En el siglo XXI, las empresas más valiosas del mundo lo son principalmente por sus datos. Quien lo dice es la investigadora de la Columbia Business School, Laura Veldkamp, a la que conviene seguir de cerca. Encuentra fórmulas muy sencillas para describir cosas realmente complejas: “los datos son información digitalizada”, por ejemplo. “Uber y Amazon perdieron dinero durante años. Aun así, pueden ser extremadamente valiosas debido a los activos de datos que acumulan”. Y en ese plan.
El 12 de septiembre entra en vigor la nueva Ley de Datos de la UE, la Data Act. Una norma que establece normas claras y “justas” para que los usuarios puedan acceder a los datos que generan sus dispositivos conectados, como las pulseras que miden las constantes vitales, los televisores inteligentes, las máquinas industriales o los coches.
Si todo discurre por los cauces soñados por el equipo de Von der Leyen, la Data Act debería permitir que pequeñas empresas y startups innovadoras proporcionen nuevos servicios con esa información a la que hasta ahora no tenían acceso, unas aplicaciones personalizadas que las grandes corporaciones no están siendo capaces de inventar.
Y ahí está la clave del asunto, quizás también la explicación del silencio que rodea en nuestro país a esta norma tan relevante. ¿Qué nos pasa? Simplemente, no hace gracia compartir datos, por decirlo a la veldkampiana manera. “Muchas veces por ir rápido y sin pensarlo muy mucho estamos cediendo nuestro know how y nuestro conocimiento del mercado”, me decía José Manuel Petisco, de NetApp. ¿Tanto esfuerzo realizado durante años para reunir información de los clientes, para que acabe ahora en manos de terceros?
Esta aprensión a compartir datos viene de lejos y constituye, de hecho, una de las principales barreras para que la inteligencia artificial generativa pueda producir todos sus efectos (y para que se encuentren de una vez sus escurridizos casos de uso). Ahora mismo, la IA origina alrededor del 1% de los datos y en poco tiempo producirá más del 10%. Sin embargo, el 70% de la información que generan las empresas y el 90% de la que proviene de las infraestructuras no vuelve a ser utilizada y queda almacenada.
Douglas Vaz Benítez, director general de Qualcomm en España, me cuenta que la red de carreteras de nuestro país tiene una de las mejores coberturas de Europa y eso las coloca en una posición privilegiada para implementar nuevas aplicaciones de conectividad en los vehículos, pero los operadores tienen que involucrarse. “En las ciudades, hay múltiples formas de implementar un V2I (vehicle to infraestructure), en farolas, en mobiliario urbano, en los tótems de conectividad, ¿cómo se monetiza eso?”
No hay más que mirar al sector energético. Íñigo Segura, CEO de Zigor, vende sus sofisticados equipos “junto a toda la información que generan” a operadores como Iberdrola y Naturgy. El apagón nos enseñó la importancia de los servicios de regulación en la red eléctrica: se podría pensar en el sistema de baterías de los vehículos eléctricos como vía para dar estabilidad al sistema; y los PPCs (Power Plant Controller) de la fotovoltaica y las subestaciones tendrán que adaptarse. Pero “¿ese control de los datos quién lo va a tener?”, se pregunta Segura.
Conviene tener presente que, en España, como en cualquier otro mercado relativamente avanzado, las grandes corporaciones elaboran un perfil de sus clientes en el que aúnan todas sus interacciones directas o indirectas. Desde llamadas telefónicas, a mensajes de Whatsapp y todos sus comentarios en Instagram, Tik Tok o LinkedIn.
A eso hay que sumar, como es obvio, los datos del consumo que los usuarios hacen de sus propios productos y servicios, pero también algo menos evidente: toda la información que ofrecen la multitud de operadores que han convertido la recopilación y venta de datos a terceros en un modelo de negocio, con permiso del RGPD. Muchos de ellos, los obtienen de dispositivos conectados que usamos de forma cotidiana. Absolutamente toda la información posible acerca de ti cabe en una sola pantalla.
La OCDE ha dedicado, de hecho, un extenso trabajo a la tarea de encontrar un sistema para medir el valor de los datos. Su conclusión es que ni siquiera nos podemos fiar del precio al que se venden, como sucede con la mayoría de las cosas desde antes de Marco Polo. No existe un mercado bien definido y el contexto puede hacer que tengan valores diferentes según los proveedores, los usuarios y los organismos reguladores.
El informe “The GenAI Divide. State of AI in Business 2025”, que firman varios investigadores del MIT ha despertado a muchos del ensueño de la inteligencia artificial generativa. Desde que Dirk Didascalou, jefe de tecnologías fundacionales de Siemens, me explicó en Múnich que la gran mayoría de los datos no son creados por humanos, sino por máquinas, y que los sistemas que controlan las fábricas y los edificios fueron concebidos en los años 60 y 70 del siglo pasado, empecé a sospechar que por ahí podía venirnos el principio de realidad, lo que algunos llaman el pinchazo de la burbuja.
No será tan traumática como la de las puntocom, salvo que haya ganas de poner en marcha la esperada corrección de esos mercados bursátiles sobrevalorados, pero servirá para que esto empiece a andar de verdad. “Las GPU son las nuevas refinerías” de la información, añadía Didascalou, para más pistas. Si no hay petróleo de calidad suficiente…
A pesar de los 30-40.000 millones de dólares invertidos por las empresas en GenAI, “el 95% de las organizaciones no obtienen ningún retorno”, dice en su arranque el informe del MIT. Sus autores invitan a usar el término Brecha GenAI, porque “solo el 5% de los proyectos piloto de IA integrada generan millones en valor”. El modelo de negocio es la clave, una advertencia que vienen formulando insistentemente analistas como Tom O’Reilly y corifeos.
Siguiendo la forma de pensar de Veldkamp, se podría decir que, si las empresas más valiosas del mundo son aquellas con los mejores datos, sucede lo mismo con los ecosistemas, en los que confluyen grandes, medianas y pequeñas empresas, además del sector público y las organizaciones sociales. Qué maravilloso desafío orquestar la información para mejorar la vida de las personas. ¡Todo un reto para los cainitas digitales!
