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La moda como sismógrafo: entre la estética y la transformación social

He comprobado que este modelo se replica con sorprendente precisión en la moda, en los cambios sociales… e incluso en los procesos naturales, como el de la metamorfosis.

La moda es un sismógrafo del inconsciente colectivo. No solo capta tensiones antes de que se manifiesten de forma consciente: también las representa, las exagera, las transforma… y, en ocasiones, las reconcilia. Su naturaleza simbólica la convierte en uno de los espacios más fértiles para leer —y metabolizar— los cambios sociales. Como ya analicé en artículos anteriores, toda transformación profunda genera su propia resistencia. Esto no solo ocurre en la política, la economía o la cultura: también sucede en la moda, que funciona como una superficie de proyección y una válvula de escape. Las tendencias ideológicas, como las estéticas, siguen un movimiento pendular.

Cada avance genera una contracorriente. Cada impulso progresista despierta una pulsín conservadora. La moda refleja —y a veces anticipa— ese vaivén. Lo que quizás no se ha señalado lo suficiente es que ese proceso de cambio sigue una ley común: la Curva de Adopción de la Innovación. Formulada por Everett Rogers en los años 60, esta teoría explica cómo se difunden las innovaciones. Todo comienza con una minoría: los pioneros, los visionarios. Luego llega la primera mayoría, luego la mayoría tardía, y finalmente los más reacios, cuando ya no queda más opción que adaptarse. He comprobado que este modelo se replica con sorprendente precisión en la moda, en los cambios sociales… e incluso en los procesos naturales, como el de la metamorfosis. En la transformación de oruga en mariposa, el cambio comienza con unas pocas células imaginativas —imaginal cells— que contienen el diseño del nuevo ser.

Son células rechazadas inicialmente por el resto del sistema, pero que insisten, se agrupan, se fortalecen… hasta que todo el organismo se reorganiza en torno a ellas. ¿No es eso lo que está ocurriendo, a escala simbólica, en nuestra sociedad? En las últimas décadas hemos vivido cambios fundamentales. El despertar de una conciencia medioambiental, la reivindicación de derechos de género, el cuestionamiento de las lógicas de consumo y producción… Todo ello ha configurado un nuevo paradigma, aún inestable, que ha dado lugar a conceptos clave como sostenibilidad, circularidad, propósito o impacto positivo. Pero también ha generado clichés. Algunos de estos avances han cristalizado en una nueva ortodoxia cultural: lo “políticamente correcto” se ha convertido en blanco de burlas y rechazo.

En redes y medios, abundan las críticas al “progresismo woke” —término que ha sido vaciado de contenido para caricaturizar toda sensibilidad social o ecológica como si fuera impostura. Esta deformación discursiva ha sido el caldo de cultivo perfecto para el ascenso de liderazgos oportunistas, que capitalizan el descontento de una parte de la población que se siente desatendida, desplazada o ridiculizada. Y, como siempre, la moda lo revela. Vuelve el traje de chaqueta, el chaleco, la camisa cerrada hasta el último botón. La corbata —antaño símbolo de rigidez— se convierte en emblema irónico o afirmación de poder, tanto en hombres como en mujeres.

El mocasín compite con la sneaker, y lo hace desde una posición que mezcla nostalgia, humor y provocación. Se llevan pantalones cortos con calcetines altos y mocasines; sastrería sobredimensionada; códigos clásicos reconfigurados para una nueva sensibilidad. ¿Es un nuevo conservadurismo? ¿O es una parodia del mismo? La moda responde a la locura de la sociedad con una sonrisa ladeada. A veces se toma en serio, otras veces juega con la máscara. Pero siempre observa. Siempre amplifica. Y a veces, solo a veces, ofrece una vía simbólica para tramitar los conflictos que el lenguaje racional no puede resolver. La moda, trivializada a menudo como frívola, es en realidad uno de los sistemas más complejos de mediación simbólica entre lo viejo y lo nuevo. Entre el miedo y el deseo. Entre la identidad y la pertenencia.

Esta misma semana, la gala del Met lo ha vuelto a evidenciar: un evento cuya propuesta curatorial original se inspiraba en el Black Dandyism, a partir del ensayo de Mónica Miller —una obra clave sobre cultura negra, esclavitud, elegancia como resistencia y transgresión de códigos raciales, de clase y de género— terminó desdibujándose en una pasarela de sastrería sin contenido. La estética eclipsó al mensaje, y la oportunidad de resignificar con fuerza simbólica se perdió entre flashes y ornamento. Un ejemplo perfecto de cómo, si la moda olvida su vínculo con el inconsciente colectivo, corre el riesgo de convertirse en superficie vacía. En el próximo artículo: por qué el paradigma de la sostenibilidad, tal y como lo conocemos, necesita una revisión profunda. Porque el péndulo no se detiene, y lo que comenzó como impulso consciente puede volverse, si no se renueva, un nuevo dogma más.

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