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La incursión de la IA en el mundo del arte: ¿nuevos virtuosos o dilemas emergentes?

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La llegada de la IA a todos los ámbitos humanos es algo inevitable. Trabajo, hogar, ocio…. Su incursión es nada más que una cuestión de tiempo. El mundo del arte ya sufrió esta entrada en 2018, cuando la casa de subastas de Christie vendió un retrato titulado «Edmond de Belamy» por 432.500 dólares, consistiendo en la primera compra de una obra creada únicamente por IA. A partir de este momento, las bases, los juicios y los artistas temblaron con este nuevo terremoto cultural. Si ya este mundo flotaba en un consciente subjetivo general muy relativo, la llegada de estos nuevos virtuosos significa, desde luego, una vuelta de tuerca.

El pasado noviembre de 2024, la casa londinense Sotheby’s vendió por casi 1,1 millones de dólares un retrato de Alan Turing pintado por un robot humanoide llamado Ai-Da. Una cifra que al superar con creces las expectativas, dio a entender el deseo del público por esta nueva corriente. Este hecho, provocó un intenso debate acerca de las obras creadas por sistemas automatizados por si se deberían o no juzgarse como arte y qué lugar ocuparán frente al trabajo de artistas humanos.

En particular, Ai-Da, desarrollada en la Universidad de Oxford y equipada con cámaras en los ojos, un brazo robótico y un modelo de lenguaje que le permite hablar, representa un avance técnico que deja sin palabras. Su proceso creativo consiste en recopilar datos visuales y reinterpretarlos mediante algoritmos, lo que la ha llevado a producir piezas como un retrato de la reina Isabel II y, más recientemente, la obra subastada de Turing. Sin embargo, muchos expertos, como Henrik Hansteindirector de la veterana casa de arte Lempertz de Colonia– no están convencidos de que se pueda considerar «arte» a lo producido por una máquina que no posee intención, emoción ni experiencia humana.

Ai-Da en las Naciones Unidas, delante de su obra «AI God», vendida en noviembre de 2024 por 1,1 millones de dólares en Sotheby’s.

La discusión no solo gira en torno a la naturaleza artística de estas obras, cuestión que abre la ventana de la naturaleza divina de la IA en sí, sino también a temas legales fundamentales: ¿a quién pertenecen las creaciones generadas por inteligencia artificial? ¿Al programador, al proveedor de datos o incluso a los artistas cuyas obras alimentaron los algoritmos? Esta falta de claridad en torno a los derechos de autor y la propiedad intelectual representa un nuevo desafío para el mercado del arte, que tradicionalmente ha dependido de la autoría como pilar central de la valoración.

A pesar del escepticismo, hay quienes ven en este fenómeno una evolución inevitable del arte contemporáneo. Para Michael Bouhanna, vicepresidente de Sotheby’s, el entusiasmo de los coleccionistas y el interés que despertó la pieza reflejan una confianza creciente en la importancia del arte generado por IA. Esta demanda, argumenta, está comenzando a posicionar a estas obras como parte legítima del ecosistema artístico moderno, donde la tecnología no sustituye, sino que complementa nuevas formas de expresión.

Al igual que movimientos artísticos como el impresionismo o las vanguardias, el arte de la IA costará establecerse en la fina línea de lo establecido, sin embargo ya está redefiniendo los límites del arte y provocando una transformación en la manera en que se crean, consumen y valoran las obras. Aunque aún existe una fuerte resistencia desde sectores tradicionales, el hecho de que una obra de IA haya alcanzado cifras tan altas en una subasta de prestigio sugiere que este tipo de arte ha llegado para quedarse. El desafío ahora es comprender su lugar dentro de una historia del arte en constante evolución y establecer marcos legales y conceptuales que permitan su integración sin desdibujar la esencia creativa humana.