Carmen se construyó en 1943 y es el Boeing Stearman PT-17 de Ainhoa Sánchez San José, la primera y única Wingwalker profesional española, fundadora de Spain Wingwalking, el primer equipo de esta disciplina en nuestro país. En un sector dominado por la tecnología moderna y los grandes reactores, Ainhoa mantiene viva una forma de aviación clásica, la de los acróbatas aéreos de entreguerras, con exhibiciones de riesgo y precisión sobre las alas de un biplano abierto.
Aquí podríamos volver a hablar de cine: El Carnaval de las Águilas (1975), con Robert Redford como protagonista, cuenta la historia de aviadores que tras la Primera Guerra Mundial se dedicaron profesionalmente a los circos voladores, arriesgadas exhibiciones aéreas gracias a sus conocimientos adquiridos en horas de vuelo.
La historia de Ainhoa es inspiradora. Bilbaína con raíces asturianas, hija de un ingeniero aeronáutico y una licenciada en Ciencias del Deporte, estudió danza y marketing. Trabajaba en la empresa familiar cuando, en 2012, al preparar un calendario sobre pioneras del Wingwalking, se enganchó con la idea seleccionando las fotos que iban a ilustrar los meses. Contactó con mentoras como la californiana Margaret Stivers, probó un paseo en ala en Irlanda del Norte y demostró tanto talento que le ofrecieron desarrollo profesional en una disciplina tan poco frecuente.

Se entrenó en Inglaterra y California, debutó en 2013 y luego decidió traerlo a España. Invirtió una fortuna –o como ella dice, «una hipoteca»– en comprar y restaurar su propio Stearman de la Segunda Guerra Mundial, lo bautizó como Carmen y fundó Spain Wingwalking. Ha superado normativas complicadas, costes altos y escepticismo para lograr exhibiciones en Motril, Madrid-Cuatro Vientos, junto a la Fundación Infante de Orléans (incluso repitiendo este mismo mes pese al tiempo), RACEFEST y el reciente debut internacional en Portugal.
Sus actuaciones son impresionantes: acrobacias a 200-240 km/h y cientos de metros de altura, sincronizadas con su piloto solo por señales de mano y confianza total. «Es una puñetera locura», reconoce ella misma, pero no cambia por nada.
Y ya que esta columna semanal en Forbes es de opinión sobre temas aeronáuticos, permítanme la mía directa: apoyo al cien por cien a personas como Ainhoa, que con esfuerzo propio mantienen viva la aviación histórica y extrema en España. Ella vive entregada a esto, con dos gatos y su avión como «tercer hijo». No solo está sobre las alas: ahora se está sacando el título de piloto y quiere seguir creciendo.
Sin embargo, para seguir bailando sobre las alas de un avión impresionando a quienes le ven desde el suelo, necesita un patrocinador solvente y comprometido. Los gastos de mantenimiento, seguros y logística son enormes, y sin apoyo corporativo sólido –de marcas aeronáuticas, del segmento del lujo o cualquier empresa visionaria– será muy difícil sostenerlo a largo plazo.

Ojalá alguien lo vea y actúe pronto. Porque tanto Ainhoa como su querida Carmen merecen seguir volando y representando lo mejor de nuestra aviación.
