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Opinión Salvador Sostres

Paul Simon regresa a los escenarios

Gtres

Hay algo que no entendemos del presidente Trump y es algo que no entendemos, en general, de los americanos. Si hay algún cantante que se haya opuesto al Partido Republicano y muy especialmente al presidente Trump ha sido Paul Simon. Ha cantado para cualquier líder demócrata que se lo haya pedido y ha ofrecido fiestas hasta en su casa para recaudar fondos para el partido. Pero los últimos acontecimientos en su vida ayudan a entender al presidente Trump y a los Estados Unidos.

Paul Simon se retiró en 2018 y hace un par de años dijo haber tenido una serie de visiones nocturnas sobre la idea de Dios, del perdón y de la culpa, y dedicó un nuevo disco entero, Seven Psalms (Siete Salmos), a desarrollarlas. Siendo del ala izquierdista, progre, si no es mucho decir en un americano, neoyorquina y judía del partido demócrata, no sólo no tuvo ningún inconveniente en explicar lo de las visiones sino que dedicó siete canciones -preciosas, por cierto- a reflexionar sobre la fe, también sobre sus dudas, siendo el tema central del álbum la idea de que “Dios es nuestro ingeniero, una terrible espada rápida y una verdad sencilla que sobrevive”.

En Europa, Dios ha sido expulsado de las aulas, de nuestras vidas, y con él las más elementales leyes de la naturaleza. Cualquier artista europeo se sentiría débil o ridículo explicando que ha tenido una visión nocturna y que algunas palabras se le han aparecido en sueños. Y el último gran intelectual de nuestro viejo continente -sin duda el de más altura de su época- que se atrevió a mezclar música y fe fue el papa Ratzinger. Son maravillosos sus textos sobre la espiritualidad en la música de Bach.

Dios da una consistencia, una idea distinta de estar en el mundo. Un sentido de misión, una fuerza, y el sentimiento de que cuando la empleamos para hacer el bien esta fuerza podría no tener límites. Europa se ha desvinculado de Dios. Religión viene del latín “religare”, religar al hombre con Dios. Este lazo, Europa lo ha perdido. Hay algo que no entendemos de los americanos, ni del presidente Trump, que tiene profundamente que ver con esta pérdida trágica.

Al cabo de poco tiempo de publicado el nuevo disco, el señor Simon dio algunas entrevistas explicando que había sufrido una considerable pérdida de audición. En lugar de presentarse como una víctima, o como un viejo decrépito intentando dar pena a las puertas de la muerte, lo hizo acompañado del médico que le había tratado, y dando a conocer que había donado una considerable cantidad de dinero a su fundación para que continuara investigando en el tratamiento de enfermedades parecidas a las que él había sufrido. Hace dos meses, tras una cierta mejoría en su audición, cerró el círculo anunciando una gira de más de cincuenta conciertos por los Estados Unidos bajo el argumento de que la mejor manera de luchar contra las limitaciones es poniéndose retos para superarlas. La gira empezó ayer en Nueva Orleans y pasará por el Beacon Theatre de Nueva York del 16 al 23 de junio.

Yo no conozco a Paul Simon pero puedo asegurarles que no tiene ningún problema ni de dinero ni de vanidad no resuelta, y que si ha vuelto a los escenarios es por los motivos que ha explicado, porque si hubieran sido otros no habría tenido ningún inconveniente en decirlos. Es esta actitud americana, religada con Dios en lo profundo, y comprometida en los actos con la superación constante. La dificultad vista como un reto y no como una amenaza. La libertad entendida como un deber y no como un derecho. El ojo de Dios mirándonos y esperando algo más de nosotros, siempre algo más y mejor.

Dios y Paul Simon están en el poso de lo que no entendemos de Trump y los Estados Unidos, y nos hacen comparecer como perdedores ante la Historia. No es ideología, no son buenos y malos en el panfleto reduccionista: el día que el presidente Trump juró el cargo, Paul Simon publicó una alegórica canción en Apple Music titulada “Bad dream”. Es algo mucho más importante, mucho más creativo y a la vez mucho más imperceptible. Es una tensión espiritual y una tensión vital que elevan al hombre por encima de sus posibilidades en lugar de entumecerlo en su mediocridad y en sus limitaciones.

Europa ha de rearmarse, es cierto. Pero con pistolas no iremos a ninguna parte.