Te imaginas la escena desde fuera y te da la risa. Un hotel. Bastantes estrellas. Estás cansado y como solución, dado que aún no te puedes ir a dormir, decides pegarte una ducha. Te lo tomas con cierta calma, nunca has entendido a los que se pegan una ducha rápida, te recuerdan a los que desearían comer en pastillas por hacerlo más rápido. Buscas en Internet un antónimo de hedonista. No lo encuentras, con lo que lo único que se te ocurre es calificarlos de idiotas. No pretendes ofender, pero aquí, en materia de duchas, no vale lo de lo bueno, si breve, dos veces bueno.
El ritual tradicional. Toalla al suelo para los pies, algo de música. Creedence Clearwater Revival, un clásico que nunca falla. Entras a la ducha. Empiezas a mirar la alcachofa, grande y fija arriba, prometiendo un festín de agua templada. Diriges la vista a los mandos. Y ahí empieza a complicarse todo. Mueves el primero de todos, pero no pasa nada. Asumes que era el regulador de temperatura, con lo que mueves el otro. Tampoco pasa nada. La primera reacción es tranquila. Vuelves a intentar lo mismo, pero todo sigue igual. Cae una gota, fría y espesa, sobre tu cabeza. Notas cómo se va expandiendo por tu cráneo y, por algún motivo, empiezas a enfadarte.
En la calle hace mucho calor, pero has puesto el aire acondicionado a todo trapo, así que sientes algo de frío. El frío y el desnudo nunca fueron buena combinación, ¿verdad? Tu parte racional intenta imponerse y te concentras para pensar cómo lograr que salga agua. Dices: ¡Quizá moviendo ambos mandos a la vez! Pero nada tampoco. Te das cuenta de que lo racional era una estupidez, como otras tantas veces. Y, entonces, reaccionas como un gorila, estirando los «grifos» para ver si sucede algo, moviendo la alcachofa, buscando a tu alrededor algún botón.
Es paradójico, pero fuera suena Have you ever seen the rain?. Nunca una canción tuvo tanto sentido. Pasa alrededor de un minuto más. Tú, que te considerabas hasta reflexivo, asimilas que eres más zoquete de lo que piensas. Alternas pausas de varios segundos con intentonas compulsivas. ¿Qué pasaría si alguien viera esas imágenes? Menos mal que nadie ha filmado cómo te agachas buscando soluciones. Qué rara es la gente desnuda haciendo cosas cotidianas, se te pasa por la cabeza, como cada vez que atraviesas una playa nudista. Pero sigues en la ducha. Tocas incluso hasta las juntas de la mampara, por si la clave del misterio estuviera ahí. Cinco minutos después, no sabes cómo, lo consigues, sale agua, pero la ducha ya no sabe igual.
Has quedado, así que tienes que cambiarte rápido y salir pitando. Bajas a recepción y te das cuenta de que has olvidado la cartera en tu habitación. Llamas al ascensor para volver a subir. Impaciente, pulsas el número de tu piso, pero no se enciende la lucecita. ¿Le habrás dado suave? Sigue sin pasar nada. No puede ser. Otra vez esa sensación. Te duele la cabeza por detrás. Te duele la dignidad. Sacas la tarjeta de la habitación, la introduces en la ranura y la sacas, pulsando después tu planta. N-a-d-a. El hilo musical está poniendo alguna versión de medio pelo de una canción pop. El desayuno es de 07.00h a 11.00h. El honor de cero a cero. Entiendes, algo más rápido que en la ducha, que debes dejar la tarjeta adentro antes de pulsar el botón. Todo solucionado.
Pero se te ha quedado en la cabeza un runrún. Piensas, reflexionas y concluyes: ¿Por qué complicamos tanto las cosas? Te das cuenta de que en demasiadas ocasiones acostumbramos a rizar el rizo de forma innecesaria. Necesitamos reinventar la ducha para poner nuestro sello, una impronta personal que se celebre por su novedad, pero nos olvidamos de que lo importante es que siga funcionando de forma sencilla. Recuerdas todas las veces que, como algo parecía claro, le has dado demasiada complejidad, sólo por el placer de haber inventado una nueva fórmula. Entiendes que la decisión más inteligente la mayoría de las veces es replicar lo que funciona y existe, intentando hacerlo lo mejor posible, pero no inventándolo. Porque todos hemos construido algunas veces duchas como esta, hemos creado ascensores para superdotados… Y lo único que hemos hecho ha sido aumentar la frustración, la propia y la del que se enfrenta a ello.
Tienes una cosa clara. La próxima vez que te toque enfrentarte a uno de estos enredos innecesarios… Mejor hacerlo vestido.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.