Ciencia ficción. Esto no pasará, pero bien podría ser un guion que duerme en el cajón de algún productor. Tres golpes de mallete sobre la mesa. “El pueblo contra Instagram”. Se abre la sesión. Doce hombres sin piedad en el estrado. Ha habido que elegir bien sus edades. Los más mayores están mediatizados, ya que no tienen redes sociales, mientras que los que acaban de cumplir justo los 18 preguntan si pueden transmitir las deliberaciones por stories.
–¡No se permiten móviles en la sala!
Tampoco sacar fotos. Tan sólo un dibujante, que se gana la vida las tardes en los soportales de la Plaza Mayor caricaturizando guiris, bo- cetará lo que pase.
La denuncia es anónima y la fiscalía la ha admitido a trámite. El objeto del caso: “Instagram ha sido diseñado para acaparar la atención de los usuarios utilizando las mismas técnicas adictivas que provocan la ludopatía”.
De ganarse el caso, la red social de la vanidad deberá cerrar para siempre. En juego, no solo el increíble negocio de sus propietarios, sino también la cuestión de dónde quedarán archivados todos esos millones de datos biográficos que almacena (muchos de ellos falseados) de usuarios como tú y como yo.
Comienza el alegato del fiscal: “Señor juez, con todo el respeto, ¿tiene usted una cuenta abierta en Instagram? ¿Y alguien de su familia? ¿La tiene en formato anónimo, sólo para mirar lo que cuelgan sus hijos, o la utiliza de modo personal? ¿Se ha parado a pensar que ellos podrían hacer lo mismo y tener una cuenta para que usted la vea y otra para que no? Vengo a demostrar a este jurado que Instagram utiliza técnicas depuradas de los casinos, así como de los mejores servicios de inteligencia del planeta. Para Instagram, sus usuarios no somos más que cobayas humanas utilizadas para el negocio de la atención. Acapara audiencias para la venta de productos, pero a diferencia de la publicidad tradicional, no lo hace de manera libre…”.
Se busca guionista que continúe la trama de este relato. Me ofrezco a publicarle el resto de la historia.