El patrón de conducta de las familias estadounidenses está cambiando: ahorran. Las estadísticas nos dicen que entre 1980 y 2007 el ahorro siguió un patrón predecible y racional. Por lo general, la tasa aumenta después de cada recesión, lo que tiene toda lógica porque hay que pagar deudas y sanear el balance doméstico. Después, el ahorro se reduce a medida que retorna el optimismo y con él la alegría de las tarjetas de crédito.
Pero las estadísticas también nos están diciendo que este patrón no se ha reproducido durante la actual fase expansiva del ciclo. Según el Departamento de Comercio estadounidense, la tasa de ahorro individual, medida como la porción de los ingresos netos que los consumidores no gastan, aumentó desde el 3,7% en 2007, en el apogeo de la burbuja inmobiliaria, al 6,5% en 2010, un año después de que se diera por terminada la recesión. Pero lo verdaderamente novedoso es que desde entonces los estadounidenses han seguido ahorrando alcanzando una tasa del 8,2% en los primeros siete meses de este año. Las estadísticas indican que es el registro más alto desde 2012, cuando los ingresos se dispararon a medida que las compañías adelantaban el pago de dividendos y bonos por anticiparse a una subida de impuestos. En 2018, la porción del salario, dividendos y otros ingresos que los estadounidenses guardaron subió un 17% interanual, por encima del 5,2% que lo hizo el consumo privado y del 7,8% la inversión privada, según cifras recientemente revisadas del Departamento de Comercio. El diario WSJ recoge que los economistas apuntan, entre otras razones, al aumento de la cautela entre los consumidores afectados por la recesión de 2007-2009, los baby boomers, que se están preparando para la jubilación, y a la creciente brecha entre los ricos (que ahorran mucho) y los pobres (que ahorran poco).