La arruga es bella. Así lo sentenció Adolfo Domínguez hace ya 40 años. Con palabras, con unos trajes de lino –hoy, otra vez de moda– que lanzó con su firma homónima y a través de las campañas que orquestó en torno a este nuevo fenómeno revolucionario en la industria, tanto en la forma de hacer moda como en la de vestir a la moda. Un empresario pionero en su oficio que llevó el negocio de sastrería que regentaban sus padres al siguiente nivel: un referente global en materia prima y buen hacer.
De Galicia al mundo. Un proceso natural en el devenir de esta empresa gracias a la visión futurista de su fundador. El mismo que lidera una serie de éxitos conseguidos, como el de haber configurado un alma explosiva y dinámica que, años después de coger las riendas y unos cuantos hitos sumados al historial, su primogénita Adriana sigue defendiendo ahora incluso con más ahínco. “A pesar de contar con 50 años de historia, somos una startup porque apostamos por la innovación. Yo misma la promuevo. Probamos y si vemos que no funciona lo desechamos y a otra cosa. Y eso es una startup”, confiesa Adriana Domínguez, actual presidenta ejecutiva de la marca, encargada de su notoriedad en los diferentes grupos de interés así como de su imagen exterior (además de hacer frente a las responsabilidades acumuladas de sus otros cargos dentro de la empresa: primero como directora general y luego como consejera delegada).
Desde la gestión de los procesos y el control de las fábricas, pasando por las decisiones de gobernanza y los asuntos institucionales, esta empresaria es la cara visible del cambio generacional dado en Adolfo Dominguez. Pero hay cosas que nunca cambian y siguen transmitiéndose de padres a hijos. En este caso, ella ha heredado de su padre la mente inquieta y el espíritu founder que hace que el proyecto corra por sus venas. “Ese legado, que conozco de primera mano, es muy intuitivo. No necesito leerme un brandbook para saber cuáles son las claves de la firma. Es algo cultural. Me lo sé porque he crecido con ello”, reconoce Adriana, quien –además de heredar el conocimiento– cree en los mismos valores que asentó su padre.
Una prueba de ello es el énfasis que, colección tras colección, pone en aquello que les caracteriza. “Mi intención en mantener vivo ese sonido propio que una vez nos distinguió del resto [hasta llegaron a colarse en los créditos de la serie Corrupción en Miami]. Esa gama cromática concreta y esas asimetrías, esos diseños y volúmenes…”, señala.
Y el lino. El tejido que encumbró a esta firma española, demostrando que la arruga que define al material puede ser tan bella como elegante. Pero es un asunto multifactorial lo que ha llevado a la firma a ser un referente dentro y fuera de nuestras fronteras. Si hablamos de cifras, la marca cerró 2022 con más de 114,2 millones de euros en facturación y un crecimiento de ventas del 24%. Ventas que progresan en el extranjero, aunque España siga siendo su mejor mercado, algo que a Adriana le hace especial ilusión porque “rejuvenecer y tener éxito en tu propio mercado es la mejor forma de renovar tu marca”.
El futuro ya está inventado
El futuro, para ella, se sostiene en el pasado. “Lo revisito a menudo para encontrar ahí el origen de nuestro éxito [principios de los 80]. Mi padre fue un pionero en ese cambio de transición que vivió España. Dio una nueva estética a una sociedad que estaba también cambiando su ética. Habló de modernidad y de la existencia de otra forma de hacer las cosas, también en la vestimenta. ¿Cómo? Por ejemplo, haciéndose eco de tendencias japonesas. Eso nos internacionalizó y desde entonces sigo esa estela”, se enorgullece Adriana. La arruga era bella y bella es su pasión por hacer de esta marca una referencia en sostenibilidad, un objetivo presente en todos los pasos y servicios de la compañía (fabricación, producción o alquileres de prendas).
La apuesta es verde, como la esperanza que tiene en esta industria de la que forman parte. Quiere hacerla más respetuosa con su entorno y para ello trabaja con la misma ilusión con la que su padre despegó la firma.