No es fácil siquiera traducir el campo tecnológico en el que se mueve el español Alejandro López-Bezanilla en Los Alamos National Laboratory, el mítico complejo fundado en el corazón de Nuevo México por el Ejército de Estados Unidos, de la mano del físico Robert Oppenheimer. Su especialidad es el quantum annealing, que vendría a ser “recocido cuántico”. También se llama temple o cristalización cuántica.
López-Bezanilla lo explica utilizando la analogía de la forja de una espada en la Edad Media. Así lo hizo en su intervención en el SXSW festival de Austin (Textas, EEUU), donde lo localicé ensobrado en un programa repleto de científicos, fundadores de startups, cantantes y estrellas de Hollywood. “Cuando un metal se calienta en un horno todos los átomos empiezan a moverse, a distribuirse. A medida que enfrías, dejan de hacerlo y llegan a posiciones cristalinas. En la analogía cuántica es igual: tienes qbits en un estado de alta energía que pasan a un estado base”, me explica.
Lo sensacional de ese asunto es que chips como los de la canadiense D-Wave Systems, con los que trabaja López-Bezanilla en Los Alamos, pueden reproducir el fenómeno mecánico-cuántico y utilizarlo, por ejemplo, para obtener la solución óptima a un problema complejo, a la velocidad del relámpago. Las fórmulas de optimización resuelven cuestiones endemoniadas, desde rutas de aviones y de reparto de mercancías, a organización de bloques de información en data centers o gestión de agendas imposibles en grandes corporaciones.
La aportación de la cuántica puede marcar la diferencia en optimización. Otra de sus analogías: imagina que estás en la cima de una montaña muy alta, tienes hambre y sed y quieres llegar a un valle habitado lo antes posible, pero no sabes dónde se encuentra el más cercano. La computación clásica reproduce el proceso de caminar en una dirección, comprobar si es la correcta, y en caso contrario volver a la cima e intentar otra. Lo lleva a cabo muy rápido y todas las veces que haga falta. En la computación cuántica, el mismo montañero baja de la cima a la vez en todas las direcciones. Al hospitalario valle, el investigador español lo llama “estado base”.
López-Bezanilla llegó a Los Alamos National Laboratory hace algo más de siete años. Es muy interesante conocer su recorrido para discernir en qué punto está nuestro sistema de investigación en la competencia global. “Fui paso a paso, siguiendo las reglas”, explica sin alardes. Durante sus estudios en la Autónoma de Madrid, viajó como Erasmus a Grenoble (Francia). Allí le invitaron a realizar el doctorado, y les correspondió con una beca Marie Curie europea bajo el brazo.
Una vez leída la tesis no le costó seguir evolucionando. “En Grenoble había hablado con un tipo de Oak Ridge National Laboratory, donde hacían cosas similares a las mías, y me dijo: ‘si quieres, yo tengo aquí dinero’”. Por entonces, el Gobierno norteamericano estaba insuflando fondos para revitalizar la economía, corría el año 2010. “Me hicieron el visado y llegué a Tennessee para hacer el post doc”, me cuenta.
Antes de terminar esta etapa, ya había conseguido contrato en otro National Lab, en este caso el de Argonne, en Chicago. “Acabé uno y al fin de semana siguiente estaba enganchando con el otro”. Llegó entonces la oportunidad de Los Alamos National Laboratory. Después de seis meses, “tirado en España con mi familia, viviendo de los ahorros”, recibió por fin la documentación para la firma. “No hubo mayor misterio. Lo único que hay que hacer es trabajar en lo que en cada momento la ciencia está pidiendo. Haces lo que te gusta, pero con un ojo puesto en lo que da para publicar, en lo que a la gente le interesa; y a la vez produces suficientes artículos para llamar la atención, es importante ser visible”. Ahora, si puedes, mejóraselo.
El laboratorio de Los Alamos es uno de los dos de EEUU en los que se investiga en asuntos de energía nuclear, pero el Proyecto Manhattan queda muy lejos. Ahora, “se supone que va a ser uno de los centros de cabecera en todo el tema de inteligencia artificial”, me dice López-Bezanilla. “Los Alamos suele contar con mucho presupuesto y tiene tradición de disponer siempre de la mejor y más avanzada tecnología del mundo”. Una de sus compras al aterrizar el investigador español había sido un ordenador D-Wave. “Cuando llevaba aquí un tiempo y veía que necesitaba ponerme al día, me abrí una cuenta y me puse a trabajar con ellos en computación cuántica”.
Hoy es uno de los grandes expertos mundiales en quantum annealing. “¿En qué punto estamos en el proceso de despliegue de las tecnologías cuánticas? Ayúdame a poner todo esto en su verdadera escala”, le pido. “Es como cuando Michael Faraday descubrió la electricidad”, responde. “La gente se podía poner a imaginar lo que quisiera, recetas para un robot de cocina, por ejemplo, pero él diría: ‘vamos a empezar poco a poco’. Faraday no se podía imaginar que un día tendríamos ordenadores. Había descubierto una cosa maravillosa, con aplicaciones muy nuevas, y no hacía mayores cábalas. Con la tecnología cuántica empezaría así: vamos a ver qué somos capaces de hacer ahora con lo que tenemos y qué podremos hacer dentro de tres años”.
¿Y el anuncio de Google, y el de la cuántica topográfica de Microsoft? “Hay problemas técnicos tan grandes que solucionar… ¿podremos hackear un satélite? En teoría, sí. ¿Hay tecnología para eso? No. ¿La habrá? No lo sé”, continúa López-Bezanilla. “Cuando Microsoft hace el anuncio, piensas: ‘muy bien, algún avance habrán hecho’. Pero de ahí a tener un chip cuántico basado en topología y en Majorana, mira, no. En la parte científica, se van haciendo avances maravillosos, y nada más”.
Una de las cosas ciertas que podemos anunciar después de la conversación con López-Bezanilla es que la tecnología de quantum annealing cambiará la forma de experimentar. Usa otra analogía para explicarlo: tienes una bola situada en uno de los extremos de un cuenco. Puedes simular lo que va a ocurrir con algoritmos basados en las leyes de Newton o puedes, simplemente, soltar la bola y observar. ¿Qué hace el chip de D-Wave? Probablemente pienses que lo primero (es al menos lo que me sucedió a mí), pero no, sólo permite observar. “Cuando la materia en sí misma se pone a hablar, optimiza mejor que nadie”. Y aquí viene una segunda conclusión: dejemos a los físicos cuánticos trabajar tranquilos.
