Las imágenes de cientos de cristales rotos, tiendas saqueadas y mobiliario urbano destrozado en el Paseo de Gracia permanecerán en nuestra memoria mucho tiempo. Las pérdidas económicas para los establecimientos de la avenida superan los 750.000 euros.
Como propietario de Santa Eulalia, tienda de moda de lujo con más de 175 años de compromiso con Barcelona, como empresario estrechamente vinculado a la vida del Paseo de Gracia y de Barcelona y, sobre todo, como ciudadano, me preocupan las injustas consecuencias que tendrá este vandalismo para el comercio, la restauración y el turismo, que además viene a agravar la dura crisis económica provocada por la pandemia.
Siento una profunda tristeza y consternación, como la que debe sentir la inmensa mayoría de personas que sacan adelante su empresa para generar trabajo y prosperidad, por la irresponsabilidad mostrada por la Vicepresidencia del Gobierno español, por el Gobierno catalán y por ciertas formaciones políticas al no condenar de forma rotunda y desde el primer momento la violencia. Defender derechos básicos como la libertad de expresión y de manifestación mientras se vulneran principios esenciales como el respeto a personas y bienes es un oxímoron.
Barcelona, junto a Cataluña y España, ha de ser una ciudad acogedora, de paz y de convivencia donde los conflictos se resuelvan con diálogo y respeto mutuos, incluso llegado el caso con manifestaciones y protestas, pero siempre de forma pacífica.
Hemos vivido unos episodios lamentables en los que algunos parecen haber olvidado que no hay libertad sin responsabilidad. Mientras reparamos los cristales hechos pedazos y rescatamos la ilusión con la que nos dedicamos a construir el futuro día a día junto a nuestros colaboradores, exigimos coraje político: no es momento de mostrar permisividad o tibieza ante hechos violentos, ni de cuestionar la necesaria autoridad democrática ni el legítimo uso proporcional de la fuerza por parte de nuestra policía.
Es momento de apostar por la dignidad, la sensatez y el sentido común por encima de complejos, de reconocer el papel crucial que desempeña el tejido económico y de preguntarnos, como sociedad, si vale la pena arriesgar nuestro modelo de convivencia y nuestro estado del bienestar por tolerar lo injustificable.