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Quiénes son ‘la pija y la quinqui’, los creadores del pódcast al que irá Pedro Sánchez

Fotografía: Alberto Saguar.

Si hubiese que hacer una lista de fenómenos en el sector del podcast durante el último año, La Pija y la Quinqui estaría en los primeros puestos. Y eso que la idea nació sin muchas pretensiones, con una cocina de fondo y un equipo de andar por casa.

La culpa la tuvo Carlos Peguer, quien se hartó de escuchar programas después de la pandemia y le dijo a su amiga Mariang (sí, terminado en g): “¡Oye, vamos a montar algo juntos!”. Y este es el resultado: Rosalía presentando disco con ellos, millones de visitas e interrupciones en cada terraza de bar para decirles: “¡Buah! Me encanta tu programa”. Forbes se sienta en su plató para hablar de meritocracia, fama y salud mental.

Lleváis más o menos un año con el podcast y todo el mundo habla del programa. ¿Trabajo, suerte o un poco de las dos?

Carlos: Suerte y curro. Pero creo que más suerte que curro; cualquiera se lo puede currar.

Mariang: El curro es un pilar fundamental, aunque no es definitorio. Si comparas lo que hemos currado con el producto que llega, no cuadra. Haciendo una regla de tres, con el tiempo que invertimos, el resultado debería ser mucho mejor.

Lo digo porque en este país parece que todo el que triunfa lo hace por talento y esfuerzo, que la suerte no cuenta. Supongo que la meritocracia es para los ganadores.

M.: Para mí el mérito es trabajar mucho un día y comprarme un risotto. Es lo único en lo que creo. Estoy un poco harta de esos discursos liberales importados de EE UU que intentan calar a la población joven, sobre todo por redes, con cosas del tipo: “¡Tío, yo empecé con tres euros en el banco y ahora estoy ganando doscientos millones porque lo más importante es creer!”. Y tú crees, crees y crees, pero nada. ¡Porque la realidad es que se ha girado totalmente la rueda! La generación de antes pensaba ‘estudia sólo aquello que te dé trabajo’ y la de ahora piensa ‘estudia lo que quieras porque nada te lo va a dar’.

C.: Nosotros estuvimos en el sitio y el momento indicados. Fuimos listos y supimos ver un nicho de mercado. Pero más allá de eso, si dos personas como nosotros hubiesen decidido hacer el programa, les habría ido igual. Vale, ahora trabajamos como hijos de puta, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Y me merezco cada céntimo que gano. Pero lo que me ha traído hasta aquí ha sido suerte.

El programa arrancó hace tan solo un año y ahora os subís al escenario del festival Estación Podcast como una de las grandes referencias del sector para el público menor de 25. ¿Qué tal se digiere un éxito así, con 23 años y tan de golpe?

C.: Llevamos una vida tan frenética entre el programa y el trabajo de oficina que no nos ha dado tiempo a digerirlo. Además, hay miles de cosas que me mantienen humilde: el despertador sonando a las seis, llegar a casa y que esté todo hecho una mierda porque llevo sin pasar por ella tres días, tener que ir a algún sitio y que me traten como el culo por ser el nuevo. ¡Miles!

M.: Y tengo muy claro que esto no me va a volver más ególatra.

C.: Al revés: yo no me puedo mirar al espejo porque tengo a cincuenta personas insultándome por Instagram y me veo feísimo.

¿De verdad? Hablemos un poco de salud mental y de gestión emocional. ¿Habéis necesitado apoyo en algún momento?

C.: Es algo que llevo fatal. De verdad, no puedo mirarme al espejo. M.: Yo es que soy chica, así que llevo sin poder mirarme al espejo desde los trece años. Los insultos no me importan demasiado. De hecho, me gustan los que son graciosos e ingeniosos. Una vez me llamaron ‘araña larguirucha del infierno’ y otra ‘depósito muerto de semen’. Son cosas que tienen ingenio. Pero llega un punto en el que te insultan tanto que ya no ves a la persona sino la envidia de la que parte el comentario.

C.: Nadie está preparado para recibir tantas opiniones, buenas o malas. Que todo lo que hagas esté en juicio todo el tiempo no es normal. No te enseñan a gestionar algo así. Y aunque te enseñen, da igual.

M.: Es que no tendríamos que aprender a gestionar esto sino que los demás deberían darse cuenta de que no pueden hacerlo. ¿Por qué tienen que opinar todo de todo?

C.: Tú le preguntas a otros compañeros de profesión y la mayoría te responde que no lee nada de lo que se dice sobre ellos. Yo a mis amigos les he dicho que no me pasen nada de lo que vean sobre mí. No quiero saber lo que la gente dice. El cerebro no está preparado para eso. Y he ido a terapia, pero da igual; nunca te vas a acostumbrar a que mil personas comenten lo guapa, fea o mediocre que estás hoy. Nunca.

¿Algún ejemplo?

C.: Yo hablo mucho de mis relaciones pasadas y las veces que me han engañado. Pues alguna persona me ha puesto un tweet pidiendo que mi novio dejase de escribirle. ¡Y yo estaba soltero! Luego me quedo dándole vueltas, pensando que esto me pasa por hablar de ese tema. Y ya no sé si desmentirlo, si quedarme callado o qué hacer. Pero me siento culpable por haberme expuesto de esta forma.

M.: Es bastante inmoral el utilizarnos como monos de feria, sobre todo si tenemos en cuenta que no somos tan diferentes de la gente que nos usa como tal. Somos iguales, pero con más seguidores. Y ellos van a tener siempre carta blanca porque no son quienes se exponen. Es muy entretenido para ellos. Se piensan que, igual que nuestro trabajo es este, el suyo es opinar e insultar.

C.: Por eso, siendo una persona que ha contado su vida entera, ahora me pienso mucho más las cosas que hace un año.

¿Qué os parece si cerramos la entrevista con una frase para esas personas que opinan de todo y destrozan a cualquiera en redes sin importarles las consecuencias? ¿Qué les diríais?

M. y C.: Yo me puse el primer episodio de La Pija y la Quinqui y no aguanté ni quince minutos. ¿Veis como no somos tan diferentes?