Aunque la tasa de fertilidad continúa cayendo, lo paradójico es que la población mundial no para de crecer, pero ello se debe a la muy diferente situación de según qué región. En concreto, los países menos desarrollados registran tasas elevadas de fertilidad, pero también de mortalidad. Según un estudio de la publicación científica The Lancet, en 1950 las mujeres tenían de promedio 4,7 hijos en su vida y en 2017 solo 2,4. Durante el mismo período, la población mundial casi se triplicó pasando de los 2.600 millones a los 7.700, pero, en la actualidad, 91 de los países recogidos en el estudio de la publicación están experimentando un descenso de sus tasas de natalidad por debajo de los niveles necesarios para que la población siga renovándose. Es lo que los especialistas llaman la ‘tasa de reemplazo’, es decir, la que permite que una población siga creciendo generacionalmente por sí misma. Hoy se estima en 2,05 nacimientos y casi la mitad de los países del mundo está por debajo, lo que significa que su población irá disminuyendo progresivamente si nada cambia, a menos que aumente significativamente la entrada de inmigrantes.
La otra cara de la fertilidad es la de los países en desarrollo, donde se registran niveles de hasta 7,1 nacimientos, como es el caso de Níger, lo que contrasta con los 1,3 de Japón y Singapur.