A mediados de noviembre de 2024, un infarto cerebral me dejó fuera de combate. Pasé diez días ingresado en la Unidad de Ictus del Hospital Vall d’Hebron, un lugar donde la vida depende muchas veces de decisiones rápidas… y de la aviación. Mi habitación daba cerca del helipuerto, y cada llegada de un H135 o un H145 del Servei d’Emergències Mèdiques rompía el silencio con un ruido inconfundible: el del Fenestron.
Incapaz de moverme con libertad, seguía mentalmente cada aproximación. Imaginaba la maniobra, al paciente crítico a bordo, a la tripulación concentrada. Deseaba en silencio aterrizajes estables, finales felices, tiempo ganado. En aquellos días frágiles entendí algo con claridad: la aviación, esa que llevo años defendiendo en estas páginas, me estaba salvando.
La primera vez, de forma directa. De no vivir en la ciudad, yo mismo habría sido uno de esos pasajeros involuntarios trasladados por aire. No hizo falta: la cercanía al hospital permitió el traslado terrestre. El helicóptero no voló por mí, pero estaba ahí.
La segunda vez fue más íntima. La aviación me salvó recordándome quién era yo incluso cuando no podía serlo del todo. Pensar en volver a volar, literal y metafóricamente, se convirtió en un estímulo poderoso durante la rehabilitación. Volver a caminar sin cojear, a escribir con soltura, a recuperar el equilibrio… mientras tanto, el sector aéreo global vivía también su propio año de extremos.

Porque 2025 ha sido un año intenso para todos. La aviación comercial cerrará el ejercicio con más de 5.000 millones de pasajeros y unos ingresos que, por primera vez, superarán el billón (americano) de dólares. En España, los aeropuertos han batido récords mes tras mes. Madrid, Palma, Málaga y muchos otros han consolidado al país como una potencia turística y un gran hub europeo, ya muy por encima de los niveles prepandemia.
Sin embargo, las luces nunca viajan solas. Este ha sido también un año de sombras: de cielos aún cerrados por la guerra en Ucrania, que sigue condicionando rutas y costes; de tensiones geopolíticas; de debates incómodos sobre sostenibilidad. Hemos hablado aquí de seguridad, recordando que volar sigue siendo extraordinariamente seguro incluso cuando los incidentes ocupan titulares. Del C919 chino, que empieza a dibujar un escenario distinto al histórico duopolio Airbus-Boeing. De los combustibles sostenibles, que avanzan… aunque no al ritmo que todos querríamos.

También de personas. Del talento español que hoy vuela en algunas de las grandes aerolíneas del mundo. De profesionales que sostienen el sistema en cabinas, torres y hangares. De un amerizaje frente a las playas de Barcelona que sirvió para recordar que los sistemas de seguridad están diseñados para salvar vidas, no para alimentar el miedo.
Quizá por eso, este año he mirado la aviación de otra manera. No solo como industria, no solo como negocio o tecnología, sino como red invisible que sostiene mucho más de lo que parece. La aviación transporta pasajeros, sí. Pero también traslada órganos, médicos, esperanza. Llega a hospitales, conecta economías y acorta distancias cuando el tiempo es lo único que importa.

El 2026 llegará con nuevos desafíos: más presión medioambiental, más necesidad de inversión, más formación, flotas más eficientes y una descarbonización que tendrá que ser real, no solo aspiracional. Pero si algo me ha enseñado este año, desde una cama de hospital y desde este escritorio, es que la aviación siempre encuentra la forma de elevarse.
Gracias por acompañarme en este vuelo.
Nos vemos en los cielos… y en estas páginas.
Feliz 2026.
