Opinión Salvador Sostres

La tragedia anunciada de la empresa familiar. Una higiene revisitada

Foto: SHVETS/Pexels

La Iglesia en la Edad Media prohibió las relaciones sexuales entre primos de primer y segundo grado y gracias a ello hoy tenemos barbilla, relaciones internacionales, y capacidad intelectual para crecer en los retos y tirar cada vez un poco más allá de nuestros límites. Lo mismo tendría que hacerse con la empresa familiar, y prohibir que los hijos pudieran dedicarse a los negocios de los padres.

La empresa familiar rompe familias: frustra a sus creadores y condiciona, angustia y desquicia a las siguientes generaciones. El talento no se hereda, y un padre que intenta ser a la vez un empresario de su hijo acostumbra a fracasar en los dos ámbitos. ¿Qué importa de quién sea la culpa? No son relaciones sanas. No es sano que un hijo no tenga la experiencia de enfrentarse al mundo en su totalidad para buscar su camino. No es sano que un padre vampirice la vida de su hijo para perpetuar la suya. Se pueden heredar las ganancias, pero mezclar sangre y negocio es un error conceptual, aunque a veces pueda salir bien.

La sangre es para la sangre, y suficiente tragedia acarrea. También amor, por supuesto, pero siempre con un peso difícil de llevar. Fue un progreso, fue la salvación de nuestra especie, que las relaciones sexuales y ya no digamos matrimoniales entre hermanos y primos quedaran proscritas. Muchos de los problemas que como sociedad tenemos, mucha de la violencia que hemos conocido, y tanta, tantísima destrucción empresarial la habríamos podido evitar si la misma medida higiénica del sexo entre primos se hubiera aplicado a la empresa familiar.

Tu vida no puede ser una condena para la vida de tu hijo. Ni puedes condenarlo a tener tu misma vocación, tu misma idea empresarial, o tu mismo sentido de lo que la vida es y representa; ni puedes condenarlo a tu éxito, a las facilidades y comodidad que has obtenido con tu trabajo. Tú puedes vivir muy bien, ir en primera, tener piscina. Porque sabes que el sentido profundo no es lo que tienes, sino que te lo has ganado. Condenas a tu hijo si lo educas desde tu éxito y no desde tu esfuerzo. Lo condenas, lo desfiguras, lo aplastas. Es parodiable, lo que digo, porque todo el mundo quiere vivir bien, y gastar con la ilusión de que el dinero es infinito, o casi. No sólo es parodiable mi argumento sino que yo viví un tiempo de esta manera y fue muy agradable.

Pero también me di cuenta de que nadie sepultado de billetes siente la necesidad de medirse, de ponerse a prueba, de demostrar lo que es, si es que es algo. Lo que estimula es la necesidad, o una cierta necesidad, o por lo menos la idea de que tienes que hacer algo para sobrevivir. ¿Quieres que tus hijos no hagan absolutamente nada? ¿Quieres que tengan una vida, en el mejor de los casos, basada en la banalidad? ¿Quieres que sientan el vacío e intenten llenarlo con sustancias? Dales unos cuantos millones de euros y verás qué pasa.

No somos la continuación de nadie. Proteger a tus hijos significa, muchas veces, exponerlos, pero no a tu manera sino a la suya. Estar cerca implica dejarles ir. Es doloroso, y más que doloroso es extraño. Es una tentación comprensible celebrar lo bien que te ha ido en la vida de tus hijos, y cubrirlos de bienes y de ventajas. Hay mucha luz en hacerlo, es cierto, pero tanta luz que los estás cegando.

Que haya historias familiares de éxito en el mundo empresarial no puede ser tomado como argumento para decir que es una práctica recomendable. Claro que hay historias de éxito, tal como hubo matrimonios entre hermanos a los que la hemofilia respetó. Pero mirado en un sentido amplio, y con las muchas oportunidades de formación y de acceso al conocimiento que hoy todos tenemos, es un indispensable progreso que dejemos a cada cual vivir la vida que quiera, que protejamos los negocios del tam-tam atávico y pernicioso de la sangre, y que no sepultemos el talento y la fuerza de las generaciones venideras con lujos que, si nosotros pudimos conseguir, fue porque nadie nos los regaló y ardimos en la guerra por lograrlos.