El 16 de Febrero se celebrará el Año Nuevo Chino, y el país continúa dando pasos firmes en su objetivo, proclamado por su gobierno, de convertirse en el líder mundial tecnológico antes del año 2050.
He de reconocer que mi relación con China es de amor y odio. Una de esas luchas de sentimientos que producen un extraño equilibrio complicado de romper. Y es que para los que trabajamos en tecnología, es fácil aprender a amar al gigante asiático a pesar de que fantasmas como la explotación infantil, la desigualdad salarial, o el robo de la propiedad intelectual, sobrevuelen nuestras cabezas.
Cuando medimos a China por los números es fácil abrumarse: 1.300 millones de habitantes, 8 millones de graduados universitarios al año (el doble que EEUU), 14.000 empresas nuevas al día, más de 180 millones de Smartphones fabricados al mes… con esta carta de presentación, uno pensaría que lo único que nos queda es doblegarnos y esperar a que la China vaya desplazando poco a poco al resto de superpotencias tecnológicas. Sin embargo, existen algunos retos importantes que el país tiene que superar y que pueden poner en peligro los ambiciosos planes de su gobierno.
El reto tecnológico: pasar de “Made in China” a “Designed in China”
Durante los dos años que trabajé dentro del fabricante chino de teléfonos Huawei, una de las cosas que más me llamó la atención fue la incapacidad de muchos de mis compañeros asiáticos para resolver problemas de manera creativa. Cuando sabían lo que tenían que hacer, eran como ejército avanzando a paso firme hacia un objetivo común. Sin embargo, ante cualquier imprevisto, a menudo veía como quedaban bloqueados y el caos empezaba a reinar entre los equipos del proyecto. Con el tiempo entendí que, por duro y simple que parezca, la educación China no enseña a pensar o diseñar, enseña a ejecutar o copiar.
Esto tiene dos derivadas. En primer lugar, la propiedad intelectual, que es el activo de más valor en el proceso tecnológico, ha quedado siempre fuera de China. La tapa trasera de cualquier Iphone reza “Designed in California, assembled in China”. Esto devalúa el valor de las compañías tecnológicas chinas. Por ejemplo, en el caso comentado, los ingresos de Apple son sólo dos veces mayores que los de la compañía que ensambla sus teléfonos (Foxconn), pero la valoración en el mercado de la compañía americana es casi diez veces mayor que la de la China.
En segundo lugar, la falta de capacidad para generar propiedad intelectual por parte de los ingenieros chinos, ha llevado históricamente a empresas a apropiarse ilegalmente de patentes y diseños extranjeros, dando lugar a multitud de escándalos sobre espionaje industrial y violación de derechos de propiedad intelectual. En 2013, una demoledora estadística mostraba que el 70% de productos falsificados del mundo provenían de China.
El Gobierno chino está poniendo medidas para solventar estos problemas, tales como incentivar la presentación de patentes o perseguir con más dureza los casos de infracciones de propiedad intelectual. Como resultado, algunos expertos han comenzado a identificar un fenómeno de cambio que denominan el “milagro de la innovación en China”, movimiento liderado por tecnológicas como Xiaomi, WeChat o Alibaba, capaces de generar productos únicos y de calidad. Aun así, todavía quedan unos años para que esa cultura de la innovación se transmita a todos los sectores y lo que es más importante, al sistema educativo tradicional chino.
El reto político: derribar la “ciber-muralla” China
La frase “uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde”, toma una gran relevancia la primera vez que uno aterriza en China. Miles de extranjeros que lo hacen, encienden su móvil y como autómatas introducen en Google Maps la dirección de su hotel para averiguar la mejor manera de llegar a él. Pero Google Maps no muestra ningún resultado. Nerviosos intentan contactar con su país de origen por Whatsapp para que alguien remotamente se lo mire, pero el check de mensaje entregado nunca llega. Tratan de usar canales alternativos como Facebook Messenger para comunicarse, pero obtienen el mismo frustrante resultado. Es entonces cuando empiezan a temblar y se dan cuenta de ese sentimiento de desconexión forzada del mundo que les acompañará el resto de su estancia.
Esta limitación al acceso a información y servicios extranjeros ha sido uno de los proyectos de mayor inversión del Gobierno Chino. De manera análoga a la “gran muralla” física que se levantó en el Siglo V para proteger a China de la invasión extranjera, la gran “ciber-muralla” se erigió en 1997 para preservar la soberanía del pueblo chino. Como dijo su líder Deng Xiaoping “si abres la ventana para que entre aire fresco, es posible que también entren algunas moscas”.
Lamentablemente, la protección de la soberanía digital se ha realizado en muchos casos a través de la intervención del Gobierno en productos desarrollados por empresas chinas, forzando a que estos incluyan puertas de atrás, o “backdoors” en inglés, que permitan obtener y analizar información sobre el uso que los usuarios hacen de los mismos. En otras palabras, espionaje y control en toda regla.
Estos “backdoors”, que han protagonizado sonados escándalos internacionales, permanecen cuando los productos traspasan las fronteras Tal es el caso por ejemplo del Smartphone BLU R1 HD, que accedía y enviaba a China información sobre las llamadas, mensajes y aplicaciones accedidas en el teléfono.
La controversia ha llegado a tal punto que productos de empresas punteras como Huawei o ZTE han sido prohibidos en EEUU. China deberá ser capaz de demostrar a la comunidad internacional que es capaz de desarrollar productos exentos de “backdoors” para devolver la confianza y poder así entrar en mercados donde a día de hoy no tiene acceso.
Así es China, un país lleno de retos y oportunidades, capaz de ser odiado y amado en partes iguales y que no deja indiferente a nadie. No sabemos si China llegará a ser líder mundial en 2050, pero lo que sí sabemos seguro es que seguirá dando mucho que hablar en los círculos de la tecnología.
David Purón es CTO en Barbara IoT, empresa especializada en desarrollo de Software y Firmware seguro para dispositivos conectados (‘Internet of Things’).