Tras unas semanas de intenso trabajo llevaba tiempo esperando este momento: he reunido a mi familia para presentarles el presupuesto del próximo año. Para llegar aquí bien preparado, he invertido horas de aprendizaje visualizando informativos y programas de actualidad política, pues consideraba a los políticos como los verdaderos maestros de la presupuestación.
Me presenté en la cocina de casa con un pen drive porque los tiempos están cambiando. Iba a decir que atrás quedaron los tiempos del papel y de las filminas, pero la realidad es que tuve que ir a comprar uno, porque yo lo almaceno todo en la nube. También tuve que comprar un adaptador para poder conectar el susodicho pen drive a mi portátil. Eso, los tiempos están cambiando…
Quería empezar mi presentación de forma impactante. Llevaba días buscando una frase para comenzar mi exposición donde quede claro el camino que quiero marcar. Finalmente opté por “es el presupuesto con mayor gasto en la vida de esta familia”. Contundente, fácil de entender, impactante… Quizás absurda.
Para lograr una aceptación masiva he tenido que centrar el gasto en temas de gran popularidad: he mejorado el acceso a Internet en el hogar, incorporado más canales de televisión, incluso he añadido una partida para renovación del vestuario de los chavales. En algún momento pensé en ponerles clases de inglés, pero la formación no suele tener la misma aceptación y me mantuve firme incrementando solo aquellas partidas de gasto que podría aprobar sin negociar. Por ejemplo, le he ofrecido un coche a la niña, que ha aceptado gustosamente y me ha permitido incorporar una partida que me interesa mucho, que es comprarme un barquito para salir a pescar.
Creo que la ventaja que tiene la confección de este presupuesto es que una gran mayoría de partidas que estoy incluyendo me generarán gastos recurrentes los próximos años, por lo que no será complejo poder seguir firme en mi mantra de realizar presupuestos que generen cada vez un gasto mayor, demostrando así, indudablemente, el compromiso que tengo con mi familia.
He tenido algo más de dificultad en los ingresos, y de hecho el presupuesto no está del todo cuadrado (digamos que queda algo de déficit que espero resolver sobre la marcha, veremos). Básicamente he recurrido a endeudamiento a largo plazo. Siempre es más sencillo cuadrar los presupuestos cuando los ingresos los aportan otros. He hipotecado la vivienda familiar y con eso podremos cubrir el gasto corriente. Sé que no parece la solución más ortodoxa, pero es sencilla y hoy por hoy no excesivamente cara. También he computado un ingreso de algún premio de loterías, y es que tengo previsto jugar al azar. Confío en que algo toque, porque sino los presupuestos serán irreales e inalcanzables. ¿Acaso no es bueno ser optimista?
Pero saben qué, no estoy muy preocupado de que no se cumplan, porque yo seguiré siendo el padre de familia se cumplan o no. Eso no se cuestiona.
Pues inesperadamente la reunión con mi familia no ha sido un clamor en favor de mis presupuestos. En cuanto los vi con caras dubitativas frente a mi presentación, utilicé todos aquellos argumentos que había recolectado en mi visionado de telediarios: no voy a dejar a nadie atrás; saldremos de esto juntos; no se nos va a presentar otra oportunidad como ésta de modernizar nuestra forma de vida; saldremos más fuertes… y toda la serie de clichés aprendidos frente a la televisión.
Pero ni con esas. Tras mi invocación a Europa, a la igualdad entre miembros de la familia e incluso mentando la sostenibilidad como último recurso demagógico, comenzaron a lloverme argumentos racionales bastante más sólidos que mis consignas vacuas: estas cuentas son insostenibles a largo plazo; les quiero comprar con partidas que no son realmente necesarias; es un error recurrir a financiación a largo plazo para financiar gasto corriente; el endeudamiento que soportamos es excesivo y condicionará el futuro económico de la familia; no estoy invirtiendo en educación…
De mi escrutinio televisivo habría esperado otra respuesta: menos análisis, algo más de insulto, y un resultado final al que se llegaría tras incorporar yo algunas partidas-soborno para mis hijos y, por consiguiente, algo más de déficit y endeudamiento en las cuentas.
Como familia bien avenida y que lo que de verdad buscamos es lo mejor a corto, medio y largo plazo para todos nosotros, nos hemos sentado juntos, hemos establecido las prioridades de los próximos años, revisado nuestra capacidad de gasto e inversión, y conjuntamente hemos confeccionado de nuevo nuestro presupuesto. Realmente, éste es el presupuesto que necesitábamos.
Con respecto a mi fantasioso manual de consignas ingeniosas tomadas de los políticos, no caerá en saco roto. He pensado que podría usarlo en caso de decidirme a participar en una de esas llamadas “peleas de gallos” que de vez en cuando ven mis hijos. Creo que esas frases tendrán una perfecta acogida en estos eventos.