Cuarenta años después la encuentro. Mide 15 cm por 8.5. Un camión Ford matrícula HGA 261T es el protagonista del reclamo como imagen principal. La segunda fotografía es una mesa de mezclas que apabulla. Es la entrada del primero de los dos conciertos, el del viernes 5 de marzo de 1982, en el que Miguel Ríos (77) hizo historia con su Rock & Ríos. Yo estaba allí. Tenía 16 años para 17, debí pedir permiso en casa y pagarme el concierto con mi paga, no lo recuerdo bien.
Mi entrada es la 04380. Encontrarla me emociona. Me ha acompañado mudanzas, amores, disgustos, roturas de huesos, hijos, aprendizajes y desesperanzas y nunca se perdió, como no he perdido el recuerdo de aquella noche que este viernes -otro viernes, cuarenta años después- volví a vivir en el Palacio de los Deportes (no me convence que lo llamen Wizink). Gracias a la vida que me ha dado tanto.
“El Gran Musical presenta Miguel Ríos. Conciertos y grabación en vivo del Rock & Ríos”, reza la entrada. Poco imaginaba Miguel que aquellos dos conciertos -el primero no se grabó porque la unidad móvil, la que aparece en la entrada no llegó a tiempo porque en la aduana no la dejaron pasar al faltar unos papeles-cambiarían la historia de este país, la carrera de Miguel Ríos y también marcarían mi vida. ¡Cómo iba a imaginar yo que aquel “El Gran Musical” que recomendaba sería una revista que dirigiría unos años más tarde y que moriría en mis manos como se apaga una canción a la que le hacen fade out! Y que la persona que cerraría aquella revista, Ignacio Quintana, sería luego manager de Miguel Ríos, y desde más de 25 años amigo mío.
La vida juega contigo como lo hizo aquel rayo láser verde que tengo grabado en mi retina y que se encendía cuando en el Pabellón Del Real Madrid, el lugar donde el club de baloncesto de Brabender y Delibasic sudaban la camiseta, se podía fumar, se podían meter dentro botellas de litro de Mahou. En el reverso se pueden leer las condiciones legales, que hoy son de risa: “La organización no garantiza la autenticidad de esta entrada”; “El poseedor de esta entrada perderá todos sus derechos al salir del local”. ¿Por qué hemos permitido que la informatización de la venta de entradas acabe con el diseño de tickets?, ¿cuántos diseñadores se destetaron con eso y con la cartelería de calle?, ¿cuántos buenos coleccionistas conservamos como recuerdo las entradas de tantas y tantas noches de pop y rock, y flamenco y jazz, vividas en aquel Madrid en el que te robaban la chupa pero la noche era más libre?
No tuve conciencia de lo que supondría aquel concierto hasta que Polydor, una filial de la holandesa Phillips, publicó el doble álbum testimonial. “Andrés, tú estuviste allí” es la dedicatoria que Miguel Ríos, tan querido por los músicos de este país, me estampó en la portada del vinilo original (referencia 2LP 26 79 090) hace unos años. ¿Cuándo fue Ríos consciente que aquella grabación, con el legendario popurrí de Leño, Topo, Tequila y el argentino Moris dejaría huella indeleble en la generación del baby boom, en los votantes de Felipe que estaban deseando mover sus caderas cuando todo iba mal?
Volví a ver el Rock & Ríos aquel año en Valencia, el 29 de septiembre a las 11 de la noche (¡vaya horas para convocar un concierto!) con la Orquesta Andalusí de Tetuan (¡vaya teloneros que elegía Miguel!). La entrada ya era más grande (21 cm x 10.5), -aun no eran iguales todas las entradas de una gira, eso no llegaría hasta el año siguiente con El Rock De Una Noche De Verano, ya con Leño y Luz Casal y los funambulistas Bordinis, patrocinado por KAS. La entrada del concierto de Valencia ya costaba 100 pesetas más. Aquella noche dormí en la estación de tren sobre un banco. Los ahorros no daban para tanto y me levanté reventado.
“Estoy reventado”, dice el granadino. Miguel Ríos, que siempre fue muy deportista, muy futbolero, y se ha cuidado muchísimo, resiente el esfuerzo de dos semanas de ensayos y está tan cómodo y tan cansado que no se corta en contárselo al público. ¿Cuántos de los que estamos hoy en el 40 aniversario de aquel concierto estuvimos entonces?, ¡qué más da! El Palacio de los Deportes no es el Pabellón del Madrid, ya no se fuma, te ayudan para que encuentres tu asiento, no hay rayos láser, parece que todos tenemos una opinión sobre si sonó bien o mal, no hay parrillas con chorizos humeantes en la puerta al salir, no huele a porro ni tampoco hay borrachos tirados por la lona.
Todo es más civilizado, como lo somos nosotros. Estamos más cultivados y eso es definitivamente mejor, más europeo, y también más aburrido. No hubo rayo láser, pero los golpes de batería del hijo del chileno Carlos Narea, con solo 18 años, me parecieron emocionantes. El chaval tocó con la misma batería de Sergio Castillo con la que se había grabado aquel disco. Como también me puso la piel de gallina el recuerdo al guitarrista Paco Palacios y a Manolo Tena, entre otros fallecidos en estas cuatro décadas. Ríos acertó con llenar el concierto de invitados y mantuvo en secreto -a mí me lo habían soplado- que Rosendo saldría a tocar Maneras de Vivir. Rosendo que hace tres años que ha hecho mutis destrozó el dicho y encendió su Fender Stratocaster para darle gracias al foro. Y Madrid se vino abajo. Y yo me puse a saltar y estos cuarenta años se me hicieron tres segundos. Porque Madrid lo mismo abraza a Pucho Tangana que a Rosendo Mercado (68) aunque se haya ido a vivir a Burgos, porque si esta ciudad te quiere lo vas a saber y en esta ciudad se quiere a los que la saben contar y cantar.
Al encenderse las luces, ya pasada la media noche, con el segundo mini de Mahou vacío y el bozal de nuevo al rostro, me invadió la perplejidad del paso del tiempo y volví a pasar por Los Torreznos, el bareto de la previa, y me fui caminando al cubil contento de estar aquí, de haber aprendido tantas cosas, indulgente con mis errores, satisfecho conmigo mismo y emocionado ante lo bien que sigue sonando la voz de Lele Laina en el primer álbum de Topo cuando canta: “Mis amigos, con lo que jugué dónde estarán, Mis amigos, con los que hice la revolución”.