Oído en el Salón Náutico de Barcelona, el más importante de España, un país con 8.000 km de costa: “Estoy con el Rey, en el puerto, por eso no he ido al colegio”. No puedo dejar de reírme. Pero no tengo a nadie a quien contarle la historia, así que la comparto con el Twitter de Elon Musk, que perderá pronto su inocencia para convertirse en una plataforma multiservicio, al servicio del regreso de Trump a la Casa Blanca. Es cuestión de pocas semanas.
Una pequeña turba de “buscavidas” nos sigue. Cazadores de folletos, paseantes, aficionados, jubiletas y chavales… Son los mirones que se arremolinan porque se han enterado de que Felipe VI —imposible no verlo con su 1.97— ha venido a apoyar la economía azul. Lo recibe Luis Conde, Presidente del Salón Náutico y de Seeliger y Conde, la empresa de cazatalentos de referencia en España. El Rey es buen amigo de Gerardo Seeliger, antiguo fundador de la firma, que aún compite en la clase Finn (olímpica desde Helsinki 52) y que está al frente de Madrid Open City, el lobby auspiciado por Almunia en el Ayuntamiento de Madrid para impulsar la ciudad.
En la comitiva tras el monarca, la Armada, claro. Impoluta, de blanco, con su Almirante General, el vasco, Antonio Martorell Lacave al frente, que esa noche organizaba un cocktail en una goleta atracada en el puerto, la ministra Raquel Sánchez y Salvador Illa entre otros. Ni rastro claro de Ada Colau que está en precampaña para ganarse el cinturón rojo de la metrópoli. No deja de hacerse raro que el máximo representante de la ciudad no reciba al máximo representante del Estado, y siendo tan sólo prácticos, apoye a un sector en el que el puerto de Barcelona y la ciudad juegan un papel tan importante. La oportunidad de Barcelona como hub de la economía azul está en riesgo y Málaga está al acecho.
La náutica vive ese momento de esplendor que vivió el ski en los noventa, cuando dejó de ser un deporte para las clases adineradas. ¡Atentos! La economía azul es la llave de la popularización de la náutica que tiene en las redes sociales su mejor aliado. Fotografiarse en un barco es desde hace un par de veranos el nuevo símbolo de estatus, no cuesta mucho pasar una jornada a bordo, compartida con amigos, y solo tiene un peligro… que se te caiga el móvil al mar.
La jornada fue calurosa. El Rey aguantó la calufa, se quedó un buen rato viendo el T-Rex, el Mercury 600 caballos, el mayor fuera borda jamás construido (572 kg y 65.000 dólares de coste). Ni me imagino darle gas a semejante armatoste. La revista Nautik te cuenta todos los detalles.
Todos echamos en falta al neozelandés Grant Dalton (65), responsable de haber traído la 37º edición de la Copa América a Barcelona en 2024. Su hija ha tenido un accidente hípico en Nueva Zelanda y esto le ha impedido viajar. Su hijo, presente en el Salón, hizo de anfitrión en lo que se espera sea el disparadero de la náutica en el sur de Europa. Esta misma semana, Fabrizio Bertelli,, propietario de Prada, ha botado el prototipo del Luna Rossa (junto con Pirelli) para preparar el nuevo AC75, en Cagliari.
Hay mucho dinero en juego, y HAVAS se encargará de darle visibilidad publicitaria.
Para entrar en un barco siempre hay que descalzarse, y pedir permiso al armador. Así lo dice la cortesía náutica. En este caso, los barcos, que aún no están armados, son propiedad del fabricante. El Rey visitó varios. Para evitar descalzarse se enfundó una de esas pantuflas protectoras que parecen sanitarias. Me llama la atención de cómo los comportamientos más cotidianos acercan al Rey a sus súbditos. Su altura le mantiene en alerta, los tres barcos que visita tienen o bimini (el toldo protector contra el sol) fijo o una estructura fija con el mismo objeto. Si hubiese llevado la corona no entra, pero le bastó con agacharse.
En el que más tiempo estuvo fue en el De Antonio Yatch, un proyecto del exregatista y ahora emprendedor Marc de Antonio y de su socio Stan Chmielewski. Marc es un excelente comunicador, el proyecto es apasionante y “nuestro” y el Rey se quedó un buen rato. Seguro que existe una aplicación capaz de medir el retorno de un minuto real.
Marc —que comenzó en el diseño con su propio estudio, pero que nunca había diseñado barcos— me contó el éxito del proyecto que nació en 2012, tras algunos ajustes societarios, distintos lugares de producción y el desarrollo de la red de ventas. La idea es sencilla, un barco en el que se pueda caminar alrededor sin peligro, con seguridad y confort y una bañera para tomar el sol. Eso con todas las prestaciones técnicas de última generación. Este año De Antonio ya ha despachado más de 70 barcos y es fácil verlos cruzar entre Ibiza ciudad y Formentera en la mayor “pasarela náutica” que existe ahora mismo en el Mediterráneo.
En la comida, en el antiguo Ocean Drive, al borde del agua, a la que llegamos a bordo de dos minibuses, algunos de los armadores más famosos —José Manuel Entrecanales, con barba blanca, entre otros— arroparon al monarca que estuvo cómodo y bebió cava. Javier y Carlos Godó, Alfonso Rodés, Sánchez Llibre y así hasta un centenar de comensales que aman el mar tanto como el buen vino. Ni rastro de Aragonés y Colau. Es difícil entender que el máximo representante de la ciudad no reciba a la máxima autoridad del país, aunque no esté de acuerdo con el sistema que la mayoría ha aceptado que nos regule.
Navegar es más antiguo que conducir y que volar, claro. Asociar la náutica a las clases pudientes es una idea tan equivocada como pensar que solo conduce el que lleva un coche de lujo. Muy pronto verbalizar esta simple idea nos parecerá ridículo y el concepto de economía azul y sostenibilidad (que tanto preocupa ya en Baleares) será el tema de conversación.