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Las cuatro formas del miedo colectivo

Foto: Tima Miroshnichenko/Pexels

Todo cambio profundo en una sociedad activa mecanismos de defensa del orden anterior. Este fenómeno se manifiesta actualmente en el resurgimiento de autoritarismos y actitudes defensivas en ámbitos políticos, internacionales y comerciales.

La transformación que estamos experimentando no se limita a lo económico –como la evolución del capitalismo desde lo material hacia lo virtual, lo que algunos denominan «capitalismo del dato»–, sino que también abarca dimensiones sociales y culturales.

Este proceso de cambio sigue un patrón similar al de la Curva de Adopción de la Innovación, desarrollada por Everett Rogers en la década de 1960. Aunque originalmente concebida para el marketing y la sociología del consumo, he observado que este modelo es aplicable a fenómenos de innovación cultural e ideológica.

El patrón se desarrolla en fases: inicia con una minoría innovadora que adopta el cambio –visionarios, artistas, disidentes del paradigma dominante–. Luego, una primera mayoría reconoce el valor de la novedad y comienza a integrarla, generalmente en contextos creativos o experimentales. Posteriormente, la transformación se difunde al resto de la sociedad, alcanzando a la mayoría tardía y, finalmente, a los más reacios al cambio, cuando este ya se ha institucionalizado.

Este proceso no es lineal ni está exento de resistencias. A menudo, entre la primera mayoría y la mayoría tardía se produce una «brecha de aceptación», un momento de fricción en el que el nuevo modelo comienza a consolidarse, pero al mismo tiempo despierta una fuerte reacción conservadora. Es precisamente en ese punto donde suelen aparecer las tensiones más visibles entre el futuro emergente y el pasado que se resiste a desaparecer.

En la moda, esto se observa claramente: lo que comienza siendo provocador o marginal termina convirtiéndose en norma. Lo mismo ocurre con los valores sociales, los hábitos de consumo, los discursos políticos o incluso los modelos de liderazgo.

Así ha sucedido con el surgimiento de una nueva conciencia social y medioambiental que, como predice la curva, comienza con una minoría: en el mundo, una minoría de países democráticos que protegen los derechos humanos y los principios de la democracia; en la sociedad, una minoría de instituciones e individuos con una conciencia medioambiental.

La reacción no es un accidente: es un reflejo

La historia avanza en zigzag, o, como interpretaba Engels, de manera dialéctica. Cada nuevo movimiento genera inevitablemente una sombra que proyecta el miedo: miedo a lo desconocido, a la pérdida de poder, al colapso del orden previo.

En este artículo, me detengo a observar cómo se manifiestan hoy estas resistencias a un cambio que se ha venido gestando en la sociedad y que, como toda transformación profunda, lleva a puntos ciegos que no suelen ser fáciles de resolver.

Otto Scharmer, en la Teoría U, identifica dos tipos de resistencia a la toma de conciencia del cambio: ausentismo y negacionismo. A estas, se suman otras dos contra-tendencias que surgen en el momento actual como respuesta a la toma de conciencia y espíritu renovador que se venía percibiendo en las últimas décadas: el malismo y el neoconservadurismo.

Ambas llevan a un mismo lugar: el resurgimiento de regímenes autocráticos y poco empáticos.

1. Ausentismo: la evasión como estrategia de defensa

Cuando el cambio se vuelve abrumador, la primera respuesta no es la lucha, sino la huida. El ausentismo es la forma más pasiva –y quizás más extendida– de resistencia al cambio.

Se corresponde con un nivel de conciencia infantil, en el cual buscamos ser alimentados no solo físicamente, sino también narrativamente, y apreciamos la repetición obsesiva de patrones (nada le gusta más a un niño que se le repitan los cuentos).

Se manifiesta en la saturación de entretenimiento, en la adicción a las pantallas, en la infoxicación (intoxicación informativa) y el ruido digital. Implica una desconexión emocional del presente: una forma de anestesia colectiva ante la ansiedad del futuro.

Este fenómeno, manifestado en la economía de la atención, ha convertido a las plataformas en auténticos refugios de evasión: nos distraemos para no pensar, nos saturamos de estímulos para no sentir. Y cuanto más se expande la conciencia, más tentador se vuelve escapar de ella.

2. Negacionismo: la rabia del viejo paradigma

Esta forma de resistencia activa se expresa como rechazo frontal a los nuevos valores que surgen del cambio de conciencia. No solo surge cuando evadir ya no basta, sino que potencia la evasión haciéndonos creer que la película que nos obsesiona es real.

Desde el escepticismo climático hasta el descrédito de la ciencia o el odio hacia los movimientos sociales, el negacionismo es una manera de defender el orden anterior atacando los signos del nuevo. No se limita a no creer: construye relatos alternativos que justifiquen su oposición.

En tiempos de crisis, estos discursos encuentran terreno fértil en el miedo. Lo hemos visto en la política global, en la proliferación de teorías conspirativas, en el rechazo visceral a cualquier narrativa que implique revisión, autocrítica o redistribución de poder simbólico.

3. Malismo: cinismo como nueva identidad

Después de las últimas décadas de concienciación de nuestro papel en el ecosistema social y natural, que, mal entendido, puede llevar al buenismo, el tercer tipo de reacción es el desprecio declarado por lo ético, lo sensible o lo inclusivo. Es una estética del cinismo, donde la crueldad es considerada lucidez, y la empatía, una debilidad.

Responde a un nivel de conciencia adolescente, en el cual prima la pertenencia a la tribu por encima de cualquier otro valor, y surgen los modelos de liderazgo y seguimiento ciego. De hecho, en los cursos medios del colegio es cuando un líder marca retos y pruebas que demuestran la capacidad de sacrificio de los miembros del grupo por encima de criterios morales (como el maltrato a animales, por ejemplo) e incluso de la propia salud.

El malismo responde al llamado «buenismo» con ironía agresiva. Reivindica el egoísmo como virtud, la exclusión como orden natural, el desprecio como forma de poder. Y se manifiesta tanto en la política como en las redes sociales, donde las posiciones más brutales son recompensadas con visibilidad. Como todo experto en marketing digital sabe, más vale un hater que un fan, pues es más viral.

4. Neoconservadurismo: el refugio en las jerarquías y la nostalgia de un antiguo modelo al que se atribuye un orden

Por último, y relacionado con la actitud cínica de la tendencia anterior, está el refugio en el sometimiento a formas de autoridad. No porque se crea en ellas como proyecto de futuro, sino porque el patrón de un orden impuesto resulta psicológicamente familiar.

El neoconservadurismo se expresa en la exaltación de valores y estéticas asociadas a épocas idealizadas: desde el retorno a estéticas decimonónicas o cañís que reviven algunos influencers en Instagram o TikTok -y que recuerdan a “El cuento de la criada” o La escopeta nacional”-, hasta la normalización de gestos y símbolos de clara raíz reaccionaria, como el saludo nazi promovido por Elon Musk como gesto provocador dentro de un ecosistema cada vez más insensible. ¿Es el neoconservadurismo un nuevo Punk?.

En política, esta tendencia se observa en el auge de liderazgos autoritarios. En este contexto, resulta inquietante una anécdota revelada por Ivana Trump, ex esposa del expresidente estadounidense, quien afirmó que Donald Trump guardaba una copia de Mein Kampfen su mesilla de noche, y lo leía con frecuencia. Aunque este detalle ha sido matizado en distintas fuentes –al parecer se trataba del libro My New Order, una recopilación de discursos de Hitler– la intención simbólica permanece: su interés en el aparato de control y manipulación política del totalitarismo.

Este patrón no es anecdótico. Basta observar las estrategias de deslegitimación institucional que Trump ha desplegado: atacar a los medios, desacreditar al sistema judicial, sembrar dudas sobre los procesos electorales, polarizar a la población y presentar cualquier disidencia como traición. A esto se suman intentos sistemáticos de debilitar la red de funcionarios públicos que garantiza estabilidad en democracia, así como presiones sobre universidades y firmas legales, desde una lógica de control e intimidación.

La referencia al ideario nazi no es solo simbólica: es un recordatorio de que los mecanismos de ascenso al autoritarismo no desaparecen. Se adaptan. Y sus señales, aunque evidentes, pueden pasar inadvertidas si se enmascaran de entretenimiento, carisma o espectáculo mediático.

Entender la sombra para sostener la luz

Estas cuatro formas de resistencia –ausentismo, negacionismo, malismo y neoconservadurismo– no son excluyentes ni lineales. A menudo se combinan, alternan o retroalimentan. Pero todas comparten una raíz común: son respuestas emocionales al vértigo del cambio, expresiones colectivas del miedo ante lo desconocido.

Comprenderlas no significa justificarlas. Pero sí es esencial si queremos navegar este tiempo con claridad. No basta con impulsar nuevos valores o imaginar futuros más conscientes. Hay que entender los temores que esos valores despiertan. Solo así será posible integrar una transformación real sin activar su contracara destructiva.

En el próximo artículo, propongo un enfoque inesperado: ¿podría la moda –ese sistema simbólico muchas veces trivializado– ofrecernos claves para resolver conflictos sociales y metabolizar los procesos de cambio? Porque, aunque sus consecuencias puedan ser muy distintas, las dinámicas entre tendencias y contramovimientos son sorprendentemente similares.