Han pasado cinco siglos desde que uno de los escritores más grandes en lengua portuguesa, Luis de Camões, escribiera aquello de que «el mundo está compuesto de mudanza», una metáfora que en el último año ha cobrado un nuevo significado. Y el embajador de Portugal en España, João Mira Gomes (Lisboa, 1959), conoce bien esos términos: con una carrera diplomática de casi 40 años y después de recorrer buena parte del mundo en distintas misiones, hoy relata cómo, en los primeros días de la pandemia, todo el equipo de la embajada se dedicó a llamar, uno por uno, a todos los portugueses que se encontraban en dificultades para regresar a su país. En ese reparto de tareas, recuerda que a él le tocó lo mismo llamar a una estudiante que no se creía tener al embajador al otro lado de la línea, que llevarle personalmente la cena a una mujer encerrada en un hotel.
Estas y otras muchas situaciones que no resultaron tan fáciles de resolver fueron el día a día de este diplomático que acababa de llegar a su flamante residencia oficial de la embajada portuguesa en Madrid: «Hay muchas cosas para las que no estás entrenado, pero de la pandemia hemos aprendido a adaptarnos», confiesa alguien acostumbrado a ello. «A lo largo de mi carrera he estado en lugares muy distintos. En el 92 era el portavoz de una misión destinada en la antigua Yugoslavia para gestionar el alto el fuego entre Croacia y el ejército federal, y esa es una situación para la que nadie está preparado, pero al mismo tiempo fue una experiencia fantástica». Algo parecido a lo sucedido con la pandemia: «Antes era uno de esos escenarios de crisis que figuran en una lista, junto a otros como los ataques químicos o biológicos, pero nadie esperaba que sucediera», aclara. Lo que no quita que haya que «seguir trabajando, apoyando y promoviendo los intereses de Portugal y de sus ciudadanos, como sea y donde sea».
Para ello, él habla de distintas fases, que relata de una manera ordenada. «El primer objetivo fue ayudar a los ciudadanos portugueses en dificultades. En la segunda fase ya empezamos a ayudar a las empresas portuguesas a volver al mercado y a cooperar con España en la vuelta a la normalidad». Hasta la tercera y actual, un momento intenso e interesante en coincidencia con el final de la presidencia portuguesa en la Unión Europea: «Esto ha suscitado mucho interés en España, porque es un periodo muy importante, donde ha habido que gestionar las vacunas, las ayudas, toda la agenda verde, la digital, los temas sociales, las cuestiones de agenda exterior», enumera. «Hay muchas cosas que hacer con España, que no es sólo es un país vecino y hermano, también es amigo», remata.
Su agenda, apretadísima, le ha llevado en las últimas semanas a recorrer buena parte de nuestra geografía –incluyendo Andorra, país para el que también es embajador–, con objetivos muy diversos: «Tenemos algunas áreas de cooperación estratégica con España relativas al medio ambiente, la energía, la agenda digital, el sector agroalimentario, el turismo y las infraestructuras». Y por supuesto, la economía, en la que remarca los grandes planes que afectan a las líneas ferroviarias de Portugal y sus conexiones en un ambicioso plan que generará una línea que unirá el corredor mediterráneo con el atlántico, más allá de la conexión Madrid-Lisboa. «Es muy interesante, porque si miramos a los principales socios económicos de Portugal es con España con quien nos estamos recuperando de una forma más fuerte y dinámica», dice reconociendo sentir un moderado optimismo al respecto. «También es cierto que tenemos una duda que compartimos con España, que es qué va a pasar con el sector turístico, si vamos a tener un año más o menos normal, o no», confiesa. «De ahí que tratemos que las ayudas de fondos europeos lleguen lo antes posible», dice este europeísta convencido.
Las cifras de cooperación entre ambos países son un reflejo de otro dato que le satisface: «Creo que ahora la imagen que proyecta Portugal en España es mucho mejor que nunca, y esto sucede porque conocen mejor el país. Hoy el nuestro se ve como un país acogedor y con tradición, pero a la vez moderno, innovador y abierto a todos los que lo visitan. Y además, ¡donde se habla portuñol! Para colaborar más hace falta conocerse mejor».
Él, por su parte, conoce bien España desde niño, donde aprendió el idioma de forma autodidacta, al tiempo que recuerda aquellas primeras impresiones de nuestro país en sus largos viajes familiares por carretera: «En Portugal, antes del 74, no había Coca-Cola, ni se cerraba todo para dormir la siesta», bromea. Pero hay un aroma que permanece en su memoria, y es el de los bares de desayunos de la Gran Vía, donde se mezclaba «el olor a café con churros con el olor a tabaco». Tampoco olvida la pista de tenis donde, ya siendo adolescente, jugaba con su equipo júnior en el club de tenis de Chamartín, la misma pista en la que hoy entrena.
Nostalgias aparte, la suya es una profesión de futuro en la que una nueva diplomacia poscovid se abre paso: «Hoy hay una nueva diplomacia, la de las vacunas y las mascarillas, que antes no existían… Pero sobre todo es un momento en el que reflexionar sobre la importancia de la autonomía estratégica de la Unión Europea. Y aunque las grandes líneas de la diplomacia siguen siendo las mismas, creo que es una oportunidad para recuperar la confianza y redibujar la imagen de Europa y el papel que queremos que desempeñe en el mundo. Estas son cuestiones cruciales para definir nuestro futuro», sostiene. Y todo eso, sin olvidarse del principio esencial sobre el que se fundamenta su trabajo, que es «el servicio público».