Hace años, en los albores de la revolución digital (¡qué suerte ser testigo de una revolución no cruenta!), el que tenía audiencia tenía influencia (hasta rima y todo). La audiencia es un grupo de gente que sigue a tu medio (o a ti); la influencia, la capacidad para hacer que cambien de opinión o de voto (o de hábitos de consumo).
Hace no tanto, los medios de comunicación –diarios, radios, televisiones y revistas– eran los dueños de la audiencia en exclusiva. Y sus propietarios –editores, directores y periodistas– los sumos sacerdotes de la influencia. Peleaban por tenerla más grande (la audiencia) y vendérsela a los anunciantes (que les pagaban la nómina). También peleaban por la influencia. En los mentideros, las comidas, las sobremesas, los pasillos… Por el poder, en definitiva. Pero eso ocurrió en una galaxia muy lejana.
Cuando todo quisqui empezó a grabar vídeos en YouTube –contando su vida– la aristocracia del periodismo los desdeñó de manera altiva. Cuando los creadores de contenido –sin haber estudiado periodismo– lograron conectar con audiencias millonarias, los propietarios de medios buscaron jovenzuelos para imitar su estilo. Le dijeron a los anunciantes
que lo de la audiencia era “relativo” y que lo importante de verdad era su capacidad de influencia.
Pero a alguien se le ocurrió bauti- zar a los jovenzuelos como influen- cers; y ahí se lió la marimorena. Los anunciantes empezaron a contra- tarles directamente para llegar a su audiencia; los medios, a despreciar- les por intrusismo; y los influencers, a hacer pasta, mucha pasta.
¿Pero cómo discernir una noticia veraz de un simple contenido vanidoso? Algunos consejos: no confundas un vídeo entretenido con una información contrastada. Igual que te fías de unas Nike, no es lo mismo un artículo de Forbes o El País que un chascarrillo de TikTok. Las marcas importan porque a las marcas hay que defenderlas.
No se trata de que aprendamos a hacer lo que hacen los nativos digitales. Se trata de dejarles hacer. La lista de los mejores influencers de Forbes es sólo una hoja de ruta. Pero hay más… hazte tú la tuya propia.
¡Es divertido, ya verás!