En una sala de conferencias de la oficina de OpenAI, el presidente de la empresa, Greg Brockman, analiza los “niveles de energía” del equipo que supervisa el nuevo modelo de inteligencia artificial de la empresa, ChatGPT. “En un espectro que va del ‘aquí huele a humo’ al ‘algo se está quemando’, ¿en qué punto nos encontramos?”, pregunta Brockman.
La respuesta es evidente. A los cinco días del lanzamiento de ChatGPT, millones de usuarios ya han sobrecargado sus servidores con preguntas del Trivial, peticiones de poesía y solicitudes de recetas de cocina. OpenAI ha enrutado silenciosamente parte de la carga a una supercomputadora de entrenamiento, miles de unidades de procesamiento de gráficos (GPU) interconectadas, construidas medida con sus aliados Microsoft y Nvidia, mientras que el trabajo a largo plazo de su próximo modelo, el esperado GPT-4, queda de momento segundo plano.
Mientras el grupo se apiña, los servidores con capacidad para ChatGPT aún rechazan usuarios. El día anterior, bajó durante dos horas. Sin embargo, en medio de la fatiga, esta sala llena de empleados, todos entre los veinte y los treinta años, disfrutan claramente de su situación en un momento histórico. “La IA será el tema de debate más candente de 2023. ¿Y sabes qué? Tiene sentido que así sea”, afirma Bill Gates, la persona responsable de un cambio de paradigma similar hace décadas. “Será tan importante como lo fue internet en su día”.
Los mercados están de acuerdo con Gates. Con un valor de 29.000 mil millones de dólares (después de un compromiso de inversión informado de 10.000 millones por parte de Microsoft), OpenAI –específicamente– Greg Brockman (34 años) y su jefe, el director ejecutivo Sam Altman (37), ponen rostro a una generación tecnológica única. Pero no están solos en el negocio.
Por ahora, Amazon respalda silenciosamente Stability AI (con un valor reciente de mil millones), cuyo impetuoso CEO, Emad Mostaque (39), aspira a ser el Amazon Web Services de la categoría. Hugging Face (2.000 millones) proporciona herramientas para gigantes como Intel y Meta para construir y ejecutar modelos competitivos por sí mismos.
Por debajo de los proveedores de IA generativa, en esta pila tecnológica en ciernes, Scale AI (7.300 millones) y otros brindan infraestructura de picos y palas. Por encima de ellos, se desarrolla un ecosistema de aplicaciones, canalizando la IA hacia un software especializado que podría alterar de forma revolucionaria el trabajo cotidiano de abogados, médicos, comerciales, periodistas… Bueno, de prácticamente todos.
No importa que los insurgentes de IA no sean competitivos en todos los ámbitos. Amazon, Google, Microsoft, Nvidia y otros ya les proporcionan la infraestructura necesaria en la nube para sustentar gran parte del sector. Google en particular, con sus enormes recursos y más de una década de investigación de aprendizaje automático, es ese “elefante en la habitación” del que es imposible sustraerse, explica el inversor Mike Volpi.
¿Desafíos sociales? Por supuesto. La IA implica un riesgo evidente en posibilidades de sesgo y discriminación, sin mencionar el uso indebido por parte de una mala praxis. Están surgiendo disputas legales sobre la propiedad del trabajo generado por IA y los datos reales que las inteligencias utilizan para ‘aprender’. Luego está el objetivo a largo plazo: una “inteligencia general artificial” autoconsciente que pueda reimaginar el capitalismo (la esperanza de Altman) o amenazar a la humanidad (el temor de muchos otros, incluido Elon Musk, en una proyección que recuerda a la película Terminator).
“LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL SERÁ EL TEMA DE DEBATE MÁS CANDENTE EN 2023”, AFIRMA BILL GATES. “¿Y SABES QUÉ? TIENE SENTIDO QUE ASÍ SEA”
Pero tras hablar con más de 60 investigadores, inversores y empresarios del sector, parece claro que esta nueva fiebre del oro relacionada con la IA tiene algo de lo que han carecido otras modas recientes: sustancia comercial práctica, incluso aburrida.
La carrera para integrar herramientas en los flujos de trabajo de las empresas, grandes y pequeñas ya ha comenzado. Las llamadas a código basado en IA, o API, se multiplicó por diez en 2022, con una mayor aceleración en diciembre, según el proveedor RapidAPI. Un estudio reciente de Cowen sobre más de 100 compradores de software empresarial encontró que la IA se ha convertido en la principal prioridad de gasto entre las tecnologías emergentes. Los modelos Chat GPT y OpenAI están llegando a productos de Microsoft, como Outlook y Word, y la mayoría de los fabricantes de software comercial están listos para seguir su ejemplo rápidamente.
Un cuarto de siglo después de que el programa Deep Blue de IBM derrotara al gran maestro de ajedrez Garry Kasparov, el cambio a la inteligencia artificial finalmente está aquí. “Es un momento emocionante”, admite Altman a Forbes, “pero creo que todavía es pronto”.
Este punto de inflexión de la IA también tiene sus raíces en Londres, la sede de Mostaque’s Stability. En agosto, inmediatamente después del lanzamiento beta del modelo de imagen de OpenAI, DALL-E, Mostaque lanzó Stable Diffusion, que permite a cualquier persona convertir instantáneamente una línea de texto en una obra de arte o convertir un selfie aburrido en un autorretrato dramático. A diferencia del modelo patentado de OpenAI, Stability no posee Stable Diffusion, que es de código abierto. Pero se ha convertido en la mayor fuerza impulsora y generadora de ganancias detrás del proyecto hasta el momento. En un día cualquiera, 10 millones de personas usan Stable Diffusion, más que cualquier otro modelo.
Hasta hace poco, la IA había sólo había existido en tres reinos. El primero fue el académico: hace ya más de una década que se publicó un artículo seminal que demostraba el poder de las redes neuronales como base clave del GPT y de otros grandes modelos de lenguaje (llamados así porque pueden escanear, traducir y generar texto).
El segundo fue demostrativo: Deep Blue creó una carrera armamentista de acrobacias y la unidad DeepMind de Alphabet finalmente generó ‘maestros robóticos’ en el ajedrez y el antiguo juego de mesa Go.
El tercero fue incremental: aplicaciones como Gmail, que funciona sin IA pero que contiene funciones de autocompletado.
Lo que ninguno de estos tenía era la magia de jugar con la tecnología de primera mano, lo que hizo de Stability un gran avance. Su viralidad de la noche a la mañana fue suficiente para que los inversores ofrecieran a la compañía una valoración de 1.000 millones de dólares y más de 100 millones de financiación en agosto, dentro de las dos semanas posteriores a su lanzamiento, prácticamente sin ingresos.
Pero ahora, la IA Generativa se ha disparado de un modo exponencial. El grupo de música electrónica Chainsmokers ha utilizado Stable Diffusion para renderizar un video musical y Mostaque predice que pronto se usará para generar películas completas. El Museo Dalí en St. Petersburg, Florida, está utilizando DALL-E para ayudar a los visitantes a visualizar sus sueños, y una herramienta de generación de imágenes similar a la startup Midjourney provocó indignación en línea cuando se usó para crear una obra de arte que ganó un premio en la mayor feria estatal de Colorado.
“Creo que este es un momento Sputnik”, afirma el CEO de Stripe, Patrick Collison, exjefe de Brockman, quien espera con ansias las herramientas de IA para traducir videos de YouTube en vivo y agruparlos por temas identificados por IA.
A medida que proliferaba Stability, OpenAI ya había decidido dejar de lado ChatGPT para concentrarse en alternativas centradas en el dominio, guardando la interfaz para una versión posterior más grande. Pero en noviembre, cambió de rumbo. Y en enero, cuando el sistema de escuelas públicas de la ciudad de Nueva York prohibió ChatGPT en sus ordenadores y un profesor de Wharton que probó el programa le dio un simple aprobado en un examen final, la compañía ofreció una versión de prueba a algunos usuarios. “Stable Diffusion arrojó una bomba al hacer las cosas mucho más accesibles”, comenta Pat Grady, inversor de Sequoia y patrocinador de OpenAI. “Logró que toda la industria se enfocará mucho más comercialmente”.
Stability’s Mostaque despidió a todo su personal durante las vacaciones (él mismo dormía la mayor parte del tiempo, interrumpido solo por llamadas de pánico alimentadas por GPT de los directores de las mejores universidades del Reino Unido), con la idea de que 2023 se volvería agotador mientras trataba de enfrentarse cara a cara no solo con OpenAI sino con los gustos de Google y Meta. “Va a irse todo al carajo”.
Sin embargo, las tecnológicas más grandes del mundo parecen haber aceptado al fin el desafío este 2023. En Google, los fundadores herméticos Sergey Brin y Larry Page regresaron a la sede tras recibir un ‘código rojo’ lanzado por el CEO, Sundar Pichai, para abordar el problema ChatGPT y sus similares.
En Microsoft, el cofundador retirado hace ya mucho tiempo, Bill Gates, explica a Forbes que ahora pasa aproximadamente el 10% de su tiempo reuniéndose con varios equipos sobre las hojas de ruta de sus productos en relación con la IA.
Google debería tener la ventaja. En 2017, sus investigadores inventaron y desarrollaron la ‘T’ de Transformer que lleva GPT y publicaron un artículo sobre estos ‘transformadores’ que –al analizar el contexto de una palabra en una oración– consiguen que los modelos de lenguaje fueran mucho más prácticos. Uno de sus autores, Aidan Gomez, recuerda implementar la tecnología primero en Google Translate, luego en Search, Gmail y Docs.
Sin embargo, la forma en que se usa principalmente permanece aún fuera de escena o en apoyo de productos publicitarios (la mayor parte de sus ventas), lo que no obtiene el asombro del consumidor. De los ocho autores de aquel artículo, seis han dejado Google para iniciar sus propias empresas y otro saltó a OpenAI.
En cambio, Microsoft parece estar a punto de convertirse en el líder de la industria. En 2019, Brockman y su equipo se dieron cuenta de que no podían pagar la informática a gran escala que necesitaría GPT con el dinero que habían podido recaudar como organización sin ánimo de lucro, incluso de personas como Peter Thiel y Musk. OpenAI creó una entidad con fines de lucro para dar capital a los empleados y enfrentarse a los patrocinadores tradicionales, y Altman se incorporó a tiempo completo.
El CEO de Microsoft, Satya Nadella, comprometió mil millones de dólares para OpenAI en ese momento y garantizó una base de clientes grande y creciente en su servicio en la nube, Microsoft Azure.
Ahora, la inversión de 10.000 millones de Microsoft se traducirá en la implementación de Chat GPT en todo el paquete de software Office de Microsoft. El analista de RBC Capital Markets Rishi Jaluria, que cubre Microsoft, imagina un mundo de “cambio de juego” –en un futuro cercano– donde los trabajadores conviertan documentos de Word en elegantes presentaciones de PowerPoint con solo presionar un botón.
“Durante años, la pregunta sobre big data recurrente en las grandes empresas era cómo convertir todas esas hordas de datos en conocimientos que generen ingresos para la compañía”, afirma el cofundador de FPV Ventures, Pegah Ebrahimi, ex director de información de la unidad de banca de inversión de Morgan Stanley.
Ahora, los empleados se preguntan cómo pueden implementar herramientas de inteligencia artificial para analizar catálogos de videos o integrar chatbots en sus propios productos.
GOOGLE, QUE LLEVA AÑOS INVESTIGANDO EN IA, DEBERÍA PARTIR CON VENTAJA, PERO PARECE QUE MICROSOFT VA A LIDERAR ESTA INDUSTRIA
El gran debate sobre esta nueva era de la IA gira en torno a otro nuevo acrónimo: AGI (Inteligencia General Artificial), un sistema consciente de autoaprendizaje que teóricamente podría superar al humano
Ayudar a desarrollar dicha tecnología de manera segura sigue siendo la misión central de OpenAI, dicen sus ejecutivos. “La pregunta más importante no será cómo hacer progreso técnico, sino qué valores humanos hay detrás”, dice Brockman.
Desde Stability, Mostaque se burla de este concepto y lo juzga como equivocado: “No me importa demasiado AGI. Si quieres hacer AGI, vete a trabajar con OpenAI. Si quieres obtener cosas que lleguen a la gente, acude a nosotros”.
Los partidarios de OpenAI –como el multimillonario Reid Hoffman, que donó a su organización sin ánimo de lucro a través de su fundación benéfica– afirma que alcanzar un AGI sería una bonificación, no un requisito para el beneficio global.
Altman admite que ha estado “reflexionando mucho” sobre si reconoceremos a AGI en caso de que llegue. Actualmente cree que “va a ser una transición gradual”. Sin embargo, los investigadores advierten que el impacto potencial de los modelos de IA debe debatirse ahora, dado que una vez ya lanzados, no se podrán retirar. “Es como una especie invasora”, avisa Aviv Ovadya, investigador del Centro para Internet y Sociedad de Harvard. “Necesitaremos formular políticas a la velocidad de la tecnología”.
Las leyes de derechos de autor son otro campo de batalla. Microsoft y OpenAI son el objetivo de una demanda colectiva que alega ‘piratería del código de los programadores (Getty Images demandó recientemente a Stability por captar ilegalmente millones de fotos de sus fondos).
Aún más peligrosos son los actores que podrían usar deliberadamente la IA generativa para difundir desinformación, por ejemplo, videos fotorrealistas de un motín violento que en realidad nunca sucedió. “Confiar en la información es parte de la base de la democracia”, explica Fei-Fei Li, codirectora del Instituto de Inteligencia Artificial Centrada en el Ser Humano de Stanford. “Y la veracidad de la misma se podrá ver profundamente afectada”.
La era de la IA ya está aquí. Es un hecho.