En 1998, en un debate público, los científicos David Keith y Ken Caldera se enfrentaron a un colega que defendía la posibilidad de enfriar el planeta con soluciones de reflexión de la luz solar, también conocidas como geoingeniería. La idea de proyectar en la estratosfera partículas de materiales reflectantes, como el dióxido de azufre o sal marina, para bloquear la llegada de la radiación del sol y frenar el calor, ha estado presente en el mundo de la investigación casi desde el mismo momento en que comenzó a hablarse del cambio climático, allá por los años 1960.
Los dos científicos argumentaron que, con seguridad, el enfriamiento sería desigual entre países y no compensaría bien el cambio climático. Concluida la discusión, Ken Caldera se fue directo al laboratorio. Quería demostrar científicamente que esas ideas no funcionarían. Pero lo que consiguió fue justo lo contrario: comprobó que “la reflexión de luz solar funcionaría bastante bien”.
David Keith, quien cuenta la anécdota, es hoy profesor de la Universidad de Chicago y fundador de la muy innovadora Carbon Engineering, que construye en el oeste de Texas la planta más grande del mundo para aspirar CO2 del aire. 27 años después de aquel debate, se sienta a conversar en un foro nada sospechoso de negacionismo como el exquisito Aspen Ideas Festival.
Modera nada menos que el responsable de temas de medio ambiente de The Economist, Vijay Vaitheeswaran, y comparte escenario con el director del Environmental Defense Fund (EDF), Fred Krupp, entre cuyos éxitos se encuentra el impulso del programa medioambiental que ayudó a acabar con el problema de la lluvia ácida en EEUU. ¿Por qué prestar tanta atención ahora a un tema aparentemente menor como este? Porque el ritmo de descarbonización se está reduciendo, al menos en la sociedad norteamericana, casi podría decirse que se estanca. Y el calor es insoportable.
Como casi todo lo que pasa en el Aspen Ideas Festival, de pronto el asunto cobra vida y se convierte en uno de los temas más fascinantes de la actualidad. No es extraño. Al despertar uno escoge entre baños de bosque, recorridos por la mina de los contrabandistas o yoga matinal. Ocupa el día entre talleres de tintura de pantalones con plantas y sesiones con Thomas Friedman, Nouriel Roubini o el presidente mundial de Ford, Jim Farley. Y asiste al atardecer a la grabación al aire libre de un concierto de NPR… todo resulta tan completamente caro como intelectualmente nanoenzimático.
La cuestión de poner una sombrilla química al planeta (el título de la sesión de Keith y Krupp es “¿Debemos atenuar el sol?”) reapareció ante la opinión pública en 2023, cuando la entonces Administración Biden presentó un informe (borrado ya de la web de la Casa Blanca, por cierto) que daba vía libre a un plan de investigación de cinco años sobre el asunto. Respondía así a un mandato del Congreso de su país que, en paralelo, encargó otro trabajo de investigación al analista Jonathan Haskett. También la Unión Europea decidió abrir una vía de estudio para reunir información fiable, aunque en su caso lo hizo entre declaraciones solemnes de que la reflexión solar “representa un nivel inaceptable de riesgo para los humanos y el medio ambiente».
Keith sostiene que pensar así no tiene base científica. “Con prácticamente todos los principales modelos climáticos ejecutándose con esa tecnología, lo que encontramos es que reduciría las temperaturas en todas partes, así como los cambios en las precipitaciones extremas”. Disminuiría incluso la desigualdad global en los ingresos, dice, “porque muchos de los mayores daños del cambio climático se deben al calor que mata gente y reduce la productividad en los países pobres”.
Sobre el papel, la geoingeniería replica un proceso natural: las pequeñas bacterias en la superficie de la tierra y en los océanos liberan desde hace millones de años un gas de azufre que sube a la estratosfera y enfría el planeta. La economía moderna está arrimando el hombro en esa tarea, aunque de forma mucho menos sostenible: en India y en el Este de Asia, la contaminación del aire bloquea parte del calor que daña a la gente. De hecho, según Keith, “si se acabara toda la actividad industrial hoy, el mundo estaría más caliente en unos años, porque desaparecería el efecto refrescante del aerosol”.
La cuestión es ayudar a las bacterias a enfriar el planeta con inteligencia. “Si ponemos gas sulfúrico en la estratosfera, la cantidad de daño debida a la contaminación del aire por unidad de enfriamiento es aproximadamente mil veces menor que la forma actual de enfriar el mundo poniendo basura en la atmósfera inferior”, dice el profesor de Chicago.
Pero el tema de la reflexión de la luz solar no es que resulte demasiado bonito para ser verdad, es que podríamos estar cavando una tumba cada vez más profunda si apostamos por esa fórmula sin resolver el verdadero problema de raíz, que son las emisiones de CO2. Es el mensaje de Fred Krupp, para quien “la prioridad abrumadora para abordar el cambio climático es reducir las emisiones ahora, urgente y rápidamente, tanto de dióxido de carbono como de metano, ya que este último es de acción muy rápida”. Todo lo demás son cuestiones que interesan a una pequeña parte de la academia, en su opinión.
Necesitamos trabajar en la adaptación al cambio climático, apunta también el director del EDF, entre otras cosas habrá que “construir carreteras que no se inunden y casas que no corran riesgo de incendio”. Su fondo está promoviendo investigación en materia de radiación solar para averiguar, en realidad, cuáles serían las consecuencias imprevistas de su aplicación en ámbitos como el suministro de agua, la agricultura y los ecosistemas. “Estamos viendo las consecuencias negativas de la quema de combustibles fósiles. Si además de eso hacemos otro gran experimento con el mundo y usamos geoingeniería, ¿qué demonios va a pasar?”, se pregunta.
Llegamos a la cuestión clave en la que los científicos ya no tienen la última palabra. El momento de distinguir entre lo que se puede y lo que se debe hacer. Tenemos que encontrar el equilibrio entre el daño que está produciendo el calor en nuestras sociedades y la adopción de nuevos riesgos de la mano de la tecnología. Vaitheeswaran habla incluso de la posibilidad de abrir una “caja de Pandora”. ¿Qué pasa si unos países deciden actuar unilateralmente, o si lo hace algún multimillonario tecnológico (a Bill Gates le gusta la idea desde hace tiempo), o si deja de pulverizarse la estratosfera con esas sustancias químicas después de unos años y el planeta sufre un shock térmico debido al CO2 que se ha venido acumulando en ese tiempo?
Bloquear la radiación solar no va a contribuir a la descarbonización del planeta, que es la máxima prioridad hoy, ni va a prevenir la acidificación del océano. No es una solución al cambio climático, en suma. Pero sí una propuesta para reducir los efectos del calor. La dolorosa ola de altas temperaturas que vive este verano nuestro país y Europa entera van a convertir este asunto en un desafío fundamental.
He formulado a muchos científicos la pregunta de por qué el Tratado de Montreal contra los gases CFC que atacaban la capa de ozono funcionó extraordinariamente, mientras que los de París y Tokio contra el cambio climático son sonoros fracasos. Exprimir la resistencia de la población, exigiéndole esfuerzos para ser más sostenibles, sin aliviar su calor puede ser la puntilla que acabe con el valor clave para que todo proceso de cambio social se produzca: la confianza.
