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Tecnología

Ventajas e inconvenientes de la IA en la creatividad humana

La verdadera cuestión no es qué puede hacer la IA, sino qué puede sustituir o disminuir.

Foto: Getty

Por naturaleza, soy un pensador con el hemisferio izquierdo del cerebro. A una persona con este hemisferio le gusta la lógica, la secuenciación, el pensamiento lineal, las matemáticas, los hechos y pensar con palabras. A un pensador del hemisferio derecho le gusta la imaginación, el pensamiento holístico y la intuición, y adora las artes, el ritmo, las señales no verbales, los sentimientos, las visualizaciones y soñar despierto. Aunque soy un pensador con el hemisferio izquierdo del cerebro, admiro muchos de los rasgos de los pensadores diestros, especialmente su creatividad.

Me ha ocurrido algo interesante desde que surgió la inteligencia artificial (IA) generativa. Gracias a varias herramientas de IA que transforman indicaciones verbales en imágenes muy creativas, he descubierto un nuevo nivel de creatividad en mí mismo. De repente, me he vuelto más imaginativo y cada vez más hábil a la hora de utilizar la IA como herramienta de expresión creativa.

Pero aunque me deleite en el hecho de que puedo tener un cerebro izquierdo con un cerebro derecho controlado por IA, veo serias dificultades en confiar en la IA para mi creatividad en lugar de aprender a dibujar o pintar, aprender a tocar un instrumento para hacer mi propia música en lugar de canciones creadas por la IA, y aprender a amar el arte a la antigua usanza a través de la educación artística.

Como alguien que lleva décadas pronosticando el impacto de la tecnología en la sociedad, he sido testigo de primera mano de cómo cada nueva ola de innovación trae consigo tanto promesas como peligros. Hoy nos encontramos en el umbral de una nueva era definida por la IA –en particular la IA generativa– y sus profundos efectos en la creatividad. Aunque la IA ofrece herramientas sin precedentes para la ideación y la productividad, cada vez preocupa más que su adopción generalizada pueda erosionar inadvertidamente los cimientos de la creatividad humana que ha impulsado el progreso durante siglos.

La capacidad de la IA para generar ideas, imágenes, música y texto a la velocidad del rayo es revolucionaria. Para los profesionales creativos, la IA puede servir como un potente acelerador, generando cientos de conceptos de diseño o ideas musicales en el tiempo que le llevaría a un humano crear sólo unas pocas. Este aumento de la productividad es innegablemente atractivo en sectores en los que los plazos son ajustados y la competencia feroz. La IA puede analizar grandes conjuntos de datos, identificar tendencias y sugerir combinaciones novedosas que podrían escapar a la mente humana.

Como ocurre con cualquier herramienta, la verdadera cuestión no es qué puede hacer la IA, sino qué puede sustituir o disminuir.

La historia nos enseña que las habilidades que no se ejercitan tienden a desaparecer. Del mismo modo que las calculadoras han embotado nuestra aritmética mental y los correctores ortográficos nuestra ortografía, la IA generativa amenaza con atrofiar nuestros músculos creativos si le dejamos hacer el trabajo pesado. Si los artistas, escritores y músicos dependen de la IA para inspirarse y ejecutar sus obras, su capacidad de innovación puede disminuir. Con el tiempo, esto podría dar lugar a una generación de creadores más adeptos a la ingeniería rápida que a los pensamientos originales.

Además, a medida que los contenidos generados por la IA se vuelvan omnipresentes, existe el riesgo de que el público –e incluso los propios creadores– lleguen a aceptar la mediocridad como norma. La chispa única de la creatividad humana corre el riesgo de ahogarse en una avalancha de música, arte y literatura generados por algoritmos, lo que conduciría a un mundo de uniformidad.

La creatividad no consiste sólo en producir algo nuevo, sino también en el viaje personal del descubrimiento, la emoción de la invención y la satisfacción del reconocimiento. A lo largo de la historia, los innovadores se han visto impulsados por el deseo de estatus, autorrealización y la esperanza de dejar una huella duradera. Si la IA puede replicar o superar instantáneamente la producción humana, ¿qué incentivo queda para que el próximo Mozart, Picasso o Curie supere los límites?

La economía de las industrias creativas agrava esta amenaza existencial. Si las empresas y los consumidores priorizan la rapidez y el coste sobre la autenticidad, los creadores humanos pueden quedar marginados, sus contribuciones infravaloradas o descartadas por completo. La consecuencia a largo plazo podría tener un efecto paralizador sobre la innovación, ya que menos personas estarían dispuestas a invertir el tiempo y el esfuerzo necesarios para dominar su oficio.

El declive de la creatividad no es un resultado inevitable de la IA, pero es un riesgo real si no actuamos con cautela. Proteger y alimentar la creatividad humana en la era de la IA requerirá un enfoque múltiple. Los marcos jurídicos deben evolucionar para salvaguardar la propiedad intelectual e incentivar la auténtica innovación. Los educadores y los líderes empresariales deben priorizar el desarrollo de habilidades, el pensamiento crítico y el cultivo de talentos humanos únicos. Y lo que es más importante, debemos resistir la tentación de dejar que la IA se convierta en una muleta, utilizándola en su lugar como una herramienta para aumentar –no sustituir– nuestro potencial creativo.

Sigo siendo optimista sobre las posibilidades que ofrece la IA. Pero el optimismo debe ir acompañado de vigilancia. El espíritu creativo es uno de los mayores activos de la humanidad, el motor del progreso y la base de la cultura. Supongamos que permitimos que la IA erosione ese espíritu por exceso de confianza y complacencia. En ese caso, nos arriesgamos no sólo a la pérdida de talentos individuales, sino también a un declive colectivo de nuestra capacidad de imaginar, inventar e inspirar. El reto que tenemos ante nosotros es aprovechar el poder de la IA sin sacrificar el valor insustituible de la creatividad humana. El futuro depende de nuestra capacidad para encontrar ese equilibrio.

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