Hace poco, me puse a contar los aeropuertos de España que he visitado o a los que he volado: los 44 de la red Aena, incluidos sus dos helipuertos y los independientes como Lleida, Ciudad Real, Castellón, Andorra-La Seu y Teruel. Solo faltaban Salamanca y Albacete, también de Aena. Un reciente viaje a Salamanca por una boda me permitió tachar Matacán de la lista, aunque llegué en coche.
Este aeropuerto y base aérea de uso mixto civil y militar tiene un acceso por tierra con aire antiguo. Paseando por sus instalaciones, di con una sorpresa: un simulador de vuelo ‘aparcado’ junto a un almacén. Me llamó la atención su aspecto: estaba pintado con los colores de la antigua Escuela Nacional de Aeronáutica (ENA). Blanco, con franjas roja y naranja, además de las siglas doradas, era un vestigio de un tiempo en que pilotar no era un privilegio.
Fundada en 1974, la ENA formaba pilotos civiles por oposición, con costes cubiertos por el Estado. En los 70 y 80, sus aulas de Matacán acogían a jóvenes con gran vocación y talento que no necesitaban una herencia para pilotar. Sin embargo, en los primeros 90, la primera ola privatizadora transformó la ENA en SENASA, una sociedad estatal, y luego en Adventia, una privada. El resultado: un sistema donde el acceso al cielo depende del dinero, no únicamente del mérito. Hoy, ser piloto en España es un privilegio. Hay tres caminos: la vía militar, con una oposición feroz (1.200 aspirantes para unas 50 plazas) y 12 años de servicio en misiones y traslados para después moverse al mundo civil; la vía privada, que requiere unos 100.000 euros que no todas las familias pueden asumir; o el endeudamiento, con préstamos de hasta 80.000 euros que atan a los nuevos copilotos a cuotas de 800 euros mensuales frente a salarios iniciales de 25.000 euros al año.

Este sistema deja en la cuneta a muchos jóvenes con vocación genuina, pues visto el panorama, entienden que no es para ellos o ellas. El Colegio Oficial de Pilotos (COPAC) y el Sindicato Español de Pilotos (Sepla) alzaron la voz el pasado 16 de septiembre, denunciando un “agravio comparativo”. Mientras profesiones como medicina o ingeniería ofrecen formación pública asequible, los futuros pilotos pagan entre 50.000 y 150.000 euros por el Grado en Piloto y las horas de vuelo en simuladores y aviones. “El talento debe primar sobre el talonario”, reclama el comandante Jorge Martínez Gray, piloto de Airbus A320 y miembro de la mesa rectora del Sepla.
Estoy 100% de acuerdo con Martínez Gray. No es que no haya talento entre quienes se lo pueden permitir, para nada, sino que han de existir otras opciones. Del mismo modo que cada vez hay más universidades privadas, las públicas siguen existiendo y han de reforzarse. En la formación de futuros aviadores y aviadoras ha de ser igual.
Boeing estima que Europa necesitará 660.000 pilotos en las próximas dos décadas. España, con grandes compañías y aeropuertos, no puede permitirse desperdiciar talento. Países como Francia, con su ENAC pública, o Alemania, con becas de Lufthansa, muestran alternativas viables. Un “ENA 2.0” con oposiciones públicas, becas al 50% y alianzas con aerolíneas no es un sueño, es sentido común. Como dice Carlos San José, decano de COPAC y comandante de CRJ: “el transporte aéreo está democratizado; ahora toca democratizar pilotarlo”, reclama.

Ese simulador que encontré en Matacán es un recordatorio: España supo formar pilotos con equidad y puede volver a hacerlo. No dejemos más sueños en la cuneta. Es hora de que el Gobierno y la industria devuelvan o abran el cielo a quienes también lo merecen demostrando méritos y valía para pilotar.
