Dice estar en su mejor momento, ese en el que los años no restan a su talento y sus ganas de hacer cosas, sino que los multiplican. Con un Goya en la mano por su última película, La boda de Rosa, y las entradas de teatro agotadas para verla en Prostitución, la poliédrica Nathalie Poza brilla también en su último proyecto televisivo, el papel protagonista del thriller policial La Unidad (Movistar+). La segunda temporada, que se estrena este mes, pone a la comisaria que ella encarna frente a su peor pesadilla.
¿Qué le atrajo de La Unidad?
Me lo ofrecieron casi de un día para otro y tomé la decisión enseguida. Me pareció un reto maravilloso. Una de las motivaciones es que está basado en personas reales de una unidad policial. Su trabajo es heroico, pero nadie les aplaude. Eso te da una responsabilidad mayor. Aunque estemos haciendo una ficción, cuando sabes que hablas de la realidad, te importa mucho estar a la altura.
Su personaje, la comisaria Carla Torres, es una mujer en la que muchas pueden reconocerse: autoexigencia de perfección, ser fuerte por encima de todo…
Sí. Yo no tengo nada que ver con ella, pero me gusta mucho hacerla. Me encanta ver qué me diferencia de mis personajes y qué tengo en común. Ella no se puede permitir caer. Es durísimo, pero de ello dependen vidas. Pese a todo, pone la misión por delante. El sentido del deber lo tiene pegado a la piel. Yo, como artista, pues no.
¿Y qué tienen en común?
Obsesiva soy. Para bien y para mal. Lo digo con cariño porque he aprendido a aceptarlo. Ella también es obsesiva con el trabajo en el sentido de que se mueve como pez en el agua en un trabajo tan extraordinario como este. Puede llevar operaciones a nivel internacional, moverse con políticos, empresarios, tiene que jugar con gente muy peligrosa. Ahí se mueve como una anguila. Pero, en su vida personal, entra en una consulta de una psicóloga y no sabe ni cómo sentarse. Eso para mí es oro en un guión, porque ahí ves al ser humano. A las mujeres en este tipo de profesiones les ha costado mucho llegar y no quieren verse retratadas como frágiles. Pero ellas, y todos los seres humanos, tenemos esa vulnerabilidad, esa contradicción constante en momentos de vértigo, de dudas, de no aprender de los errores y a mí me parece importante contarlo.
¿Qué Carla encontramos en la 2ª temporada?
Está de subidón, cree que lo tiene todo controlado. Ha superado una enfermedad. Tiene una relación armónica con su expareja y padre de su hija. La niña está bien. La unidad marcha. Y, de repente, le viene la gran hostia.
La trama es inesperada.
Sí, lo increíble, y la mala noticia para los espectadores es que esto ha pasado. No lo hemos inventado para darle un giro efectista y tener al espectador agarrado. Es real.
No es la primera vez que encarna a un personaje real. Lo hizo en Prostitución, pero ahí, al ser teatro, veía la reacción del público en directo. ¿Cómo fue?
Para mí ha sido la experiencia teatral más brutal. Nunca pensé que la interacción sería tan potente, a pesar de que lo que más se oía era el silencio, aunque suene paradójico. La atención que se generaba en el público era brutal. Nadie salía indemne. Todo el mundo salía con ganas de reflexionar, más consciente. Había días de ovaciones, otros de más silencio, pero siempre muchísima emoción. Esa es la magia de esta profesión. El poder comprobar que el arte transforma.
Ha trabajado con dos de las directoras españolas más importantes: Gracia Querejeta e Icíar Bollaín. ¿Con quién le gustaría trabajar?
No me atrevo ni a decírselo, y eso que somos amigas: con Isabel Coixet. Me apetece trabajar para directoras. He estado de jurado en el Festival de Cine de Mujeres y me quedé epatada, no sólo por el talento, sino por las historias. Se me abrió un mundo. Tengo dos propuestas sobre la mesa que son de directoras.
Un director le dijo que a partir de los 40 años no haría más papeles protagonistas…
Sí, le dediqué un [premio] Feroz. Me lo encuentro mucho y él no sabe ni que se lo dije a él. No había acritud en sus palabras. Para él era normal, se da por hecho. Fue doloroso. Pero la realidad es que al año me dieron un Goya y he hecho muchos papeles protagonistas.
A sus 50 años, ¿está en su mejor momento?
Totalmente. Tengo una lucidez que a veces me asusta, pero no la cambio por nada. Me siento mejor que nunca, vital, con ganas de hacer muchas cosas. Como dice Cate Blanchett, lo único que me duele es que no sé si me va a dar tiempo a hacer todo lo que quiero en la vida. Ahora entiendo a mi padre, que cuando se iba a morir me dijo: “es que no me viene bien ahora”. Hoy esta frase me emociona más que nunca.
¿Cómo ha vivido la pandemia?
Yo era un ser muy social. Ahora tengo un sentido de la introspección mucho mayor. Cuido más mi núcleo cercano. Profesionalmente, hemos sacado adelante el teatro como hemos podido. La pandemia nos ha demostrado que lo que no puede con nosotros es la necesidad del encuentro entre las personas. Si nos juntamos en un teatro es porque necesitamos lugares donde emocionarnos juntos, pensar, reír y llorar juntos. Es poderosísimo.
La cultura ha quedado muy maltrecha.
Poco a poco vamos saliendo. Tiene que haber muchas más ayudas. También hay quien se aprovecha de esa precariedad para apretar más. Como industria nos tenemos que unir para que eso no ocurra.
¿Qué retos se plantea?
Me gustaría desarrollar proyectos donde yo no sea necesariamente la actriz protagonista. Llega un momento en que no quieres trabajar al servicio de las historias de otros. –que es maravilloso y para lo que estoy entrenada– sino expresar lo que te late, entregarlo y compartirlo