Hace ya una década, en mis años mozos como periodista de ‘El País’, tuve la oportunidad de entrevistar a Loquillo antes de su concierto en las fiestas de San Sebastián. Agitando su Martini con soda, con su chulería de desarraigado, me lanzó una frase que todavía hoy recuerdo literalmente: “Nunca te fíes de uno que te dice que no ha cambiado, es como el que te dice que no bebe. Al fin y al cabo, la vida son cambios, fases y ciclos”. Aquel epitafio que soltaba a bocajarro nuestro rey del ‘glam’ me marcó y, hoy más que nunca, reivindico su legitimidad. Porque, quizá os hayáis dado cuenta ya, pero cambiar está peor visto que llevar chaleco en una manifestación sindical.
Cuidado con la opinión que expreses hoy, porque será una condena para mañana. Ahora tienes que pensar por anticipado, saber que lo que creas en un momento determinado tiene que ser exactamente lo mismo que lo que defenderás en el futuro. Si no es así, alguien saldrá a recordarlo con la rapidez de Forrest Gump en su primer momento íntimo con Jenny. Pensad en cualquier político que adquiera relevancia, en un actor que protagoniza una serie que se hace famosa, en cualquier periodista. En el momento en el que hace algo de ruido, alguien viene a recordarle una opinión que expresó hace tiempo y que ahora no concuerda con lo que defiende actualmente. En resumen, se acusa de mentiroso a todo aquel que ha evolucionado. La evolución se convierte en una contradicción.
Desgraciadamente, y como sucede casi siempre, estas prácticas con las que juzgamos a quienes más están en la palestra trascienden a nuestra vida cotidiana. Cada vez me encuentro con más reproches por pensar distinto a hace unos años. Los “Tú antes decías que” o citar frases que escribiste en WhatsApp hace tres años como argumento irrebatible para destapar tu imperdonable contradicción son mucho más frecuentes últimamente. El pasado ya no es una fuente de aprendizaje, sino una mina para los reproches que tiene una consecuencia perversa: acabamos siendo esclavos de lo que hemos pensado alguna vez, nos obliga a defender lo que pensábamos y no lo que pensamos; nos condena a opinar una y otra vez lo mismo aunque ya no nos lo creamos.
Cambiar no debería avergonzarnos, tendríamos que asumirlo como algo lógico; si cambia el contexto, es razonable que también variemos nosotros. Hoy es especialmente importante recordar que antes de pertenecer a cualquier colectivo uno pertenece a sí mismo. Y que si nuestra opinión no coincide con la opinión que expresamos tenemos un problema: pertenecemos a otro. Porque no hay nada más humillante que verse obligado a opinar algo en lo que ya no crees. Si alguna vez en el futuro alguien cita cualquier opinión de este texto, aquí me reafirmo: es lo que pienso hoy. Gracias por recordármelo hace unos años, Loquillo.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.