. Es frecuente encontrarse con gente que cuando te habla de un club exclusivo -ahora que estoy de lleno en la creación de Forbes House-, o zonas vip de discotecas y otros garitos “selectos”, te ponen una pegatina en la cámara del móvil para que no puedas hacer fotografías. Lejos de sentirse el socio, el cliente o el invitado, agredido por la exigencia le parece lo más de lo más. Y hay más casos, Bob Dylan exige en sus conciertos desde hace dos años que el público compre en la puerta una bolsa que aísla el móvil durante el espectáculo- la empresa Yondr es la propietaria de la patente de la bolsa en la que se encierra el teléfono. Al principio puede sorprender pero, puedo escribirlo en primera persona, el concierto se disfruta más. Antonio Lorenzo, periodista de El Economista, una de las firmas más prestigiosas del periodismo tecnológico, promovió durante años el día sin móvil. De aquellos antecedentes y del empacho de la digitalización que nos sepulta, viene por compensación la lógica de las vacaciones analógicas.
No será fácil. El síndrome FOMO se define como la patología psicológica que nos provoca la aprensión de que otros podrían estar teniendo experiencias gratificantes que nos estamos perdiendo. Esa ansiedad por estar siempre presente es cultivada por las empresas de redes sociales para que el algoritmo la acentúe. Es como aquel alcohólico que te dice “me estoy quitando, ya solo bebo de vez en cuando”, o la chistosa “esto lo dejo cuando quiero”. Es como ese jugador que cree que si apuesta una vez más, si le echa a la máquina tragaperras una moneda más el destino será justo con él y le devolverá lo perdido.
Las vacaciones analógicas tendrán que convocarse o bien de un golpe de voluntad, o bien tras una prescripción facultativa de un especialista. O se busca un consenso familiar para una desconexión común o “te obligan”.
A favor esta la tendencia de lo analógico, que desde hace dos o tres años se ha puesto de moda impregnado de nostalgia. En contra que la propuesta de Entrala y Lorenzo suenan muy bien, pero si uno no se siente aislado en exceso. Parece más difícil para los adolescentes que pasan por esos años en los que el grupo les dice como vestirse, como cortarse el pelo -¿A mi padre le parecerían mis melenas tan absurdas como a mí me parecen esos cortes de pelo rapados en la base con un pelo mocho de fregona tomahawk en lo alto?.
Quizá haga falta un diagnóstico médico más rotundo para que las tecnológicas y los usuarios tomemos más conciencia. O bien que los trend setters -los caza tendencias- de @highxtar empiezan a recomendarlo con lógica.