Recientes datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) indican que las emisiones de CO2 vinculadas a la producción de energía aumentaron un 1,7% en 2018, totalizando algo más de 33 gigatoneladas. Las 560 toneladas métricas de incremento interanual equivalieron a las emisiones generadas por la aviación comercial en un año. La AIE ha subrayado lo que parece ser un hecho recurrente y es la correlación entre crecimiento y contaminación: a mayor crecimiento de la economía, más emisiones de CO2. El año pasado el PIB mundial creció un 3,7% (dos décimas más de lo que espera el FMI para éste) y el consumo de energía un 2,3%, una tasa que no se conocía desde hacía una década.
Aunque la eficiencia energética sigue mejorando gracias al aumento del uso de fuentes renovables, los avances siguen eclipsados ante la cruda realidad de que el consumo de combustibles fósiles creció hasta representar el 70% del aumento del consumo mundial de energía.
Un combustible fósil que sigue creciendo, a pesar de la activa oposición internacional, es el carbón. Otro informe, realizado por las organizaciones medioambientalistas Global Energy Monitor, Greenpeace India y Sierra Club, señala que si bien el número de centrales alimentadas por carbón en el mundo continúa reduciéndose –concretamente EE UU registró el mayor número de cierres de este tipo de instalaciones, a pesar de los deseos de Trump de proteger el sector del carbón– otros países, como China, India o Indonesia, son campeones en impulsar su construcción. Por ejemplo, China estaba levantando el año pasado centrales con una capacidad de generación de casi 129.000 megavatios, potencia que supera de lejos a las de los otros países que siguen apostando por el carbón para producir electricidad.