Opinión Eugenio Mallol

¿Por qué Warren Buffett no suelta la pasta?

Es la mayor acumulación de dinero en efectivo de la historia, ¿le faltan opciones atractivas en pleno estallido de la IA? Los más pesimistas temen que anticipe una nueva crisis, pero quizás sea un asunto de reclamos y, en ese sentido, España tiene una cuenta pendiente con las patentes.

Llevamos meses entretenidos con el volumen de liquidez que está acumulando Berkshire, el brazo inversor de Warren Buffett. Al cierre de 2024, su efectivo disponible alcanzaba la estratosférica cifra de 325.000 millones de dólares (serían 334.000 ya), casi el doble que un año antes. Esa cantidad supera a las reservas combinadas de Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon y NVIDIA, lo que ya es decir. Otro gigante de la inversión mundial, Blackrock, reportaba 14.580 millones de dólares de efectivo disponible en las mismas fechas, para hacerse una idea. Nunca antes, una sola empresa había tenido tanto dinero en las manos listo para gastar.

La literatura acerca de cuáles son las intenciones de Buffett empieza a resultar antológica. En otras dos ocasiones, siguió la pauta de acumular liquidez de forma compulsiva: una, antes de la crisis de las puntocom; la otra, antes del estallido de la burbuja financiera en 2008, cuando Berkshire fue clave para sostener financieramente a Goldman Sachs y Bank of America.

Lo anterior sería indicativo, según algunos, de que estamos en la antesala de un crack. Pero hay más motivos posibles. La relación precio-beneficio del índice S&P 500 se sitúa un 67% por encima de su valor histórico y supera en casi un 50% a su valor de principios de 2022. Cuando el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, anunció en julio pasado la bajada de tipos de interés, la reacción del mercado en esas circunstancias fue vender tecnológicas. El capital riesgo trata de adivinar cómo será el mundo después del tsunami de la inteligencia artificial (IA). Hasta entonces, mejor no cometer demasiados errores.

De modo que suenan las aguas revueltas. El lobista de Washington Bruce Mehlman nos da la bienvenida a la Economía FUD (miedo, incertidumbre y duda) repleta de consumidores atemorizados, empresas confundidas e inversores paralizados. El inversor Barry L. Ritholtz carga contra los especialistas en predicciones en un artículo titulado significativamente “Nadie sabe nada”. “Es como la frenología, la pseudociencia que se dedica a tocar a la gente para predecir sus rasgos de personalidad. No es que haya mejores o peores frenólogos, sino más bien, ¿por qué alguien se dedica a la frenología?”, escribe.

Con todos estos mensajes, es normal que la inversión se mantenga agazapada. El director de Quantitative Research de Pitchbook, Zane Carmean, habla de que “el polvo seco [dry powder] sigue seco”. Los fondos de capital privado redujeron en 2024 su volumen de dinero en circulación al 26%, y en el caso de los fondos de capital riesgo cayó a menos de la mitad de la media de los años anteriores, el 18%.

El entusiasmo impulsado por la IA alimentó el optimismo en el mercado, pero no se ha traducido en una inversión de capital acelerada. A esto se suma la guerra, más verbal que efectiva aún, de los aranceles. El volumen de acuerdos de capital privado en EEUU en sectores sensibles a las tarifas comerciales, como el industrial y el manufacturero, ha caído a mínimos de una década, según PitchBook. “Los cambios en las políticas comerciales hacen que las ganancias corporativas sean difíciles de predecir”, afirma.

En estas circunstancias, se echa en falta un modelo que ayude a correlacionar la innovación con el desarrollo económico. Sería una buena guía para orientar la inversión. La UE y el Reino Unido solo han obtenido el 2% de las patentes mundiales de IA, muy por detrás de China y EEUU, pero el gasto en infraestructuras digitales y de transición energética vinculadas al crecimiento de la IA no deja de aumentar. ¿Cuál es el indicador a seguir? La eterna duda del sector tecnológico cortocircuita hoy más que nunca.

La presidenta de la Fundación Cotec, Cristina Garmendia, dedicó todo un discurso en la Universidad Carlos III a poner de manifiesto lo difícil que resulta medir la innovación en España. En cierta ocasión, contó, reunieron a una treintena de instituciones en un grupo de trabajo para debatir sobre cómo debería ser la encuesta de innovación del INE para proporcionar indicadores claros y fiables. No hubo propuestas relevantes, porque “no nos pusimos de acuerdo, esa es la realidad”.

Se acaban de conocer los datos de solicitudes a la Oficina Europea de Patentes (EPO). España ha crecido un 3% en 2024, hasta alcanzar las 2.192. Samsung, Huawei, Qualcomm y LG solicitan más patentes europeas ellas solas que todo nuestro país. El tirón del turismo ha devuelto a Amadeus a los puestos de cabeza (43) y los proveedores del automóvil han dado un paso al frente:  Autotech Engineering, la unidad de I+D del Grupo Gestamp (21 solicitudes); Horse Powertrain Solutions, empresa con sede en Madrid participada por el Grupo Renault y la china Geely (19); y Ficosa Automotive (17).

Sólo Telefónica representa ya al Ibex 35 en el Top10 español. Repsol, el otro habitual hasta ahora, ya no alcanza ni las 16 solicitudes de la Universidad del País Vasco. La compañía de telecomunicaciones ha vuelto a superar la veintena de patentes pedidas a la EPO, pero 21 sigue siendo una cifra raquítica. Ya hablé del fenómeno Multiverse Computing, una empresa catalana que produce algoritmos de inspiración cuántica y se mantiene arriba con 17 patentes. Ha sido noticia recientemente por la entrada en su capital de la Sociedad Española para la Transformación Tecnológica (SETT), con 67 millones de euros, a la que sumaría una ronda de inversión por valor de 100 millones.

España tiene una cuenta pendiente histórica con las patentes. Los datos de la EPO registran una llamativa tasa de 45 patentes por cada millón de habitantes, muy lejos de países como Alemania (300), Corea del Sur (253), Japón (170) y Francia (160).

En tiempos tan convulsos como los actuales conviene dotarse de buenos reclamos para movilizar una inversión fundamentalmente temerosa. No existe un indicador único de la salud de una economía en términos de innovación, pero para cualquier empresa internacionalizada que pretenda expandir un nuevo desarrollo tecnológico no patentar es un verdadero suicidio. Debemos tomarnos más en serio el valor estratégico que esto va a tener en el futuro.

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