Apenas han pasado unos días desde que arrancase 2021 y ya nos ha dejado unas nevadas pocas veces vistas en España y la lamentable toma del Capitolio de los Estados Unidos por parte de unos energúmenos, un suceso que ha dejado ya para la historia una de las más memorables estampas que muchos hemos visto: un hombre disfrazado de guerrero ‘sioux’ (por supuesto, sin mascarilla) portando una bandera y rodeado por dos barbudos (también sin mascarilla) que parecen salidos de algún anuncio de fibra ADSL o de ganchitos. La imagen es terrible y absolutamente condenable; sin embargo, hay que reconocer que, en cierta manera, también produce risa. Quizá ahí esté el problema.
Desde hace algún tiempo, no sólo en el país norteamericano, huelga decirlo, la política ha empezado a ser entretenida y, por tanto, muchísimo más popular. Ya se sabe que cuando uno emplea una forma más peyorativa de estas palabras acaba encontrándose con formas de definirla mucho más peligrosas, como entretenimiento o populista. Bajo la idea de que tenía que ser más entendible y cercana hemos terminado por hacer que la política nos deje instantáneas tan paródicas como la del Capitolio, pero sobre todo un reguero de problemas por todo el mundo relacionados con el hecho de que sea un divertimento.
Tengo la sensación no fundamentada en ningún dato de que las noticias sobre política o sucedáneos de política son hoy más leídas que nunca; también de que las conversaciones sobre esos temas, si bien con la profundidad del Guadiana en agosto, están más en la calle que en cualquier otro momento. Las redes sociales, además, han posibilitado que mensajes capciosos, con poco rigor o análisis, tengan un alcance muchísimo mayor, amén de que la capacidad de asociación con semejantes haya aumentado exponencialmente. Ante este contexto, muchos individuos peligrosos tienen un altavoz incomparable y la gran mayoría de políticos han sido fagocitados por las capacidades de sus ‘smartphones’.
¿Debe la política volver a ser aburrida? En esencia, tal vez. Tal vez sería bueno que los contenidos fueran más sólidos que divertidos, que volviese a haber un debate de ideas, que habitualmente no suele ser tan entretenido como para ir en ‘prime time’, pero es necesario. No nos olvidemos de que la política es una ciencia y, como tal, debe tener áreas áridas en las que no estaremos demasiado versados. Para eso la delegamos en otros, al igual que son otros los que calculan cosenos o entienden por qué un puente no se cae.
Puede que el problema de los últimos años haya sido no pensar en cómo hacer que la masa entienda las claves del mensaje, en no buscar tener a personas más formadas y capacitadas para entender la política, sino en sencillamente rebajar el nivel de la reflexión o la profundidad y validez del mensaje para que muchos más puedan chapurrear sobre ella. Muchos como un señor disfrazado de ‘sioux’ que la semana pasada asaltó el Capitolio de los Estados Unidos creyendo, porque alguien se lo había dicho o insinuado, que estaba haciendo política.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.