Opinión Carla Mouriño

¿Qué es el éxito?

No fue hasta abril de 2020 cuando me lo pregunté por primera vez. Aquel mes perdí muchas cosas, en el trabajo y en la vida, y me hice la pregunta sin dar por sentado la respuesta, algo que creo que no había hecho nunca. Me pregunté qué era el éxito para mí y es que hasta entonces había sido una carrera contrarreloj no sabía hacia qué lugar exactamente: se leía con títulos rimbombantes en LinkedIn, con un esfuerzo desorbitado por encajar en según qué esferas y por llegar a un lugar idealizado desde mi habitación adolescente y posterior habitación compartida recién salida de la universidad. 

Creo que llegué a confundir mis sueños con los sueños de los titulares, de los anuncios y de otros. Nunca había pensado por qué quería lo que quería pero que todo se fuese por la borda en apenas un par de meses me sirvió para volver a tener un lienzo en blanco esta vez con algo que antes no tenía: me había acercado lo suficiente a algunos lugares como para saber que ya no me importaba tanto pertenecer a ellos. De hecho, ni siquiera lo deseaba. 

Empecé a reconstruirme a mí mientras construía mi nueva vida. ¿Quién, más allá de mí misma, me iba a decir cómo iba a ser? ¿Quién osaría decirme que por ahí no si yo no le importaba tanto a nadie? Me refugié durante meses para crear lo que quería hacer, cómo quería trabajar, dónde tenía ganas de pasar mi tiempo y cómo quería que fuesen mis mañanas de martes. Me pregunté mucho cómo quería que se viese mi martes. 

Y sólo entonces me respondí: mi éxito era poder sentir que estaba dónde quería estar con la gente que quería estar. Dejar de sentirme arrollada por la vida, empezar a llevarla yo. El tiempo pasaría igual de rápido pero al menos no tendría más la sensación de que yo no podía hacer nada. Mi éxito tenía más que ver con mis ganas de hacer cosas que me gustaban, con poder permitirme no renunciar a lo que me apasionaba, aunque tuviese que lucharlo con uñas y garras, aunque a veces no saliese. El éxito era el privilegio de poder construir mi espacio, empezar a usar mi voz. 

Me hice freelance. Empecé a dar vueltas.

Y este septiembre volví a Madrid y mientras volvía a Madrid después de pasar el verano trabajando y descansando en mi casa de siempre, con mi gente de siempre, en mi playa de siempre, pensé en lo feliz que me hacía estar volviendo. Madrid me estaba esperando rebosante de energía y de cosas que hacer con personas con las que amo hacerlas. Me esperaba Manuela en su nuevo restaurante, Biri Biri, para beber vino, o Wagner en la Taberna Jam para que por fin la probase. Me esperaba Sofía en Casa Brava para escuchar música en directo otra vez o Sol en La Gloria, para que no eche de menos la paella de los domingos en casa. 

Volví con unas ganas atronadoras de ver qué pasaba, de qué va a ir esta temporada de la serie. Salió la agenda cultural de Sustrato y ya me quiero apuntar a vermús literarios en Pérgamo y a alguna otra fiesta.

Volví, con mis piernas, y volví también con mis pensamientos: mi éxito era que tenía ganas de volver, que estaba pudiendo elegirlo, que era el lugar en el que quería estar. Me gustaban los martes que se veían el horizonte. El sábado escuché, en el Festival de las Ideas,  a Leila Guerriero decir que para escribir «había que mirar muy fuerte» y me voy directa al diccionario, a mirarlo fuerte. La Real Academia Española dice que éxito es «el resultado feliz de un negocio, actuación». 

¿No será eso? ¿Que me guste un martes?

*

Esta columna va a ir sobre el éxito, pero sobre mi tipo de éxito. Será mi guía, mi crónica, mi pequeña ventana al mundo, mis personas seleccionadas, mis lugares. Esta es la primera piedra y pretendo construir una casa entera.

Artículos relacionados