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Forbes Entre Amigos | Miguel Ríos e Ignacio Quintana

A los que no somos famosos siempre nos llama la atención que los que sí lo son parecen serlo todos entre sí. Les vemos coincidir en eventos, en programas de la tele saludándose con una familiaridad y unos abrazos que parecen dar a entender que su amistad lo es “de toda la vida”. En FORBES hemos querido juntar a varias parejas de amigos, que sí lo son desde hace tiempo, para que nos cuenten cómo surgió su amistad y conversen tranquilamente el uno con el otro sin tema prefijado.
El cantante Miguel Ríos junto a Ignacio Quintana, director general de SpainMedia.

El encuentro entre el cantante granadino Miguel Ríos e Ignacio Quintana, director general de Spain Media, empresa editora de Forbes, tuvo lugar en las oficinas de la revista, situadas en la calle Almagro, en Madrid. Se habían conocido hace más de quince años, en un evento al que ambos estaban invitados por sus respectivas labores profesionales: uno, como amigo de la homenajeada, Ana Belén. Y el otro, en su calidad de ejecutivo del Grupo Prisa. El que conozca a Miguel Ríos sabe que el cantante cae bien de inmediato y que después de conocerle uno quiere llevárselo a casa. Pero Quintana, guitarrista aficionado y músico frustrado, ya le admiraba desde muchos decenios antes. Su trabajo de aquella época le permitió tener que involucrarse en la producción y grabación del que iba a ser el concierto de despedida del granadino de los escenarios. Afortunadamente, para todos, Miguel ha roto su palabra en varias ocasiones y sigue apareciendo en directo en más ocasiones de lo que se podría imaginar. E Ignacio logró uno de sus sueños: convertirse en amigo y manager (temporalmente) del cantante. Ahora, con los caminos profesionales nuevamente divergentes, la amistad perdura y se nutre con frecuentes encuentros. Su charla está, pues, salpicada de anécdotas y recuerdos.

PREGUNTA. Esta charla entre amigos está ligeramente descompensada, porque uno de vosotros es muy famoso y tiene miles de fans repartidos por toda España y parte del extranjero, y el otro no lo es en absoluto, al menos para el gran público, aunque también tenga sus “fans”, en el ámbito editorial español. ¿Desde cuándo sois amigos y cómo os conocisteis?

Ignacio Quintana: Nuestro primer encuentro personal se produjo el día en el que a Ana Belén le dieron la medalla de oro de la Academia de Cine. Ahí nos conocimos. Yo estaba trabajando entonces en el Grupo Prisa, editando la revista Cinemanía. Me invitaron y te conocí a ti, a Joan Manuel [Serrat]…

Miguel Ríos: Sí, la “corte de Ana”.

I. Q.: Fue en un hotel. Vosotros ibais vestidos como artistas y yo parecía un camarero del hotel…

M. R.: (Risas).

I. Q.: Años después te enseñé una foto que me hicieron esa noche y tú me dijiste que no parecía un camarero, sino que tenía “aires lorquianos”.

M. R.: (Risas). ¡Es verdad! Luego empezamos a trabajar, tiempo después, en el “Bye Bye Ríos” [se refiere al álbum en directo grabado en septiembre de 2010, durante la gira de despedida de Miguel Ríos y se publicó a finales de 2010 en formato disco-libro junto al diario El País], que fue algo providencial para mí. Se me ocurrió esa idea peregrina de retirarme…

I. Q.: ¡Era de verdad!

M. R.: Efectivamente. De hecho, si yo me hubiera arrugado en esos tres o cuatro años que tardé en volver, o si hubiera perdido la voz o me hubiera quedado calvo, no habría vuelto.

I. Q.: Lo que pasa es que después has ido mejorando en la voz.

M. R.: Yo me enrolé en hacer colaboraciones, con gente como M-Clan. Resultó imposible que pasara un duelo, porque nunca corté. Siempre me invitaban a cantar con alguien o a cantar en algo.

I. Q.: Nunca lo dejaste, a pesar de haberte “bajado del escenario”. Yo siempre te había admirado, antes de que me vistiera de camarero para conocerte aquel día. Cuando te bajaste del escenario después del “Bye Bye Ríos”, en cuya producción trabajé para el Grupo Prisa, tenía la sensación agridulce de haber trabajado en ese proyecto tan chulo y en la gira que montamos –con colaboraciones de muchos artisgtas, como Rosendo, Amaral, José Ignacio Lapido, etc.–, pero es que eso suponía “participar” en que te bajaras del escenario… Era algo así como una contradicción en sí misma…

M. R.: Yo recuerdo una cosa muy bonita que me dijiste en ese momento, que creo que fue entonces cuando comenzó nuestra amistad: “¡Qué putada! ¡Qué tarde he llegado para ser tu manager!”. ¡Era la primera declaración de amor que me habían hecho!

I. Q.: Tú también me dijiste una frase muy bonita: que soy el primer manager que sigue siendo amigo tuyo después de haber sido tu manager… Debe ser que lo normal es que suceda como en los matrimonios.

M. R.: A muchos compañeros les ha pasado lo mismo. Lo que sucede habitualmente es que el manager es tu manager…, pero al mismo tiempo es el aliado del que te contrata. Es una posición ambivalente, porque él va a seguir trabajando con más artistas, así que nunca se matan por ti del todo, porque “el negoci” [lo pronuncia en catalán], está al otro lado… Es lo que tú dices de los matrimonios: al principio, la belleza es insuperable y después llegan las desilusiones y al final se hace insoportable.

I. Q.: Para mí fue un experiencia super bonita.

M. R.: Y tú lo fuiste en una época jodida, en plena crisis y con un artista que iba con una orquesta de cincuenta músicos más una banda de rock… por toda España. ¡No se puede empezar con una prueba más difícil!

I. Q.: Yo me había enterado de que ibas a actuar con la Sinfónica de Granada, dirigida por Joan Pons y te llamé para comer y me dijiste que bajase a ver el concierto a Granada. Y fue después cuando yo te dije que ese espectáculo había que repetirse y que había que montar una gira.

M. R.: Yo te dije que cómo ibas a montar una gira así, que eso era muy difícil, que si sabías lo que era irte con un equipo de setenta personas a todo tipo de sitios… Porque te intentan colar cualquier recinto y hay que plantarse y decir que no quieres actuar en sitios en los que la gente no pueda estar sentada y con un aforo determinado y sin entrada gratuita. Para que se den esas circunstancias.

Hace cuarenta años se hacían cosas para 200.000 personas, y estaba muy bien, pero es que en esa época queríamos ganar la calle. Una vez ya establecido eso, de lo que se trataba es de que la gente viniese a vernos a nosotros, no de que se apuntase porque pasaban por allí…

I. Q.: Como estamos hablando para Forbes y en Forbes, como sabes, hablamos de negocios, hay una cosa fundamental y es que montar una gira con setenta personas ¡es una ruina! No salen los números casi nunca, porque hay que llenar recintos como el Palacio de los Deportes o el Teatro Real.

M. R.: Yo hice una gira en 1985 que se llamó “Rock en el ruedo”, con un escenario circular situado en el centro de las plazas de toros. El escenario era una especie de templete como los de las orquestas municipales: queríamos ese concepto, para que la visión fuese de 360°, sin columnas y sin nada, con cuatro o cinco toneladas de equipo de sonido e iluminación, más el tejado, colgadas. Tengo el record de asistencia a la plaza de toros de Las Ventas, 24.000 entradas, porque se podía ver desde todas las plazas de asiento y desde gran parte del coso… ¡y palmamos! Palmamos porque llevábamos tres escenarios , porque era un montaje de una complejidad tal para la gira que había que ir montando cada escenario en ciudades distintas para que diera tiempo a llegar desde la anterior y estuviera todo listo. Los gatos hidráulicos que subían todo ese material costaban ocho millones de pesetas ¡del año 1985! Cada uno de gatos para cada uno de los tres escenarios…

¡Esa es la historia del rock! Los Rolling Stones fueron los primeros que se dieron cuenta de que el que tenía que perder dinero era el promotor…, después de perder en varias giras de éxito. Al promotor le queda la gloria de haber contratado a los Rolling Stones.

I. Q.: Pues en el tema de la gira sinfónica me queda la gloria de haber ido contigo, que no es moco de pavo. Hay muchas anécdotas de las que ni te enteraste. La orquesta de música era de 54 músicos, pero no todos los días eran los mismos. El primer violín era siempre la misma chica, pero había otros que cambiaban. Un día, creo que fue en Córdoba, presentamos los papeles de los 54 músicos que creíamos que venían… ¡y había dos que habían cambiado! Y nos dijeron las autoridades que no se podía tocar porque había dos músicos que no estaban dados de alta, y quedaban tres horas para el concierto… Cosas así, de burocracia, surgieron varias, y tú no te enterabas.

M. R.: Yo me daba cuenta de ver caras diferentes de vez en cuando y me quedaba sorprendido de que se sentaran a tocar sin haber ensayados. Claro: yo vengo del concepto de banda de rock, que no sabemos leer partituras, y siempre teníamos que ensayar. Pero estos músicos eran buenísimos y tenían muy buen feeling.

Estos conciertos no eran de placer… Ahí estábamos para sufrir. Hay momentos de placer, claro, pero lo cierto es que en todos los momentos estaba con un miedo enorme a que pasara algo.

I. Q.: Sí, fue una gira de mucha tensión, porque había que estar pendiente de muchas cosas.

Cuando yo empecé a trabajar en Forbes tú y yo seguíamos trabajando tú y yo. Y un día en el que estábamos juntos me preguntaron si yo era tu manager y tú saltaste inmediatamente: “¡y de Forbes!”. Esa dualidad era como la cara A y la cara B de un disco. A veces me daba algún chasquido el cerebro por la diferencia tan notoria de un trabajo y otro.

M. R.: (Risas).

I. Q.: El día que hago el primer evento con Forbes –era un evento de transformación digital– y contraté el teatro Calderón y traje a un profesor de la Universidad de Columbus, una eminencia en transformación digital, y antes de que llegara a España me enteré de que tocaba el saxo. Y le dije que se lo trajera.

Monté el evento, pero añadí, para finalizar el acto, una pequeña actuación de quince minutos, con una cantante y a una teclista ciegas y quedó estupendamente. Después de una gira sinfónica contigo, eso estaba “chupado”.

En otra ocasión, hubo otro evento en el que le dábamos un premio a Florentino Pérez, que lo presidía la que entonces era presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, y teníamos al día siguiente un concierto benéfico, en el Wizink Center, en el que participabas tú y más gente, y en el camerino, durante los ensayos de un tema que cantabais juntos tres o cuatro cantantes, yo os sujetaba el papel con la letra y como ahora siempre hay alguien que te hace una foto, pues nos la hcieron. Al día siguiente, un amigo mío me mandó una foto en la que estoy recibiendo a Ana Pastor en el evento y otra en la que estoy contigo en el camerino, sujetando el papel. Y mi amigo me preguntaba: “de esas dos personas, ¿quién eres tú?”…

M. R.: (Risas).

I. Q.: Pues le dije: “soy los dos; la cara A y la cara B”.

M. R.: Como yo te he visto primero en el otro oficio, en el de la empresa, y he visto tu capacidad de trabajo y la cintura que tienes…

I. Q.: (Interrumpiendo, riéndose). ¡La cintura que tengo es impresionante! ¡Tengo un cinturón!

M. R.: Yo sabía que podías con todo. Para mi generación, el pluriempleo estaba a la orden del día. En mi juventud la gente tenía dos o tres trabajos. Lo que no eran es tan dispares y antagónicos como los tuyos…

I. Q.: Siendo tan dispares, llega un momento en el que tienes que parar, porque no puedes atender dos cosas diferentes durante mucho tiempo. Pero mi frustración vital es la de haber sido músico.

M. R.: ¡Tú eres un músico afortunado: porque no vives de ello! Lo bueno y lo curioso de esto es que nosotros lo probamos, lo hicimos, lo dejamos cuando hubo que dejarlo y no hemos perdido la amistad.

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