El mito dorado que en realidad no lo es. En su 69ª edición, el Balón de Oro viaja a las vitrinas de Ousmane Dembélé. Con 33 goles, 13 asistencias en 59 partidos y la Champions League conquistada con el PSG, el francés ha firmado una temporada histórica. Y sin embargo, el símbolo de su consagración esconde un secreto que pocos conocen: el Balón de Oro no es de oro.
Creado en 1956 por la revista France Football, el premio nació como reconocimiento reservado a jugadores europeos. Lo fue hasta 1995 cuando se abrió a futbolistas de cualquier nacionalidad en clubes europeos, y desde 2007 a todas las ligas bajo la FIFA. En 2018 se incorporó la versión femenina, marcando un hito de inclusión. La lista de quienes no lo alzaron como Diego Maradona habla tanto de sus reglas iniciales como de su prestigio.
Una historia oculta que vale la pena conocer
El trofeo es obra de la joyería parisina Mellerio, fundada en el siglo XVI y con raíces en la Val d’Ossola italiana. La misma casa fabrica la copa de Roland Garros. El proceso de fabricación es tan artesanal como sorprendente. El balón nace de dos semiesferas de latón que se sueldan y se vacían para rellenarse con polvo de cemento, en una operación delicada que exige hasta 15 horas de trabajo.
Se monta luego sobre un pedestal de pirita y, finalmente, se sumerge en un baño de oro. El acabado es impecable, pero el valor de mercado ronda apenas los 3.000 euros, lejos de las cifras astronómicas que podría sugerir su nombre.
Para que nos entendamos: por las horas de fabricación habría que darle un balón de oro al artesano que lo fabrica. Su coste quizá pueda decepcionar a todos, pero la precisión de los detalles y el trabajo artesanal que hay detrás llenan ese vacío hecho solo de dinero y cifras.
El valor real: simbólico e incalculable
El Balón de Oro no es un objeto de lujo en términos de materiales. Es, más bien, un símbolo universal de excelencia futbolística, un sello de consagración que trasciende el oro físico. En este sentido, su “pobreza” material contrasta con la riqueza de significado: ganar el trofeo multiplica contratos, reconocimiento y legado.
Ousmane Dembélé lo sabe bien: al levantar el balón que no es de oro, se convierte en el rostro de un año inolvidable, demostrando que el verdadero valor del trofeo no está en su aleación, sino en la historia que carga.
