Opinión Javier Ortega Figueiral

Ainhoa y Carmen han de seguir volando

Una de las escenas más icónicas del cine es esa en la que un elegante Cary Grant corre desesperado por un campo, perseguido por un avión fumigador. Pertenece a Con la muerte en los talones (1959), obra maestra de Alfred Hitchcock, y el avión que le amenaza es un Boeing Stearman. Exactamente el mismo modelo que Carmen, el biplano que hoy sigue volando en España casi un siglo después de su diseño en 1933

Ainhoa sobre el plano de ‘Carmen’ su Boeing Stearman de 1943 en Madrid, el pasado 7 de diciembre (Víctor Santurino Salmerón)

Carmen se construyó en 1943 y es el Boeing Stearman PT-17 de Ainhoa Sánchez San José, la primera y única Wingwalker profesional española, fundadora de Spain Wingwalking, el primer equipo de esta disciplina en nuestro país. En un sector dominado por la tecnología moderna y los grandes reactores, Ainhoa mantiene viva una forma de aviación clásica, la de los acróbatas aéreos de entreguerras, con exhibiciones de riesgo y precisión sobre las alas de un biplano abierto. 

Aquí podríamos volver a hablar de cine: El Carnaval de las Águilas (1975), con Robert Redford como protagonista, cuenta la historia de aviadores que tras la Primera Guerra Mundial se dedicaron profesionalmente a los circos voladores, arriesgadas exhibiciones aéreas gracias a sus conocimientos adquiridos en horas de vuelo.

La historia de Ainhoa es inspiradora. Bilbaína con raíces asturianas, hija de un ingeniero aeronáutico y una licenciada en Ciencias del Deporte, estudió danza y marketing. Trabajaba en la empresa familiar cuando, en 2012, al preparar un calendario sobre pioneras del Wingwalking, se enganchó con la idea seleccionando las fotos que iban a ilustrar los meses. Contactó con mentoras como la californiana Margaret Stivers, probó un paseo en ala en Irlanda del Norte y demostró tanto talento que le ofrecieron desarrollo profesional en una disciplina tan poco frecuente.

Ainhoa Sánchez San José, ha sido la primera y por el momento sigue siendo la única Wingwalker española. (Víctor Santurino Salmerón)

Se entrenó en Inglaterra y California, debutó en 2013 y luego decidió traerlo a España. Invirtió una fortuna –o como ella dice, «una hipoteca»– en comprar y restaurar su propio Stearman de la Segunda Guerra Mundial, lo bautizó como Carmen y fundó Spain Wingwalking. Ha superado normativas complicadas, costes altos y escepticismo para lograr exhibiciones en Motril, Madrid-Cuatro Vientos, junto a la Fundación Infante de Orléans (incluso repitiendo este mismo mes pese al tiempo), RACEFEST y el reciente debut internacional en Portugal.

Sus actuaciones son impresionantes: acrobacias a 200-240 km/h y cientos de metros de altura, sincronizadas con su piloto solo por señales de mano y confianza total. «Es una puñetera locura», reconoce ella misma, pero no cambia por nada.

Y ya que esta columna semanal en Forbes es de opinión sobre temas aeronáuticos, permítanme la mía directa: apoyo al cien por cien a personas como Ainhoa, que con esfuerzo propio mantienen viva la aviación histórica y extrema en España. Ella vive entregada a esto, con dos gatos y su avión como «tercer hijo». No solo está sobre las alas: ahora se está sacando el título de piloto y quiere seguir creciendo.

Sin embargo, para seguir bailando sobre las alas de un avión impresionando a quienes le ven desde el suelo, necesita un patrocinador solvente y comprometido. Los gastos de mantenimiento, seguros y logística son enormes, y sin apoyo corporativo sólido –de marcas aeronáuticas, del segmento del lujo o cualquier empresa visionaria– será muy difícil sostenerlo a largo plazo.

El wingwalking se remonta a los espectáculos aéreos de los años 20. Hoy en día se practica de forma segura, utilizando arneses y estructuras especiales (Victor Santurino Salmerón)

Ojalá alguien lo vea y actúe pronto. Porque tanto Ainhoa como su querida Carmen merecen seguir volando y representando lo mejor de nuestra aviación.