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La increíble historia del camarada Tarásov: el primer millonario ‘legal’ (y comunista) de la extinta URSS

Antes de que el petróleo, el gas o los diamantes regaran a los oligarcas rusos de una cascada de rublos, existió una primera generación de emprendedores que –en los últimos coletazos del comunismo soviético– aprovecharon el cambio de paradigma para hacerse millonarios reparando vídeos VHS o montando agencias matrimoniales.
Vladimir Lenin en un billete de rublos soviéticos de 1947.

En febrero de 1989, el programa de la televisión central soviética Vzglyad (algo así como «visión» en ruso) entrevistaba a un anónimo ciudadano de rostro anodino que frisaba los cuarenta años de edad. Se llamaba Artiom Tarásov y había acudido hasta los estudios moscovitas —por voluntad propia— para dar a conocer su extraña historia. Según su nómina, completamente legal y sellada por el gobierno, el mes anterior había cobrado de la cooperativa que dirigía un sueldo de tres millones de rublos (al cambio, unos cinco millones de dólares de la época), una cifra astronómicamente absurda teniendo en cuenta que a cualquiera de sus compatriotas apenas les alcanzaba para sobrevivir con los 130 rublos que ganaban en sus respectivos puestos públicos.

¿Cómo era posible que un camarada del pueblo, en medio de un régimen que condenaba la propiedad privada, pudiera acumular semejante capital? Lógicamente, su testimonio provocó entre los espectadores la misma cantidad de asombro que de indignación (aunque todo tenía una explicación). Esta es la increíble historia del primer millonario legal de la extinta Unión Soviética.           

El ocaso de estrella roja

El próximo 26 de diciembre se cumplirán treinta años de la desaparición de la URSS, acaecida en 1991, uno de los sucesos que mayor conmoción causó al mundo en la segunda mitad del siglo XX. Fue un desplome atropellado, tan fulminante como inesperado. Las vigas del sistema se fueron pudriendo poco a poco y el gigante socialista se vino abajo con la pesadez y estrépito de una plúmbea estatua antigua.    

Durante los años ochenta, la economía soviética se arrastraba a ritmo de quelonio oxidado. La agricultura no conseguía alimentar a todo el país (el gobierno se veía obligado, incluso, a importar cereales), en los mercados había escasez de bienes de consumo de primera necesidad (desde zapatos a jabón), los ferrocarriles se averiaban y las fábricas manufacturaban bienes de escasa calidad. El precio del petróleo había caído (afectando al flujo de divisas) y la sociedad rusa, en general, acusaba un problema generalizado de alcoholismo galopante y absentismo laboral. 

La ineficaz gestión estatal venía determinada por una suicida carrera armamentística en competencia con la de los EE UU. De cada 100 rublos que generaba la nación, un 88 por ciento se destinaban a la industria militar, un gasto y un esfuerzo que ahogaba las necesidades reales de los ciudadanos. Mientras tanto, una generación de jóvenes reclutas se desangraba, tristemente, en la absurda guerra de Afganistán y algunos territorios periféricos (como Kazajistán, Georgia o las repúblicas bálticas) reclamaban la independencia, amenazando a Moscú con un desmembramiento inminente.

Desde 1985, el Secretario General del PCUS era Mijaíl Gorbachov, quien —buscando un golpe de timón— había empezado a introducir notables reformas económicas en el jurásico sistema soviético, un viento fresco de cambio —la perestroika— que provocaría, sin embargo, ciertas disonancias en su obsoleta administración (un vacío legal del que bien sabría aprovecharse gente como Tasárov) .                         

De proletario a cooperativista

La URSS poseía unas dimensiones colosales, casi inconcebibles, una complejidad de pueblos y áreas geográficas por gobernar que no admite al describirse generalizaciones simplistas. Aunque desde 1922, el Partido Comunista dirigía el país con puño de hierro, sus políticas socialistas no fueron siempre uniformes a lo largo del tiempo, alternando en lo doctrinal periodos de intensidad con otros de relativa relajación.

«A finales de los años veinte, existió un periodo dentro de la historia soviética en el que el comercio privado estaba admitido y permitido«, explica a FORBES Alexander Dementyev, historiador y director del proyecto Rusia.Studio, dedicado al fomento de cultura rusa en español.

«Hasta finales de los cincuenta, por ejemplo, era habitual la existencia de pequeños negocios, como peluquerías, panaderías o tiendas de electrodomésticos, que funcionaban de forma parecida a una empresa particular. Algunos emprendedores disponían de una cantidad de dinero importante, a veces obtenido de forma legal y otras no tanto. También existían cantantes y actores famosos que disfrutaban de un estilo de vida lujosa», añade Dementyev. En definitiva, no todo el mundo vivía como un simple proletario. A pesar de ello, la forma más común de enriquecerse en la URSS crepuscular era a través del mercado negro y la especulación.

En 1986, Gorbachov decidió aprobar la llamada Ley de Cooperativas. Su objetivo era que afloraran a la superficie del sistema los 10.000 millones de rublos que, según una estimación gubernamental, se movían subrepticiamente en la economía sumergida. 

Con esta reforma, las nuevas cooperativas de Gorbachov recibirían los mismos derechos que las empresas estatales. A cambio, sus titulares se comprometían a pagar impuestos y llevar una contabilidad oficial (incluso podían abrir una cuenta en el banco, algo impensable poco tiempo atrás). Y es justo aquí donde aparece la controvertida figura de Tasárov, uno de los cooperativistas más activos de aquel momento histórico. 

El negocio con los televisores japoneses

«Aunque era licenciado en ciencias técnicas, su primera empresa fue una agencia matrimonial», nos explica Dementyev. En aquellos días, si uno no estaba censado oficialmente como residente en Moscú, era muy difícil encontrar empleo en la capital y los plazos burocráticos para inscribirse resultaban ser desesperadamente lentos. A Tasárov se le ocurrió un curioso atajo. Cualquier foráneo que se casara con una local, obtenía inmediatamente los papeles. Así que montó un negocio para juntar parejas de solteros.   

En sólo cinco días se apuntaron cuatro mil clientes potenciales, abonando cada uno de ellos una cuota inicial de 25 rublos. La cooperativa de Tasárov recaudó 100.000 rublos en apenas una semana, el tiempo que tardó el gobierno en enterarse de su actividad y cerrarle la agencia de contactos, una empresa considerada poco seria —o inmoral— para la mentalidad soviética.

Con el capital obtenido montó un segundo proyecto, dedicado al comercio exterior. «Era una mezcla de exportación de materia prima, compra de electrodomésticos y rusificación de software extranjero», señala Dementyev. Básicamente, lo que hizo Tasárov fue buscar a un par de ingenieros mañosos, darles empleo y ponerles a reparar electrodomésticos japoneses obsoletos (radios, televisiones, videos VHS) que compraba a precio de saldo. 

El truco era que sus chicos lograban extraer de los aparatos los componentes tecnológicos nipones que no estaban averiados y luego él se los revendía a su propio gobierno —colocándoselos como piezas de recambio sin usar— a precio mucho más elevado. Conseguir esos mismos artículos, como nuevos, en el mercado exterior suponía esperar unos plazos administrativos de uno o dos años, así que la gente estaba dispuesta a pagar lo que Tasárov pedía por ellos. 

«Su cooperativa se llamaba Tekhnika», puntualiza Dementyev, «y pudo prosperar gracias a la diferencia que había en el cambio oficial. Él compraba a precio de chatarra y vendía sus productos como tecnología japonesa de exportación«. Empezó a ganar tanto dinero que, prácticamente, no sabía cómo justificar tales ingresos millonarios. Y entonces, el escándalo le estalló en la cara. 

Por qué se destapó todo

En uno de esos típicos vaivenes pendulares del gobierno soviético, en enero de 1989, la administración decidió restringir la circulación de efectivo dentro de las cuentas de las nuevas cooperativas. En teoría, no podían realizar operaciones superiores a unos cientos de rublos al mes, una cifra muy inferior a la que la empresa Tekhnika estaba acostumbrada.   

«Ante la amenaza de poner en riesgo todo el negocio», explica Dementyev, «Tasárov, presidente y director de la cooperativa, se estudió la ley con atención y halló un subterfugio legal. El sueldo de los miembros de la empresa no tenía límite alguno y se establecía por decisión colegiada de sus órganos directivos». Así que cogieron todo el efectivo que la empresa había ganado en ese tiempo y se lo repartieron entre los socios, transfiriéndolo en concepto de nóminas mensuales de su sueldo (a pesar de que eran millones y millones de rublos).

Como Tasárov y sus socios no deseaban incumplir ningún apartado de la ley, pagaron religiosamente los impuestos, una cantidad tan inusualmente elevada (él sólo abonó más de 180.000 rublos) que disparó todas las alarmas de la administración. ¿Pero quién era ese tipo desconocido que declaraba ganar más en un mes que miles de ciudadanos juntos en toda su vida? ¿Cómo había logrado acumular tal cantidad de millones? 

Cuando empezó a ser investigado por las autoridades, Tasárov decidió ir a la televisión y hacer público su testimonio (antes de que otros lo hicieran por él). ¿Era millonario? Sí. ¿En un país comunista? Sí. ¿Había ganado todo ese dinero de forma legal? Sí. Ese era el resumen básico de su historia. 

El público soviético estaba horrorizado, pero al mismo tiempo también fascinado. Nadie pensó que la misma férrea URSS comunista que encumbrara a Lenin o Stalin pudiera alumbrar a un millonario, pero allí estaba Tasárov ante las cámaras de la televisión para demostrarlo. 

Y el sistema se vino abajo

Tras vaciar la caja de la cooperativa (su balance pasó de acumular 79 millones de rublos a presentar 25 millones negativos), la empresa quebró y Tarásov quedó expuesto a la opinión pública. «Atrajo la popularidad y simpatía de algunos grupos sociales», nos cuenta el director de Rusia.Studio, «pero también el odio y resentimiento de otros muchos». Un par de años después, sin embargo, la URSS desapareció súbitamente de la historia y el panorama político y económico del país cambió radicalmente.   

«Tarásov emigró a Inglaterra en dos ocasiones, donde intentó triunfar en los negocios, pero acabó regresando a Rusia», nos resume Dementyev. «Más tarde, probaría suerte en la política nacional, como candidato a la Duma, pero no tuvo éxito». También publicaría un libro de título revelador: Millonario: confesión del primer capitalista de la nueva Rusia

Sin embargo, nunca llegó a tener tanta popularidad ni riqueza como en aquella primavera del 1989, cuando conmocionó a todo la URSS con su testimonio televisivo. El camarada, cooperativista y acaudalado Tarásov falleció en julio de 2017, en Moscú, a la edad de 67 años. 

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