Como entrenador, tuvo que jubilar a la Quinta del Buitre contra la voluntad de millones de españoles y de sus miembros, que no sólo eran leyenda sino también sus amigos.
Como madridista, no le da miedo afirmar que el club de sus sueños –al que intentó llegar durante diez años en los que le rompieron el peroné dos veces en los campos de barro de Segunda División– ha perdido algunos de sus valores históricos, que Guardiola es el último gran revolucionario de este deporte y que la enorme desigualdad entre los grandes y los pequeños, entre el Madrid y el Éibar, reduce el atractivo del fútbol. Por fin, como director deportivo merengue, acabó enfrentándose contra su voluntad al antagonista que lo derrotaría, José Mourinho. Aunque esté cerrada, la herida de aquel conflicto, que supuso que Florentino Pérez lo destituyera, todavía le duele en el recuerdo. Quizás perdona, eso sólo él lo sabe, pero no olvida. Es verdad que los periodistas tampoco le dejamos olvidar.
Cuando fuiste director deportivo del Real Madrid tuviste que enfrentarte a una situación muy delicada que al final terminó provocando tu salida. Me refiero a la relación con Mourinho.
Yo soy una persona que cree en el consenso y que hasta ese momento creía imposible no alcanzarlo cuando dos personas inteligentes estaban frente a frente. Esa relación [con Mourinho] me demostró que eso no siempre es posible. Cuando el conflicto se hizo público, me refugié en los valores del club, que es un club discreto y que no anima polémicas. No muchos de los valores sobreviven. Aquello me permitió ir tirando durante la temporada hasta que Florentino Pérez tomó su decisión. Mi compromiso no era con José Mourinho, sino con Florentino.
Tú tienes talento como negociador. ¿Cómo buscas los consensos de los que hablas?
A través del diálogo, pero no siempre resulta posible. Hay gente que es alérgica al diálogo, que prefiere espectacularizarlo todo y llevar los temas no a un despacho, donde nos podemos poner o no de acuerdo, sino a una rueda de prensa donde todo resulta más complejo y más desagradable.
¿Crees que en las empresas españolas y en el fútbol sabemos despedir a alguien con elegancia?
No me parece que sea un rasgo específicamente español. Poner el punto final es siempre muy difícil. En la empresa, las cosas son más difusas; en el fútbol, hay una fecha de caducidad y el último que lo suele entender es el futbolista. Se hace muy difícil la ruptura: fue así con Di Stéfano y con Casillas. Cuanto más gloriosa es la historia de un jugador, más difícil se hace el adiós, por exceso de respeto.
Has escrito un libro, ‘Los 11 poderes del líder’. ¿Qué es un líder para ti?
Es alguien que trabaja sobre el estado de ánimo de la gente para potenciar su competitividad y también para procurar un ambiente de distensión. Es verdad que hay otra manera de alcanzar el liderazgo, que es a través del miedo, y que eso funciona muchas veces en las distancias cortas, pero a costa de la felicidad de la gente. Yo no creo que a eso haya que llamarlo éxito. Luego también hay directivos que se atribuyen los éxitos y que echan la culpa al equipo por sus fracasos. El éxito sólo tiene sentido si uno puede compartirlo.
Háblame del liderazgo de Maradona.
Era un liderazgo técnico. Era un tipo que tenía un poder superior desde que empezaba hasta que terminaba el partido. Dentro de la cancha era valiente, era espléndido, generoso… era feliz. Sobre todo tenía la capacidad de dotar de confianza a su equipo y de intimidar al equipo contrario.
¿Puedes compararme el liderazgo de Guardiola con el de Mourinho?
No quisiera entrar en la cuestión de Mourinho, porque parece que hablo desde el resentimiento y la verdad es que no tengo ninguno. Tengo una opinión clarísima de los dos modelos. Guardiola es el último revolucionario del fútbol mundial y el penúltimo se llamó Arrigo Sacchi. La revolución de Guardiola tiene un padre, que fue Johan Cruyff, y, a la herencia de Cruyff, Pep le puso método, es decir, posesión de la pelota, fútbol atacante, presión adelantada, sentido del espectáculo… Es el fútbol llegando a su techo.
Hablando de techos altos, ¿qué es Messi para Jorge Valdano?
Messi es un genio de ésos que nacen cada 25 años. El anterior fue Maradona. La diferencia entre Messi y Cristiano Ronaldo es que Messi es un genio y Ronaldo es un fenómeno. Los fenómenos tienen más mérito, porque no nacen con todas las ventajas naturales con las que nacen los genios; se las tienen que trabajar.
Se cumplen ahora 30 años del mítico enfrentamiento de Argentina e Inglaterra en el Mundial del México, que tenía la guerra de las Malvinas como gran telón de fondo.
El día anterior al encuentro yo decía que era el partido ideal para que se equivocaran los imbéciles que confunden fútbol y política. Lo que me quedó clarísimo 30 años después es que el imbécil era yo. Se mezclaron durante el partido –en la cancha y también a golpes en las gradas– y desde entonces no se ha hecho más que hablar del tema político.
Has publicado hace poco ‘Fútbol: el juego infinito’, que aborda la globalización del fútbol. Tú aseguras que el fútbol ya antes era universal.
Eso es. El fútbol siempre fue universal pero la globalización lo potenció como industria. Arribaron grandes capitales que se hicieron con grandes clubes y empezó un período de comercialización del fútbol que ha alterado sus principios sin modificar su capacidad de seducción.
¿Qué principios ha alterado?
El principal es la acumulación de la riqueza en unos pocos clubes y jugadores, algo parecido a lo que ha hecho la globalización con la sociedad. Los grandes clubes son cada vez más grandes y los pequeños luchan por sobrevivir. Uno de los principales atractivos del fútbol es que cualquiera puede ganarle a cualquiera y sin eso pierde fuerza. Cada vez parece más un milagro que un Éibar le empate a un Real Madrid.
Esto quiere decir que Messi y Neimar no están viviendo el fútbol como lo viviste tú…
A mí el fútbol me transformó como persona. Siempre digo que la pelota fue para mí como un vehículo. Primero me sacó de mi pueblo, luego de mi país, luego me relacionó con gente a la que admiro muchísimo como Benedetti, Vázquez Montalbán o Vargas Llosa. Ahora es distinto. A Neimar o Messi los reclaman porque son los héroes de este tiempo. El fútbol y el futbolista han cambiado su estatus. Tienen más gente detrás –representantes, abogados, familia…– que contribuye a su divinización. Por eso es más fácil que pierdan su camino, que se confundan.