Banda sonora para la lectura:
“500” – Carlos Vives, Lalo Ebratt, Bomba Estéreo,
Estereobeat ft. Yera, Laura Maré, Olga Lucia Vives,
L’omy, Gloria Torres, Paola Lacera y Rashid Zawady
Nacido en Triana (Sevilla. España), Rodrigo de Bastidas fue un navegante, y el fundador de la ciudad colombiana de Santa Marta hace 100 lustros. Su viaje hasta la costa caribeña supuso uno de los primeros en el establecimiento de rutas comerciales y de exploración, que luego serían institucionalizadas por la Casa de la Contratación, el comercio y la gran ruta comercial que fue la Carrera de Indias.
Pero lo que resulta realmente relevante es que los viajeros de entonces, en necesaria colaboración con otros humanos conectados a otro mundo, el Nuevo, fueron los protagonistas de una hermandad y un mestizaje que debiera enorgullecer a ambos lados, a ambas orillas del Atlántico. Bastidas, en su acción fundadora, descubrió que los taironas y otras comunidades locales como los gairas o los tagangas ya habitaban la región. Lo canta muy bien Carlos Vives, uno de los artistas más influyentes de la música latina y samario de nacimiento, en la canción compuesta para al aniversario.
El acto fundacional de la ciudad caribeña debe contabilizarse también como el primero de muchos más acontecidos en aquella época en diferentes puntos del planeta y, especialmente, en América. Un periodo de la historia caracterizado por la fundación acelerada de ciudades como las entendemos ahora y fruto, principalmente, de unos ejercicios ejemplares de movilidad entre puntos muy distantes, de Filipinas a Sevilla, pasando por Portobelo y Acapulco, o de Río de Janeiro a Macao, que varios siglos después siguen vigentes y bien podrían servir de reflexión contemporánea en materia de desarrollo en la configuración de ese futuro que tanto nos preocupa a la mayor parte de la humanidad.
Fundar ciudades como ejercicio del movimiento global que hace 500 años protagonizaron los ciudadanos de entonces, no solo supusieron el traslado de personas y mercancías, sino también de ideas, modelos urbanos, lenguas, religiones y tecnologías. Fue una forma de globalización temprana que, con todas sus contradicciones, configuró el mundo moderno.
Un mundo que ahora pretendemos apellidarlo sostenible, pero da igual la denominación si concluimos que aún está por llegar un segundo intento de Nuevo Mundo que los humanos necesitamos rehacer con extremada urgencia.

La Edad que nos toca vivir, concentrada en buscar ese Nuevo Mundo, no puede entenderse sin todos aquellos movimientos emprendedores que también vinieron a confirmar el principio, casi físico, de que el ser humano es movilidad, y la historia de la movilidad es la historia de la propia humanidad.
Es en este punto donde creo que resultaría extremadamente útil compaginar la historia con las necesidades actuales que nos ocupan (y preocupan) a los seres vivos, de fomento de un desarrollo social y económico que se anuncia esencial para encontrar un equilibrio entre preservar el patrimonio histórico y cultural, sin sesgos, ni polémicas estériles, y promover el progreso económico y social.
Puede parecer algo obvio, pero basta poner nombres y apellidos, patronímicos, y nacionalidades a los párrafos anteriores para generar recelos, debates inútiles e infructuosos y pensar en lo complejo de la tarea.
No soy, ni pretendo, ser historiador para disfrutar de la historia o para entender cómo nos conecta con el presente, pero leyendo a los que saben de esto reconfirmo lo recomendable que resulta no caer en el desconocimiento, o lo que es peor, el desprecio de lo vivido por nuestros predecesores. Hoy, cinco siglos más tarde, reflexionar sobre ese pasado, nos permite contemplar también los errores cometidos y encarar el futuro con esperanza.
Con una necesaria conciencia histórica, crítica y objetiva (no confundir con la politizada memoria histórica) en la que participemos activamente todos, no solo los gobernantes, es posible cambiar muchas cosas.
Bajo este escenario, los debates sobre la movilidad, pero también sobre la alimentación, y la desnutrición, la conservación de la biodiversidad, la gestión de la contaminación o los desastres naturales, el consumo de energía, la importancia de la industria creativa y la gobernanza de todo, debieran ser el centro principal de atención de la sociedad, no como un planteamiento político sino, fundamentalmente, económico y moral.
Un planteamiento constructivo que reflexione sobre los finitos recursos materiales y la conveniencia de defender valores que no exijan medirlo todo por “pibes” (productos interiores brutos), y sí por otras ratios que valoren positivamente otras formas de movernos, de comer, de consumir energía, que apuesten por proteger el agua más que las fronteras o los aranceles, y permitan concluir que la salud, la educación, el amor y la cultura son realmente esenciales para el desarrollo.
Vuelvo con Bastidas. Y navegando, pero ahora a través de la vasta superficie que conecta la red global de información, similar a cómo los océanos conectan diferentes partes del mundo, releo las festividades del pasado 29 de julio de hace 500 años de la fundación de Santa Marta. Enclavada entre el mar y la Sierra Nevada, fue el epicentro de innumerables actos simbólicos, incluso espirituales, que recordaron su pasado virreinal, nunca colonial, exaltaron su diversidad cultural y proyectaron su compromiso con un futuro sostenible y en armonía con sus raíces indígenas.
Disfruto leyendo la mayoría de las noticias publicadas con ocasión de la efeméride que hablan de una celebración, festiva y alegre, de un acontecimiento histórico digno de recordar y disfrutar, y no una conmemoración como ha podido suceder en otros recientes quintos centenarios, más centrados en recordar pasados para olvidar.
Una repleta agenda de eventos que, más allá de anecdóticas declaraciones de algún mandatario local, la práctica totalidad de los participantes, incluidos los propios samarios, han permitido no solo mirar al pasado, sino también proyectar la ciudad como un referente, entre otros muchos campos, de turismo sostenible, cultura viva y reconciliación histórica.
Convencido de que la transición a la sostenibilidad es una cuestión eminentemente científica que, no obstante, necesita buena gobernanza, liderazgo, pero sobre todo financiación, localizo entre las crónicas del acontecimiento una iniciativa lanzada por el Banco de Desarrollo de América Latina y Caribe (CAF) (LINK) con ocasión del quinto centenario de la ciudad. Sergio Díaz-Granados, presidente ejecutivo del Banco, refiriéndose a las ciudades del continente americano que van camino al medio milenio de existencia afirmó rotundamente que “es el momento de usar la experiencia común para construir soluciones y proyectarnos en el mundo”. La iniciativa “500+” presentada por el banco multilateral busca integrar el legado histórico, cultural y natural de las ciudades iberoamericanas con estrategias de desarrollo urbano sostenible, innovación financiera y gobernanza moderna.
En este proceso de reflexión, ciertamente, juegan un papel muy destacado las ciudades. Más aún si, como apunta ONU- Hábitat, el fenómeno de la urbe, de la urbanización parece imparable. Se calcula que hacia 2050, unos 10 mil millones de personas, más del 75% de la población mundial, vivirán en un entorno urbano.
Pero sigamos con Bastida y su ruta naval. Según proyecciones presentadas por el mismo Banco, para mediados de este siglo más de 40 ciudades iberoamericanas habrán superado los 500 años de historia. Un grupo de ciudades que concentran hoy alrededor de 100 millones de habitantes (casi uno de cada seis en la región), y nueve de ellas son capitales nacionales, como Bogotá, Buenos Aires, Lima, Quito o Santiago. Ciudades que no solo concentran población, sino que desempeñan un papel clave en el crecimiento económico, la lucha por la biodiversidad, el control de la contaminación y el desarrollo de la industria cultural. Desempeñan, y desempeñaron históricamente, ser epicentros de desarrollo y de transformación en tiempos de crisis.
La citada lista debe completarse con otras localidades de la región, hasta 700+, muchas precolombinas, otras desaparecidas, incluidas las 43 que gozan del título de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Urbes que debieran contribuir a moderar leyendas negras. La gran mayoría fruto y protagonistas de caminos navales o terrestres por los que transitaron sus primeros pobladores.
Precisamente en el mismo caribe colombiano, nuestro protagonista sevillano fue el primero en acercarse a las costas de Cartagena donde en 1533 (solo faltan ochos años para el quinto centenario), un madrileño, Pedro de Heredia, fundó la actual Cartagena de Indias. Otra de las inminentes 500+ ¡Una ciudad donde los conceptos movilidad e historia alcanzan máxima expresión!
Desde su fundación, la mágica ciudad colombiana de Cartagena fue una plaza clave en el tráfico transatlántico, y un puerto esencial de la Carrera de Indias, la ruta de comercio naval más exitosa, duradera y decisiva que haya conocido la humanidad. Una ruta que propició el intercambio de bienes, cultura, ideas, tecnología y personas, y fundamental para el desarrollo económico, político y social de gran parte del planeta, dejando una huella indeleble en las sociedades, especialmente europeas y americanas. Una ruta difícil de entender en su magnitud sin conectarla con otra, también náutica, que permitió a los barcos de entonces cruzar el Pacífico de vuelta entre Asia y América, Manila y Acapulco, facilitando durante varios siglos el tráfico de mercancías entre Asia, América y Europa. El “Tornaviaje” no solo transportaba seda, porcelanas y manufacturas “Made in China”, sino los conocimientos y las culturas de mundos desconocidos, que hasta entonces muy poco sabían unos de otros. Sin ellos, los madrileños no presumiríamos del chocolate con churros, ni las chulapas de mantón de Manila, o del retorno artístico histórico, social y económico que exhibió hace no mucho tiempo el Museo del Prado de Madrid.
Estas rutas, aunque celebradas como hazañas logísticas y comerciales sin precedentes, también han sido objeto de numerosas controversias históricas, éticas y sociales. Sí, es verdad. Pero no es menos cierto que existen poderosos argumentos para conocerlas, para usar sus experiencias y los conocimientos adquiridos en aras de construir soluciones para los retos actuales.
Cartagena de Indias, como uno de los puertos principales de estas y otras rutas, se convirtió en una de las ciudades más ricas, prósperas y diversas del mundo, viviendo su época de mayor esplendor, consolidándose como un centro de comercio y cultura como aún reflejan su legado arquitectónico, tradiciones, gentes y patrimonio.
Sin duda, una ciudad de estratégica ubicación que se volvió cosmopolita hace 492 años y que con semejantes antecedentes, es semillero muy cualificado para la promoción de miles de posibles proyectos, muchos capaces de recorrer todos los países de la actual América (del Norte y del Sur). Basta acudir de nuevo a las redes para confirmar la intención de su alcaldía de abordar transformaciones profundas, integrales, a la altura de su historia.
En el artículo de hoy no recomiendo una película, sino una serie de televisión obra de un premiado director de cine. Verla de nuevo me inspira a soñar ambiciosos pero posibles proyectos que bien podrían adornar el inminente 500 aniversario de La Heroica.
Bajo las aguas que rodean Cartagena se encuentra el pecio identificado como el galeón San José. Su hallazgo solo hace 10 años desató una serie de disputas entre estados, naciones y empresas por el tesoro que se hundió con él. La lucha por los restos de barcos hundidos son siempre un compleja batalla que mezcla arqueología, política, derecho internacional y en el caso del barco hundido en Colombia, aprovechan para unirse a la controversia los que ambicionan ganar la parte económica, solo el valor de los tesoros. Los mismos que, de alguna manera, ansían ganar de nuevo una batalla cultural (y muy lucrativa) que comenzó cuando el Galeón fue hundido por barcos de guerra británicos.
El pecio ofrece conexiones culturales profundas y multifacéticas para Colombia, y para el mundo. No se trata solo de un tesoro material, sino de una cápsula del tiempo que conecta con la historia virreinal y la arqueología subacuática. Una herramienta de estudio y orgullo de unos de los restos arqueológicos más importantes del patrimonio marítimo mundial, símbolo de toda una época, de la riqueza del comercio y de los intercambios culturales que marcaron la historia de América y del mundo hispano.
Apenas tengo conocimiento para valorar cuál es el mejor camino para recuperar el Galeón y pueda convertirse en objeto público de investigación, exhibición y disfrute, en patrimonio de la humanidad (al menos en esto están de acuerdo los gobiernos involucrados). Desconozco totalmente si la solución es la recuperación, restauración y exhibición de los restos, o simplemente el estudio sin moverlos del lugar donde permanecen desde hace tanto tiempo, pero su mera existencia bien podría justificar y hacer protagonista al Galeón, y toda su historia acumulada, en un museo icónico en Cartagena de Indias. Un centro de referencia mundial, como las grandes pinacotecas que, además de un hito arqueológico para Colombia, también represente una oportunidad cultural sin parangón, de referencia y formación para futuras generaciones sobre la importancia de este período para la historia colombiana, americana e hispana y su incidencia en prácticamente todas las facetas del ser humano. Si hacen falta voluntarios, es fácil localizarme. Seguro que Florentino Ariza también se apunta y así, por fin, cumplir con Fermina Daza!
Audiovisual recomendado:
*Jesús Mardomingo. Es abogado de largo recorrido. Defensor de la economía naranja, el color del cacao maduro, como modelo de desarrollo en el que la diversidad cultural y la creatividad son punto clave para abordar con éxito la actual transformación social y económica que el planeta demanda.
