Imagínese que el cielo tuviera un cartel de “completo”. Pues en Estados Unidos ya lo han colgado. El jueves pasado, la autoridad aérea más poderosa del planeta soltó una frase que nunca había dicho en público: “Vemos estrés en el sistema”.
Y no se trataba de un eufemismo. Era un grito de socorro por una situación que puede escalar y empeorar con el tiempo. En las torres y centros de control de EE.UU., trece mil controladores no cobran su salario por el cierre gubernamental fruto del enfrentamiento entre los dos grandes partidos políticos del país y la negativa de los republicanos a negociar una extensión de los beneficios sanitarios, ya de por sí escasos, a las personas con menos recursos, que son cada vez más.
Ese tema ha parado a todo el ámbito público americano, del que los controladores son parte, pues están adscritos a la FAA. Son empleados federales de la Federal Aviation Administration, dependiente del Departamento de Transporte. Hay unos 11.000 controladores certificados activos (CPC) y 2.000 en formación o técnicos, y, aun así, actualmente se está 3.100 por debajo del nivel considerado seguro.
A mayor abundamiento, muchos profesionales del control aéreo que tienen que seguir en su puesto de trabajo han tenido que buscarse un sustento al no percibir su salario. Nick Daniels, presidente del NATCA (National Air Traffic Controllers Association), comentaba a Reuters que cientos de ellos ya están enrolados como chóferes en servicios Uber, como repartidores en DoorDash (el Glovo de EE.UU.), dando clases particulares o haciendo trabajos en casas de sus vecinos después de turnos de diez horas, seis días a la semana. “Trabajar agotados con un segundo empleo degrada la seguridad, pero no nos dejan otra opción”, dijo este mismo domingo el portavoz del sindicato.

De momento se están cancelando 1.300 vuelos diarios en todo el país. Son por ahora enlaces domésticos y no afectan a compañías españolas como Air Europa, Level o Iberia. También se contabilizan unos 6.000 vuelos con importantes retrasos a diario y, lógicamente, fuertes pérdidas económicas. Empezando por los controladores, que si la situación no se resuelve en días verán como su salario sigue sin llegar. Aerolíneas y pasajeros también tendrán pérdidas notables por las suspensiones. Si el gobierno insiste en no mover un ápice su postura, ya se está planteando un escenario en que un 20 % de los vuelos programados se cancelen: uno de cada cinco enlaces regulares, con todo lo que conlleva, se quedaría en tierra.
El cielo americano nunca había estado tan cerrado desde el 11-S. En solo una semana, el sistema aéreo mundial ha demostrado que no es infinito.

Colapso en Lisboa
Un día después de la frase histórica de la autoridad aeronáutica estadounidense reconociendo su estrés, un correo electrónico también tuvo carácter de histórico en el sector. Se envió desde Portugal a direcciones de todo el mundo.
En el texto, a modo de resumen, un aviso: “Es posible que no tengamos sitio para su avión en Lisboa, Cascais o Montijo”. Le recomendamos que aterrice en aeropuertos alternativos. Disculpen las molestias”. Los receptores fueron parte de las 70.000 personas asistentes (o sus organizadores de viajes) al Web Summit que desde hace 10 años se celebra en la capital portuguesa. El perfil de muchos visitantes profesionales y altos cargos de 75 gobiernos ha disparado las peticiones de slots para el aterrizaje y estancia de jets corporativos y aviones VIP de estado.
La afluencia ha sido tal que, a petición de los organizadores, la autoridad de aviación civil portuguesa y los aeropuertos, algunos asistentes que no han renunciado al uso de aviones privados, han llegado a aterrizar en lugares tan lejanos a Lisboa como la antigua base de Beja o incluso el aeropuerto de Badajoz.

En el Web Summit se habla de muchas cosas y se mueven muchos negocios. Como en las grandes cumbres, se hablará también de sostenibilidad, con la ironía de que muchos de los que hablarán del tema verde habrán llegado a la cita en aviones que en una hora queman más combustible que usted o yo en un año.
Aviación disparada
Las dos historias de las que les hablo hoy demuestran que la aviación está disparada. Llama la atención en especial lo que ha crecido en sus dos extremos. La clásica de los precios bajos: Ryanair está abriendo rutas nuevas cada mes, Wizz Air también lo hace y algunos billetes internacionales en ellas siguen costando menos que el taxi al aeropuerto. Entre 1.700 y 1.850 millones de personas volarán este año en low-cost, un 35 % del mercado comercial global, según cálculos de la IATA.
En el otro extremo, más de 23.000 aviones privados vuelan por el mundo como si las pistas fueran suyas y muchas veces en fechas o eventos muy señalados demasiados coinciden en una sola ciudad o región, convirtiendo sus aeródromos en auténticos rompecabezas para sus responsables.
En el caso de esta semana, Lisboa, que pretende seguir organizando su gran evento en los próximos años, no tendrá un aeropuerto nuevo (y veremos si capaz) como mínimo hasta 2034, a un coste de casi 9.000 millones de euros. En otros grandes aeropuertos europeos las estrecheces para los vuelos no regulares van estrangulando capacidades, las mismas estrecheces que sufre el cielo de Estados Unidos, que necesita un mínimo de 3.100 controladores nuevos que no se contratan.

Las infraestructuras y medios avanzan, aunque lejos de las cifras que sería equilibrado: los usuarios de aviación privada vuelan un 18 % más cada año y las low-cost un 17 % en las regiones de mayor crecimiento.
Al ritmo de crecimiento exponencial, el lujo ya no va a ser volar en butacones con una copa de champán en mano, va a ser poder volar en un mundo que es finito.
Un lujo que a la larga se nos va a restringir a todos si el ritmo sigue así.
