Suena tranquilizador que, en su propia web, a la pregunta sobre cuáles serían las ventajas y los retos del Euro Digital, el Banco Central Europeo (BCE) responda que “como todavía estamos investigando, aún no tenemos todos los detalles de la propuesta final”. Una de las claves de los inversores en el sector tecnológico es aprovechar los hypes para buscar oportunidades en esos otros ámbitos que han entrado en fase de invierno, pero se sabe que volverán a estallar.
Por eso, mientras unos compran APIs abiertas de inteligencia artificial (IA) generativa envueltas en celofán a precio de oro, otros vuelven la mirada a la realidad virtual y aumentada, la web 3.0 y el blockchain. Ahí están las monedas digitales de los bancos centrales buscando su momento, que no es fácil, no. En el caso del Euro Digital, a ver quién se atreve a poner el cascabel al gato.
Una investigación reciente de Mario Bellia y Ludovic Calès, del Joint Research Centre (JRC) de la Comisión Europea (que recordemos está ubicado en Sevilla), analiza tres escenarios de demanda del Euro Digital diseñados por el BCE y evalúa las diferentes reacciones de los indicadores de rentabilidad de la banca una vez se lance la nueva moneda digital (CBDC). Y ahí está el problema.
Los resultados indican que, si el mercado lleva a cabo una absorción ‘moderada’ del Euro Digital, se producirá una muy ligera disminución en el rendimiento del capital (ROE) de la banca, que pasará apenas del 4,3% al 4,1% de media. Sin embargo, si se produce una ‘gran aceptación’, el ROE se desploma sustancialmente, hasta el 2,7% en el caso de los bancos grandes y el 2,4% (casi a la mitad) para los bancos pequeños. Ese sería un palo realmente duro, de ahí la cautela.
En fin, lo que faltaba. En su ‘minuto y resultado’ sobre el asunto, el Atlantic Council contabiliza a 114 países, que representan más del 95% del PIB mundial, explorando una CBDC, frente a los 35 de hace tres años. Y 60 de ellos se encuentran ya en una fase verdaderamente avanzada, incluida la de lanzamiento (11).
No se trata de una excentricidad de autócratas. Desde diciembre pasado, todas las economías del G7 y 18 de las del G20 han pasado a la fase de desarrollo. El llamado Proyecto Cedar, que impulsan la Reserva Federal de Nueva York y la Autoridad Monetaria de Singapur (MAS), ha probado su capacidad para propiciar el uso de CBDC en pagos transfronterizos al por mayor utilizando monedas vehículo, es decir, monedas de gran liquidez que facilitan la negociación de otras de menor liquidez.
China atrae la mayoría de los focos porque su yuan digital llega ya a 260 millones de personas, y se va a expandir a la mayor parte del país este año. Con la amenazadora complicidad de Rusia, convertida ya en la economía que más está haciendo por las CBDC en muchas regiones del mundo, porque se han convertido en una forma de evitar las sanciones impuestas por la invasión de Ucrania.
“La CBDC tiene el potencial de proporcionar varios beneficios, pero su implementación requiere una cuidadosa consideración para garantizar la estabilidad financiera”, dicen los investigadores del JRC. ¿La ‘estabilidad financiera’ en juego? El escenario que preocupa en Europa es el siguiente: si se induce a los ciudadanos a trasladar parte de su liquidez de un depósito bancario a un monedero digital en euros, se podría producir una salida masiva de depósitos del sector bancario.
Esta desintermediación podría afectar al canal de préstamos, es decir, reduciría la disponibilidad de crédito y la rentabilidad de los bancos comerciales, que actúan como proveedores de liquidez gracias a su mecanismo de gestión de vencimientos: prestan a largo plazo a empresas y hogares mientras captan depósitos a corto plazo. Especialmente en el caso de las entidades financieras más pequeñas, los depósitos son una alternativa más barata a la financiación mayorista en los mercados de capitales.
La versión edulcorada de las CBDC que brinda el propio BCE es que facilitan el acceso al dinero del banco central, actúan como respaldo de los métodos de pago electrónicos, aumentan la diversidad de pagos y las operaciones transfronterizas y potencian la inclusión financiera. Por otro lado, algunos estudios sostienen que no debería haber ningún efecto si la moneda digital es similar al efectivo, ya que se trataría simplemente de la sustitución de una forma de dinero por otra.
Para mitigar las consecuencias de una adopción demasiado entusiasta del Euro Digital se está planteando ya la posibilidad introducir algunos límites a la disponibilidad. Por eso, el BCE quiere centrarse en una primera fase en una CBDC minorista, utilizada por el público en general, y dejar fuera al mercado mayorista. Una estrategia bastante diferente de la de la Reserva Federal de EEUU, que investiga la viabilidad permitir que los bancos comerciales emitan las monedas digitales utilizando tecnología de contabilidad distribuida.
Pero no caigamos en el error de mirar sólo hacia Bruselas. La clave de lo que vaya a suceder dependerá fundamentalmente de la respuesta de la banca al nuevo entorno, en especial de su capacidad para ajustar modelos de negocio, innovar y conseguir fuentes de financiación alternativas. El Euro Digital debe traer más eficiencia y menores costes de transacción, lo que juega en favor de la rentabilidad. La cuestión que probablemente traiga de cabeza a Christine Lagarde y a Ursula von der Leyen es cuánto tiempo queda para seguir dilatando la decisión.