Opinión Marina Specht

Gamechangers | Jacobo y María Angeles, los alquimistas del copal que pusieron a Oaxaca en el mapa del arte mundial

Una historia de emprendimiento, innovación y resiliencia en una de las ciudades más fascinantes de México.

María y Jacobo Ángeles

En San Martín Tilcajete, un pueblo zapoteco de apenas 2.000 habitantes a media hora de Oaxaca, hay un taller que parece sacado de un sueño: figuras de jaguares, serpientes y colibríes emergen de bloques de madera de copal, cubiertos de patrones minuciosos que remiten a calendarios ancestrales. Aquí, Jacobo y María Ángeles han convertido un oficio en extinción —el tallado de tonas y nahuales, los alebrijes oaxaqueños— en un fenómeno global que redefine la artesanía mexicana y transforma la vida de su comunidad.

Su trabajo se exhibe en museos como el Smithsonian en Washington, el National Museum of Mexican Art en Chicago, el Weisman Art Museum en Minnesota o incluso los Museos Vaticanos. Sus piezas han viajado a colecciones privadas y organismos como la ONU; han colaborado con marcas de lujo como Mercedes-Benz, Adidas o Birkenstock; y han pasado de vender en el zócalo de Oaxaca en los 90 a manejar un ecosistema de negocios creativos que incluye galerías, restaurantes, joyería y cerámica, sin perder su esencia comunitaria.

Pero esta historia —como todas las que merecen contarse en Gamechangers— no va solo de éxito. Va de valentía, de visión y de un modelo disruptivo que combina arte, sostenibilidad y orgullo cultural en un mundo dominado por la IA y el turismo low cost.

El origen: quedarse cuando todos se iban

La historia comienza en 1994. Jacobo Ángeles y María Mendoza tenían poco más de veinte años, vivían del campo y —como tantos jóvenes oaxaqueños de la época— contemplaban la migración al norte como única vía de progreso. Pero decidieron lo contrario: quedarse y construir algo propio en su pueblo, apostando por un oficio casi invisible entonces y desprestigiado como “souvenir barato”.

“Queríamos organizarnos como familia y construir algo bajo el propósito de comunalidad. La comunalidad, como la entendemos desde nuestra cultura zapoteca, está ligada a la palabra Guelaguetza, que significa enseñar lo que sabes, compartir lo que tienes y contribuir con tu pueblo”, recuerda Jacobo.

Su primer taller fue su propia casa. Sus primeras piezas, tonas y nahuales inspirados en el calendario zapoteca de 260 días, se vendían en mercados locales por 150 pesos (7 Euros), aunque requerían meses de trabajo. La clave de su evolución no fue solo la técnica —pulida a lo largo de tres décadas— sino una estrategia revolucionaria: educar al público y formar a cientos de artesanos jóvenes en su técnica para asegurar la captación del mejor talento, aún a riesgo de que les copiaran. Explicar a cada visitante el simbolismo detrás de los patrones, el vínculo con la naturaleza y el proceso artesanal. Transformar el souvenir en arte. Hoy sus piezas medianas se venden por precios que oscilan entre los 4.000 y los 7.000 Euros, las de tamaño grande superan los 9.000 Euros.

El salto global: de Ginza al Vaticano

El reconocimiento llegó primero fuera de México. En 2003, una galería en Ginza (Tokio) pagó cuatro veces el precio que ellos pedían por sus piezas. “Entendimos que el problema no era nuestro arte, sino cómo lo valorábamos”, confiesa Ricardo Ángeles, hijo de Jacobo y María y hoy CEO del taller. Desde entonces, el prestigio se multiplicó: exposiciones en Estados Unidos, Europa y Asia; piezas en el Rockefeller Center; y colaboraciones con instituciones como el Vaticano o Pixar (responsable de la película Coco, que disparó el interés global por los alebrijes en 2017).

Hoy sus principales mercados son México, Estados Unidos, Colombia y España, con coleccionistas que esperan meses —o años— por una pieza. La producción es deliberadamente limitada: apenas unas 250 piezas medianas al año y 28 grandes, trabajadas durante meses con niveles obsesivos de detalle. “Preferimos escasez y calidad antes que masividad”, afirma Ricardo.

Más que alebrijes: un ecosistema creativo

Lo que comenzó como un taller familiar se ha convertido en un hub cultural que emplea a más de 280 personas de la región (350 en temporada alta) y diversifica su oferta sin diluir su identidad. Además del taller central, han desarrollado:

  • Azucena Zapoteca y Almú: dos restaurantes que celebran la gastronomía oaxaqueña; el segundo con una mención en la Guía Michelin.
  • Joyería y cerámica (Mogote): dos proyectos donde se reinterpreta la iconografía zapoteca en oro y plata y en barro, respectivamente. 
  • Proyecto de bioconservación (Palo que Habla): más de 30.000 árboles de copal plantados para asegurar la sostenibilidad del oficio.
  • Galerías y cooperativas: Voces de Copal, que agrupa a más de 80 artesanos locales y fomenta el aprendizaje colectivo.

Y lo que viene: una flagship store en el centro histórico de Oaxaca para 2026, concebida como espacio híbrido entre galería, centro educativo y retail de alta gama, incluyendo un nuevo restaurante con un chef de renombre internacional. “Queremos que la gente entienda que se puede sobrevivir como artesano sin renunciar a la excelencia”, dice Ricardo.

Colaboraciones que rompen fronteras

Jacobo y María han entendido que el futuro de la artesanía pasa por las alianzas con otras industrias. Sus colaboraciones hablan de esa visión:

  • Mercedes-Benz: pieza para el 40º aniversario de la Clase G, exhibida en Austria.
  • Birkenstock y Adidas: intervenciones artísticas en moda global.
  • Kohler: primera colaboración de la marca de lujo estadounidense con artistas latinoamericanos.
  • Playboy, Cloe y marcas emergentes: alianzas que combinan marketing cruzado y validación artística.

Para el taller, estas alianzas no son solo escaparate: son una vía para financiar la investigación creativa y sostener el modelo premium sin caer en el turismo masivo.

Oaxaca: capital del turismo cultural

El auge del taller coincide con la explosión de Oaxaca como destino turístico creativo y gastronómico. En 2024 la región recibió más de seis millones de visitantes —un 8,8 % más que el año anterior— atraídos por festivales como la Guelaguetza y el Día de Muertos, reconocidos por la UNESCO. La combinación de arte, cocina de autor y tradiciones vivas ha convertido a Oaxaca en uno de los polos culturales más vibrantes de México.

Pero la imagen del país sigue enfrentando retos. Jacobo lo dice claro:“México necesita que los jóvenes se sientan orgullosos de sus raíces y hagan las cosas bien. Solo así dejaremos de ser vistos como un país de mafias y narcocultura y mostraremos al mundo la riqueza que tenemos.”

El legado familiar: dos generaciones, un mismo sueño

Hoy el taller es liderado por dos generaciones: Jacobo y María en la creación y Ricardo y Sabina —directora de MANO Gallery en Chicago— en la estrategia y expansión global. Su mayor desafío no es crecer, sino mantener el alma del proyecto en un mundo que avanza hacia la automatización y la inteligencia artificial.

En palabras de Ricardo: “La tecnología puede replicar una figura, pero no puede copiar la comunalidad, la historia ni el espíritu que hay detrás. Nuestro reto es proteger eso y, al mismo tiempo, innovar.”

Un modelo de lujo con raíces

En tiempos en que el turismo masivo amenaza con homogeneizar las culturas locales y la IA promete crear arte en segundos, Jacobo y María Ángeles proponen otra vía: un lujo con raíces, donde la sostenibilidad, la educación y la comunidad son tan importantes como la pieza en sí.

Su historia es un recordatorio de que cambiar las reglas del juego no siempre implica crear algo nuevo: a veces es rescatar lo que ya estaba ahí, mirarlo con otros ojos y darle el lugar que merece en el mundo.

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