Hay que haber amado mucho algo para criticarlo de forma implacable. Tiene que doler como un miembro fantasma. Marta Fernández (Madrid, 1973), reportera hoy en El País, fue durante dos décadas presentadora de informativos en Telemadrid, CNN+, Cuatro y Telecinco antes de abandonar la televisión, el año pasado, desengañada con el medio y con las falsas promesas de algunos de sus directivos. En Forbes ofrece su versión de lo que ocurrió, contradice mucho de lo que se contó entonces y lanza, como misiles, los motivos de su desengaño. Su sonrisa es un signo de fortaleza. Y Marta, casi siempre, sonríe.
Has escrito sobre “el veneno de la televisión”. ¿A qué te refieres?
Me refiero a la banalización de las cuestiones serias hasta convertirlas, sobre todo, en espectáculo y show. Aquí no hablo únicamente de los típicos programas de telebasura, que no engañan a nadie, sino todavía más de aquellos que se cuelgan la etiqueta de culturales o serios. Yo he hecho TV durante 20 años y, al principio, apuntaba los temas que se discutían en las reuniones de contenidos en unos cuadernos. Cuando comparas aquellos cuadernos –todavía los tengo– con lo que se hace hoy… te das cuenta de hasta qué punto han cambiado las cosas. Hace 15 años, las noticias de política se analizaban y se contextualizaban, mientras que ahora basta con poner las declaraciones cruzadas de los líderes de los partidos. Entonces, dejábamos espacio para libros que no eran superventas… y hoy o los libros que se mencionan son de Dan Brown o se hace pasar el desfile de Victoria’s Secret por una noticia cultural.
También hay cierto ‘seguidismo’ entre cadenas…
Los directivos de TV, como los de otras ramas del negocio, son bastante conservadores y se atreven poco con los nuevos formatos. Por eso, tenemos ahora en muchos canales programas de jóvenes talentos buscando el éxito. Por eso también, se le da un gran protagonismo a la meteorología en los informativos en cuanto hace mal tiempo y se despliega a gente a Teruel para demostrar, como si hiciera falta, que allí nieva en enero. Es más peligrosa la polarización política que no sólo refleja sino a la que también contribuye la TV. Las tertulias políticas se parecen mucho a Sálvame, con personajes ideológicamente rígidos, que nunca llegan a acuerdos y que, a veces, siguen a pies juntillas el argumentario que les envían los partidos. Actúan como si fuera un reality. Eso es lo comercial y eso es lo que, quizás por la poca inclinación que tenemos los españoles a ceder y alcanzar soluciones de compromiso, parece gustarle a la audiencia.
Las críticas a la televisión han sido durísimas últimamente con las tragedias del niño Gabriel o de Diana Quer…
No seamos hipócritas. La TV ofrece lo que mucha gente quiere comprar. Además, también hay periódicos que presentan las informaciones de un modo lamentable como, sin ir más lejos, uno que explicaba cuánto tuvo que sufrir Gabriel con un estrangulamiento que duró minutos. Recordemos, igualmente, que a veces se ocupa una hora de tertulia radiofónica en denunciar el comportamiento de la TV con estas tragedias y que eso les permite seguir hablando del tema. Por supuesto, nadie dice que la TV no frivolice en ocasiones o falte al respeto a las víctimas. Reconozcámoslo aunque sea tremendo: la TV se queda enganchada con jóvenes criminales o víctimas desaparecidas que dan bien a cámara como el asesino Miguel Carcaño, que poseía un oscuro atractivo, como Marta del Castillo, que era una niña preciosa, Diana Quer, que era una adolescente bellísima, o Gabriel, que era un niño adorable. Otras familias con chicos desaparecidos se han preguntado por qué a los suyos no se les prestó la misma atención.
¿Por qué dejaste la televisión?
Tuvo que ver con mi desengaño con el medio y con algunas circunstancias. Me encontré con que mis jefes me ofrecieron cambiar de franja horaria y que me ocupase del informativo matinal de Telecinco. La idea era competir con Antena 3, donde Espejo Público había adelantado su inicio. Les dije que, si queríamos competir, necesitábamos algo más que a un equipo de cinco personas incluyéndome a mí, porque en Antena 3 eran muchos más. Me contestaron que no y yo comprendí que esperaban cambiar el resultado, simplemente, cambiando de presentador. No sólo era una batalla perdida, sino también una trampa perfecta: si salía mal, era un fracaso tuyo y, si salía bien, te quedabas indefinidamente sufriendo con un equipo mínimo. Primero, me vendieron que era un informativo de autor. ¿Con cinco personas?, les pregunté. Bueno, matizaron, puedes meter vídeos de gatitos y YouTube… ¡Qué más da! –dijo alguien– ¡Si a esa hora sólo ven el informativo las mujeres!
El año pasado te incorporaste a ‘El País’. ¿Te has podido librar de la imagen de superficialidad que os acompaña a todos los presentadores atractivos de la televisión?
Es verdad que existe el prejuicio de que los que trabajan delante de una cámara tienen las neuronas comidas por el teleprónter. Va en el sueldo. Yo llevaba años firmando artículos en revistas culturales y, como mi nombre es muy común, me han preguntado con sorpresa muchas veces si era yo realmente la misma persona que escribía en Jot Down. A esto se suma el prejuicio que existe con las presentadoras atractivas, a las que se cuestiona más que a sus colegas masculinos. Al final, sientes que no valoran tus años delante de la cámara, después de los reportajes que has hecho, de los guiones que has escrito o de los hechos que has cubierto, elecciones presidenciales estadounidenses incluidas. Da igual. Algunos te recordarán siempre como un busto parlante. Dicho esto, también hay que reconocer que la tele puede ser muy generosa: algunas de las personas que me leen lo hacen porque les produce curiosidad mi etapa en la TV; Espasa me publicó una novela hace algunos años porque la gente me conocía de la TV.
Tras los acosos sexuales contra mujeres en las industrias audiovisuales en EE UU, tengo que preguntártelo. ¿Has sufrido acoso? ¿Has sentido miedo?
He vivido el machismo y me ha perjudicado pero no, nunca me he sentido acosada ni por jefes ni por compañeros ni por fuentes. Sin embargo, es cierto que, durante mi etapa en la TV, había espectadores que me enviaban mensajes de acoso y uno de ellos llegó a presentarse en el estudio de Telecinco. Ahora, ya fuera de la tele, lo que me ocurre es que un hombre me escribe cartas a casa diciéndome que sabe dónde he estado, con quién me muevo y lo que hago. Me da incluso la hora y el lugar en el que se encontraba mientras me vigilaba. Pone en el remite de los sobres su nombre, apellidos y dirección. No se oculta. El otro día me lanzó una caja de madera al balcón, y vivo en un tercero. No sé lo que quería decir; no había nada dentro. Fui a la policía, que me trató de maravilla, y los agentes me dijeron que no podían hacer nada, que no había quebrantado ninguna ley.