Sólo un tema podía eclipsar a la omnipresente inteligencia artificial en un evento tech del prestigio de la BIO 2025 International Convention de Boston, probablemente la más influyente reunión del sector biotecnológico a nivel mundial (el 45% de los asistentes provenían de fuera de EEUU) y un excelente termómetro de su estado de salud en innovación. Ese asunto respondón es, en efecto, la seguridad, la defensa o, por ser más precisos, la biodefensa.
“Estamos en una encrucijada en nuestra historia. Salud, prosperidad y seguridad, todo está en juego. Ningún país, ninguna civilización, ninguna industria puede dormirse en los laureles”, ha dicho gravemente John F. Crowley, presidente y CEO de BIO. En el ámbito de la salud, la vicepresidenta de BIO, Kelly Seagraves, ha explicado que China representa ya el 30% de todos los ensayos clínicos iniciados “y se acerca rápidamente a Estados Unidos”, que copa el 35%. (China siempre ha sido la auténtica guerra, compra el 90% del petróleo de Irán).
El valor estratégico de la biotecnología es enorme. Además de sus implicaciones en sanidad, está transformando también la alimentación, la gestión de residuos, la energía o los nuevos materiales. Por eso, resulta llamativa la ausencia de llamadas de alerta similares en Europa y, obviamente, en España. La Comisión Europea aprobó un paquete de medidas en marzo de 2024 para impulsar la biotecnología y la biofabricación, pero una buena parte de ellas comenzaban (marca de la casa) con el encargo de un estudio.
«Los medicamentos críticos son una de nuestras mayores vulnerabilidades. Si India y China cierran sus puertas, tendríamos un problema», ha dicho Arlene Joyner, de la Administración para la Preparación y Respuesta Estratégica (ASPR). ¿Salud digital sin fármacos garantizados? Ya advertí de que la situación en Europa es similar e incluso peor que la norteamericana. «Tenemos que ver cómo construimos nosotros las fuentes de estos medicamentos esenciales», ha añadido.
Según un estudio BIO, el 90% de los componentes de las medicinas no son originarios de EEUU. Johnson & Johnson planea invertir 55.000 millones de dólares para producir en el país, Eli Lilly alrededor de 27.000 millones de dólares y Novartis ronda los 50.000 millones de dólares durante los próximos cinco años. En un contexto así, duele comprobar el estado de división que está provocando la actitud despreciativa de la Administración Trump hacia la ciencia. Fritz Bittenbender, presidente del comité de dirección de BIO, ha señalado que “la innovación y la política están en una ruta de colisión”.
La industria de Estados Unidos se toma la amenaza a su liderazgo en biotecnología como un peligro para seguridad nacional «no solo de los estadounidenses, sino de todo el mundo», asegura Crowley. La Comisión de Seguridad Nacional sobre Biotecnología Emergente (NSCEB) ha vuelto a sentenciar, en un demoledor informe, que China ha hecho de la biotecnología una prioridad estratégica y ha desarrollado una capacidad sofisticada para fabricar medicamentos y descubrir otros nuevos.
El problema se extiende a toda la cadena de valor. Se trata de averiguar quién controla la propiedad intelectual, la infraestructura, las cadenas de suministro y la innovación. Una superioridad en biotecnología así garantiza, por ejemplo, prioridad en las soluciones frente a amenazas como una pandemia provocada por armas biológicas. Para Joe Hamel, asesor principal del IBMSC, la clave es garantizar que más de un fabricante pueda proporcionar medicamentos críticos.
En Boston no se ha hablado tanto de IA, por consiguiente, como, entre otras cosas, de que los suministros de sangre sean más accesibles durante lo que se conoce como la hora de oro sanitaria, el momento justo después de un evento traumático. Puede ser difícil de conseguir en zona de combate o en áreas rurales, por lo que el Departamento de Defensa (DoD) quiere tener sangre estable. Una solución es una bolsa parecida a una vía intravenosa con una parte liofilizada que contiene los componentes de la sangre.
También hay presupuesto para investigar en baterías biofabricadas a partir de ingredientes no tóxicos y se experimenta en un material lo suficientemente fuerte como para construir puentes, que se podrían producir así biológicamente en cualquier lugar. Ha creado expectación en el evento de BIO un material hecho a base de carbono y producido con bacterias capaz de neutralizar agentes de guerra química, así como las aplicaciones comerciales para aumentar la capacidad de los tanques de oxígeno.
Vic Suárez, fundador de Blu Zone, ha explicado que las fuerzas de combate ya no se basan necesariamente en un comando central y pueden tener que operar a través de varias bases pequeñas distribuidas. «Estamos pensando en formas creativas de ofrecer contramedidas médicas (MCM) que puedan ser producidas, ya sean moléculas pequeñas o productos biológicos, en un barco o en una isla aislada». De las 13 familias de virus con posibilidades muy reales de causar la próxima pandemia, sólo hay dos para las que se están preparando posibles antivirales, advierte John Pottage, de INTREPID Alliance.
Ya hablamos en su día del Programa de Fabricación Bioindustrial Distribuida (DBIMP) del Departamento de Defensa norteamericano, que impulsa el futuro de la alimentación y los nuevos materiales, con propuestas como la harina de sabor neutro y alto contenido proteico a partir del dióxido de carbono capturado del aire de Air Protein (California), menos vulnerable a las inestabilidades de la cadena de suministro; o de la alternativa al aceite de palma estable y de sabor neutro de la neoyorkina C16 Biosciences.
Invertir en defensa no implica necesariamente adoptar una postura militarista. No deja de resultar ingenuo dejar fuera del debate público el valor estratégico que ha adquirido la biotecnología como vía para que la innovación nos proteja de posibles amenazas, que no tienen por qué comenzar en España, y nos garantice que no dependeremos en cuestiones esenciales de ningún país hostil.
