Opinión Salvador Sostres

El precio de la libertad, Max Shapiro

Max Shapiro, 41 camino de los 42, Los Ángeles, es la respuesta contemporánea al corrupto, vanidoso, ignorante sistema de crítica gastronómica de nuestra era. Michelin y 50 Best son dos multinacionales que buscan su negocio. Con sus proveedores, sus periodistas con agenda propia que en cada país eligen a los que votan y sus estrategias comerciales que nada tienen que ver con el talento. La inmensa mayoría de bloggers, instagramers y prensa supuestamente especializada no disponen de recursos para viajar y conocer en profundidad, ni de la personalidad para entender lo que ven y elevarlo a categoría. Todo cuanto ofrecen es publicidad y muy grosera, a cambio de la gratuidad de su “experiencia”, esta palabra que tantos problemas nos está causando a los que intentamos hablar en serio de una cena.

¿Has estado en Alchemist?

Los chefs, incluso los más geniales, son poco inteligentes -es dramático pero es así, son dos virtudes distintas y raramente complementarias- y se dejan llevar por su vanidad entrando humillantemente a formar parte del juego.

Max Shapiro es empresario, tiene los recursos, tiene los viajes, no necesita ningún favor y es más: está en posición de hacerlo porque tiene el carácter, la personalidad y si los chefs escuchan lo que les dice en lugar de enfadarse es muy probable que pasado un tiempo vean como una servicio lo que de entrada les pareció una ofensa. Lo que hace especial a Shapiro, lo que le hace incómodo, adictivo, y que su voz se distinga entre las demás es que él es una persona interesante. Su mirada, su manera de entender el mundo y su lugar en él. Y cuando ha tenido que consolidar su conocimiento lo ha hecho a través de su integridad, prescindiendo de clichés, de compromisos comerciales o el miedo a no ser aceptado de nuevo aquel restaurante. Esto es lo relevante. Que detrás de sus críticas -las más favorables, que son la mayoría, y las más críticas, que son letales- hay un hombre con sus inquietudes, su pasión y su compromiso con sus ideas. Hay un hombre que en cada post paga el precio de su libertad y nos la ofrece para que seamos mejores. No es que en nuestro mundo falten buenos empresarios o buenos periodistas o buenos abogados, faltan personas valientes, dedicadas, agradecidas, generosas, dispuestas a dar su vida y a sacrificar su comodidad por aquello en lo que creen. Max Shapiro no escribe como los demás porque no es como los demás, y se está empezando a hablar de él, no solo como empresario de Real Estate, sino como especialista en alta cocina, porque su voz es arriesgada, distinta y aporta valor e inteligencia donde con mucha tristeza estamos demasiada acostumbrados a ver solo propaganda interesada.

Los chefs, los grandes chefs si realmente creen en lo que hacen, han de entender que merecen a alguien como Max Shapiro. Porque incluso, cuando es duro con ellos, es mucho mejor para su oficio y su arte que los instagramers a sueldo, o incluso los periodistas de grandes periódicos, que también los hay, que a cambio de no pagar, son capaces de escribir cualquier cosa. Igualmente los lectores merecemos a alguien como Max, que nos acerque a través de su sinceridad a tantos restaurantes que algunos pueden estar muy lejos de nuestros hogares o costar mucho dinero. Necesitamos, los románticos que estamos dispuestos a gastar lo que no tenemos en un avión transoceánico por conocer a un chef, que cada viaje y cada restaurante merezca la pena para no acabar pensando que todo es un sucio negocio al que ya no estamos invitados desde el talento y la creatividad, sino que somos carne de cañón para ser utilizada y atracada.

Nació el Día de los Inocentes de 1983, el año en que Juan Pablo II promulgó el nuevo Código de Derecho Canónico y se anunció Apple Lisa, el primer computador personal liberado al comercio. ¿Casualidad? Puede ser causalidad. ¿Pero quién cree en las casualidades en 2025? Hay un rastro de redención y futuro, de inocencia y esperanza que marca el camino de lo que escribe Max Shapiro.