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Victoria Prego: “La información cuesta dinero”

Afirma, divertida, que a ella no le gusta que la “sigan en Twitter” como si hablase de una turba de paparazzi que la vigilan y acosan mientras va a comprar el pan. La tecnología, advierte, se la tiene jurada y la prueba es que su ordenador esta mañana no funciona… aunque el zumbido de los correos electrónicos que le llegan al móvil nos acompaña durante toda la entrevista. Bosteza discreta e inofensivamente, pero tiene excusa. No cree en la conciliación, ayer llegó de la radio a su casa de madrugada y ahora acaba de volver de la televisión. Necesita un té para despejarse –fue corresponsal en Londres– y un vaso de agua para que no se le quiebre la voz.

Está dispuesta a posar para el fotógrafo pero impone sus condiciones: se pintará los labios primero. Va a responder a las preguntas pero también lo hará en sus términos: con matices, sin “binomios idiotas”, con pasión y sin esconder sus dudas cuando las tenga. Su esgrima es elegante pero la espada está muy afilada y corta igualmente. Nadie en su sano juicio le pediría una opinión en 140 caracteres. El filo de su decepción le cortaría rápidamente las alas. Matices, diría, quiero hablar con matices.

Llevas más de 40 años de ejercicio profesional y eres experta en la Transición. ¿Ha sido la prensa española menos libre que ahora desde finales de los setenta?

La prensa fue en un momento dado, en los primeros años de la Transición, muy libre. Ahora no es que la prensa no sea libre, sino que está condicionada por sus deudas. Eso no significa que sea sicaria de los dueños o de sus acreedores, pero hay algo que la limita. Añoro a esos viejos editores de periódicos que no querían hacer negocio, sino hacer periódicos. Eso, con los digitales, puede volver a suceder.

Justamente, acabas de fundar un nuevo digital con Casimiro García-Abadillo…

En el Elindependiente.com el 51% de las acciones es de los periodistas. Nadie nos va a decir por aquí sí o por aquí no. Nadie. Y eso es libertad. Creo que ser libre es posible cuando tienes unas dimensiones reducidas, porque si formas parte de un grandísimo conglomerado mediático, ya la cosa cambia. Hay intereses estratégicos de la empresa que se convierten en intereses políticos. No digo que esos intereses se impongan, sino que condicionan.

Has sido subdirectora y adjunta al director de ‘El Mundo’. Antonio Fernández Galiano, presidente de Unidad Editorial, ha dicho en octubre en una entrevista que la línea editorial del periódico, “la impone y la dispone el consejo de administración”.

Esto es nuevo. La línea editorial del periódico El Mundo la han decidido siempre el director junto con el equipo de opinión y los redactores jefes. Hasta ahora, las empresas esperaban que los periódicos tuvieran influencia y lectores, y que los periodistas firmasen temas propios, buenas noticias y marcasen la agenda… y no se metían en su trabajo salvo que un interés estratégico del negocio quedase dañado. Supongo que lo que quería decir [Fernández Galiano] es que los principios generales –ser liberal, ser europeísta– los marca el consejo de administración, pero no ha hecho una precisión suficiente. La línea editorial de un periódico la marca su director y no debe ser de otra manera jamás.

Hemos hablado de medios pero no tanto de periodistas. Parece claro que la mayoría de los periodistas españoles viven diferentes grados de precariedad. ¿Es posible ser precario y libre, esa precariedad es una garantía de vasallaje?

Ser precario es una amenaza de vasallaje, no una garantía. La explotación económica de un periodista, sobre todo si está solo y es autónomo, es una hipoteca sobre su libertad.

Merece la pena recordar aquí el caso de las mujeres. Parece obvio que en una sociedad en la que las madres son las que más se ocupan de los hijos, la combinación entre precariedad y falta de conciliación les deja muy poco espacio en las redacciones. ¿Es el periodismo una profesión machista?

No. Es una de las profesiones más liberales y siempre lo ha sido. Las mujeres no cobran menos que los hombres por hacer el mismo trabajo. Es verdad que el periodismo es una profesión invasora, porque no tiene ni horarios ni límites. Por lo tanto, la conciliación será eternamente imposible. Todo hombre y toda mujer que se dedique a esto tiene que pagar un precio altísimo por lo que se refiere a su familia y tiene que cuidarla como buenamente pueda, que se puede.

En España existen aparentemente cada vez más medios ideológicos o de partido. Los ideológicos defienden su ideología antes que los hechos; los de partido defienden los intereses de determinadas organizaciones políticas. ¿Este fenómeno es más abundante o esos medios, simplemente, hacen más ruido?

No, no. Es más abundante y es más peligroso. La adscripción de un periodista a un partido es lo contrario al ejercicio de la profesión de periodista. La ideología es otra cosa: me parece perfecto que haya medios con una determinada línea ideológica, que militen; los ciudadanos, que tienen acceso a mucha información gratuita y no son imbéciles, sacarán sus propias conclusiones. La objetividad es una aspiración, un ideal casi exigible pero, como es inalcanzable, nos tenemos que conformar con la honrada subjetividad.


Fotografía: Diego Martínez

Pero si un medio no sólo tiene una ideología sino que es militante, puede terminar publicando únicamente lo que coincida con sus prejuicios y con los de su audiencia.

Tener una ideología no te obliga a manipular la realidad. La ideología te condiciona a interpretar la realidad desde una posición determinada. Tienes la obligación de ser honrado contigo mismo. Otra cosa es que manipules los hechos o los ignores deliberadamente porque no convienen a lo que piensas. Eso sería no ser periodista, sino propagandista.

La polarización política de la sociedad hace que muchos lectores busquen informaciones que confirmen sus prejuicios. Quizás el periodismo de partido o militante sólo sea una expresión de la sociedad a la que pertenece. Es difícil hacerse oír sin ser partidista o militante.

Sea difícil o no, esa batalla hay que darla hasta la última gota de nuestra vida. No podemos caer en las dicotomías idiotas en las que algunos se instalan y que, para la generalidad de la población, son fáciles de comprar. Los periodistas que tengamos un poco de vergüenza debemos seguir actuando en los términos de siempre: en los matices, en las reflexiones, en las dudas. No podemos abandonarlos de ninguna manera. Yo me dedicaré a eso hasta mi último aliento.

Pero resulta difícil ser imparcial o, como decías, honestamente subjetivo si pensamos, como se ha empezado a hacer, que el periodismo es un servicio al cliente y que, como tal, busca agradar a su audiencia, cuidarla y evitar decirle muchas veces lo que no quiere oír.

En ese sentido, el periodismo no debe contar con la opinión pública como un cliente, sino como un ciudadano inteligente y con criterio y darle la información que el periodista posee en ese momento guste o no guste, agrade o no agrade. La estética del producto, de un programa de televisión o de un periódico, sí pueden responder a los gustos del cliente; los hechos, la información, no.

Una parte de la información política en España es espectáculo y eso es una muestra de querer agradar al cliente, al espectador…

Pero no ocurre sólo en España sino en todo Occidente. Es una tendencia social, un error, una amenaza, un peligro, porque la política se convierte en una simpleza y aparecen dicotomías como los buenos y los malos, los ricos y los pobres, los jóvenes y los viejos o la izquierda y la derecha… cuando la realidad es mucho más compleja. Los mensajes que se emiten últimamente tienden a estos binomios idiotas y falsos.

¿Hasta qué punto los medios no confunden a sus audiencias con los perfiles más activos, populares y vociferantes de las redes sociales? Tú cerraste tu blog porque algunos de los que lo comentaban insultaban y agredían. Había muchos más lectores, pero te fijaste en ésos.

Pero yo dejé mi blog no porque me insultasen, sino porque se insultaban entre sí. Yo no estaba dispuesta a ser una plataforma en la que unos ciudadanos se agredieran, porque me revienta. Por eso no me gusta Twitter. Ahí es donde aparece lo más miserable de la sociedad. Antes no lo veíamos pero ahora está a la vista de todo el mundo y no quiero darles la voz. Hay personas reflexivas e interesadas pero, si quieren comunicarse, prefiero otras vías.

También hay medios que confunden a los lectores con los ‘clics’.

Lo de los lectores y los clics es un timo. Hay gente que compra los clics, empresas que te los venden robotizados. Las agencias de publicidad ya no se creen que los lectores sean clics ni que reflejen el número de lectores de una noticia. Haciendo la ronda de anunciantes para Elindependiente.com, he comprobado que ahora las empresas están más interesadas en el tiempo que ha estado el usuario dentro de la noticia, que tiene un valor. El imperio de los clics ha terminado.

Aunque muchos periódicos tratan a los lectores como clientes, no han conseguido que paguen por la información y se sienten a merced de los anunciantes. ¿Eso es así de real o se trata más bien de una exageración depresiva?

Podemos llegar a estar a merced de los anunciantes si gestionamos mal la empresa. Para empezar, la información cuesta dinero. Si no pagas a un periodista, no es independiente, no es libre y no puede hacer una buena información. Yo sólo veo una solución: unos anunciantes que no extorsionen y unas subscripciones que, además de información, ofrezcan al lector otros servicios personalizados que le hagan sentirse especial. Ahora mismo, en España, un medio diario que quiera cobrar por transmitir noticias no tiene ninguna posibilidad.

A veces, los anunciantes no presionan a nadie. Algunos redactores y directores se autocensuran sin necesidad de que les diga nada un anunciante. ¿Hasta qué punto la autocensura no es peor que la censura?

La autocensura siempre es mucho más peligrosa, porque es gratuita. Hay anunciantes que presionan pero también hay periodistas y medios que presionan a anunciantes para que les pongan publicidad a cambio de no hablar mal de ellos… y eso es intolerable en una sociedad democrática. Los anunciantes no denuncian lo que les ha ocurrido y prefieren pagar.